Los avances económicos de la República Dominicana en las últimas décadas son innegables. Sin embargo, el verdadero desafío no es solo crecer, sino definir juntos y con claridad qué país queremos construir en las próximas tres décadas. El futuro no se asegura solo con estadísticas positivas, sino con decisiones estratégicas que trasciendan coyunturas.
Crecer no basta si no innovamos. Atraer inversiones no basta si no generamos influencia. Exportar productos no basta si no proyectamos visión. Pensar en grande no es un gesto de vanidad: es un acto de responsabilidad con el futuro.
Nuestra creatividad, la misma que vibra en el merengue, el béisbol y la diáspora dominicana en todo el mundo, puede ser también la fuerza que impulse una nueva etapa de desarrollo. Para lograrlo necesitamos transformar la energía de nuestro talento en políticas de Estado capaces de mirar mas allá del ciclo electoral.
En mis años de servicio diplomático he visto como naciones sin mayores ventajas naturales alcanzaron un liderazgo global gracias a la educación, la planificación y la disciplina nacional. Japón se levantó de la devastación con innovación y cultura cívica. Corea del Sur apostó por la tecnología cuando no tenía más que esperanza. Singapur, sin recursos, construyó prosperidad con estrategia. Brasil, con visión de largo plazo, consolidó su liderazgo en energía y alimentos. Ninguno de ellos tuvo un destino asegurado: lo diseñaron. Esa es la tarea que nos corresponde hoy.
La República Dominicana tiene condiciones excepcionales: una población joven, una ubicación privilegiada en el corazón del Caribe y una diáspora que conecta con el mundo. Pero también enfrenta desafíos urgentes: desigualdad, endeudamiento y vulnerabilidad ambiental. El cambio climático podría reducir hasta en un 15% los ingresos turísticos en nuestras costas. No actuar es también una decisión, y sería la equivocada.
Por eso propongo tres ejes para pensar el futuro con ambición y realismo:
- Un plan nacional a 30 años. Un pacto entre el Estado, el sector privado y las universidades que establezca metas claras en educación, infraestructura, energía y tecnología. Debe ser un compromiso de país, con un consejo ciudadano independiente que asegure continuidad y transparencia.
- Innovar para transformar. Incentivar la creación de empresas tecnológicas, proyectos de energía limpia y emprendimientos en agroturismo. Conectar universidades con emprendedores y convertir el conocimiento en empleo digno.
- Talento dominicano sin fronteras. Integrar a nuestra diáspora en el desarrollo nacional mediante redes de inversión, becas y transferencia de conocimiento. La dominicanidad global puede ser una ventaja competitiva si sabemos articularla.
Si logramos esto, dejaremos de gestionar coyunturas para construir un futuro de liderazgo regional. Los jóvenes tendrán razones para quedarse; los empresarios competirán globalmente; y la política se medirá en décadas, no en meses.
El reto es claro: ser líderes o conformarnos con lo mínimo. La República Dominicana tiene el potencial de convertirse en referente del Caribe. El liderazgo que soñamos no será solo económico: debe inspirar a nuestra juventud, unir a nuestra gente y proyectar al mundo la voz de un país que piensa en grande. Yo creo que podemos lograrlo.