Roominate no es solo un juguete; es una propuesta para transformar la forma en que las niñas se relacionan con el mundo. Una casa de muñecas que no viene armada, sino en piezas: pisos, paredes, muebles, circuitos y cables para armar el sistema eléctrico que controlará las lámparas y el ventilador. Un juego que combate, pieza a pieza, el prejuicio de género en ciencia y tecnología. Es la posibilidad para que las niñas —sean princesas o astronautas— jueguen en casas de muñecas o naves espaciales con sistemas eléctricos construidos por ellas mismas.
Este fragmento es parte de una crónica de Sabrina Duque sobre la creadora de El Mundo de Luna: una serie animada donde Luna —una niña de seis años— descubre el mundo a través de la ciencia. Un éxito mundial que ha transformado la manera en que las niñas erigen su identidad liberándose de viejos prejuicios.
Porque los arquetipos importan: son los moldes que dan forma a nuestras primeras imágenes del mundo y trazan las líneas de lo que creemos posible.
Así, el miércoles 2 de octubre —ese que no se olvida— las mexicanas despertamos ante un nuevo paradigma: Claudia Sheinbaum juró guardar y hacer cumplir nuestra Constitución. Lo hizo con la mano derecha, pero ¿qué más da? A ella las supersticiones no le quitan el sueño.
La científica asumió el poder de dos maneras. Primero, ante los representantes populares, escoltada por tres cadetas del Heroico Colegio Militar. Después, en el Zócalo, sin intermediarios, frente al verdadero soberano: el pueblo. En la plaza pública la arroparon las líderes de 70 pueblos indígenas y de la comunidad afromexicana, quienes le entregaron el bastón de mando. Claudia es mucha Claudia, pero en ella también habita algo de Andrés.
El discurso comenzó por el principio, por el hombre que lo originó todo: Andrés Manuel López Obrador. El artífice de la revolución pacífica de la vida pública de México. Lo reconoce como demócrata y maderista al tiempo que lanza un guiño a los escépticos: ella estará a cargo. El tabasqueño, de una vez y para siempre, se desvanecerá del paisaje.
El exmandatario se va, vuelve a sus comienzos. Lo que empezó con los chontales, culminará en un libro sobre la grandeza cultural de México. El final es también el principio. La serpiente emplumada se muerde la cola. Mientras otros expresidentes cerraban su ciclo con una autobiografía o sus memorias desde un chalet en Madrid, López Obrador lo hará con un libro de nuestra colectiva historia. Sintomático.
—Ha sido un honor luchar a su lado —concluye Claudia. Su voz es la de millones. Así ocurre cuando el poder político, al fin, consigue representar.
—Dicho lo anterior, hermano Andrés Manuel, con tu permiso. Es mi turno.
En el Palacio Legislativo de San Lázaro y en la plaza de la Constitución, Sheinbaum desplegó su plan de acción de cien puntos, fiel a su estilo. Sin trazos amplios ni pinceladas al aire. Sabe qué es ganar y sabe cómo hacerlo: con detalles, con fechas, con lugares. El Plan Sheinbaum.
Reconoce que el pueblo que la aclama enfrenta problemas más allá de la inseguridad, las fallas del sistema de salud y las finanzas públicas: falta agua, salud bucal, lentes, vivienda, escrituración, semiconductores, software, energía renovable, activación económica, protección al medio ambiente, transporte. Con un pudor que apenas oculta su ambición, propone duplicar los kilómetros de trenes de pasajeros construidos por el Maestro. El domingo dará banderazo al tren Ciudad de México-Pachuca. Sheinbaum tiene mucho en mente y solo seis años por delante. Habrá que seguirle el rastro al polvo.
La recién estrenada presidenta no se olvidó de sus opositores: garantizará todas las libertades. Quien la llame autoritaria, miente. ¿La reforma judicial? Traerá consigo independencia y autonomía de un poder antes cautivo. En plena ceremonia, allí donde Obrador ignoró a la presidenta saliente de la Suprema Corte, Sheinbaum eligió la sororidad.
Al final, nadie llora a Andrés Manuel López Obrador. Ha ocurrido un milagro: el sol no ha eclipsado a la luna. “Es un honor estar con Claudia hoy”. Siempre se encuentra la forma de que el cántico rime.
Claudia lo ha descifrado: donde lo esencial impera, lo accidental sobra. Mientras los principios marquen el rumbo, el operador sale sobrando. Sheinbaum enumera esos principios en su versión pragmática: no es ni quiere ser, una fábrica de eslóganes.
Con todo, ignorar el sexo de quien ahora manda es imposible: es la primera dirigente en 503 años de historia documentada. Lo sabe y lo admite al convocar —esa es la palabra— a las invisibles, a las madres, hermanas, amigas. A las que nunca tuvieron voz y a las que nos pensaron libres y felices. A esos arquetipos olvidados.
Y si ser mujer no basta, si la representatividad no lo es todo, Sheinbaum avanza: la primera Secretaría de las Mujeres, reformas constitucionales, mecanismos contra la brecha salarial, gabinetes paritarios en municipios y estados, que los agresores dejen el hogar, mujeres en todos los Ministerios Públicos, homologación del tipo penal de feminicidio y fiscalías de feminicidios en los 32 estados.
Ayer, en México, algo se rompió. La toma de protesta de Claudia Sheinbaum como presidenta significa, en términos reales, combatir los prejuicios de género en la vida pública: hacer posible que las niñas — sean princesas o astronautas— jueguen en casas de muñecas, naves espaciales o países que ellas mismas construyan.
La primera ha llegado.