La foto de la ficha policial de Bruno Richard Hauptmann. La silla eléctrica de madera donde fue ejecutado. Una esponja parecida a la que se sumergió en agua salada y se colocó en su cabeza para conducir la corriente mortal de electricidad.
Esta colección macabra de reliquias se encuentra en un pequeño museo en Nueva Jersey, a unos 32 kilómetros del lugar donde se halló, boca abajo sobre la tierra, el cuerpo en descomposición de Charles Lindbergh Jr., el niño pequeño por cuyo secuestro y asesinato sentenciaron a Hauptmann.
Hace casi 100 años, el caso Lindbergh se conocía como el crimen del siglo en virtud de sus detalles cinematográficos y el alto perfil de los padres del niño, Anne Morrow Lindbergh, hija de un diplomático; y Charles Lindbergh, un piloto aviador que fue catapultado a la fama por realizar el primer vuelo en solitario y sin escalas de la historia, desde Nueva York a París.
En las décadas que han transcurrido desde entonces, como pueden atestiguar los guardianes de los archivos sobre el secuestro del hijo de Lindbergh, el interés público en el caso nunca se atenuó, como tampoco lo hizo el escepticismo sobre la culpabilidad de Hauptmann. Pero una nueva teoría estrambótica y espeluznante sobre la posible participación de Lindbergh en la muerte de su hijo, y la renovada presión legal para que se hagan análisis de ADN a la evidencia, se han combinado para devolver a la conversación pública el misterio alrededor del asesinato más perdurable de Estados Unidos.
Hauptmann, un inmigrante alemán que había trabajado como carpintero y vivía en el distrito del Bronx de la ciudad de Nueva York, fue ejecutado por el crimen en abril de 1936. Hace poco, su sobrina bisnieta, Cezanne Love, y la tía de ella facilitaron muestras de su ADN con la esperanza de que los tribunales de Nueva Jersey decidieran abrir la posibilidad de explorar, con la ciencia moderna, las dudas de hace un siglo: ¿Se ejecutó a un hombre inocente? Y, si no fue así, ¿actuó sin cómplices?
“En lo personal, no creo que él sea culpable”, dijo Love, señalando que Hauptmann y su viuda defendieron su inocencia, y su coartada, hasta el final. Pero si las pruebas sí lo vinculan al caso, “entonces que así sea”, afirmó. “Quiero descubrir la verdad”.
Charles Lindbergh Jr. tenía 20 meses de edad cuando desapareció de su habitación en East Amwell, Nueva Jersey, el 1 de marzo de 1932. Tras el secuestro, en su casa se hallaron una escalera de madera, un cincel y la primera de más de una decena de notas para pedir dinero por su rescate. La familia accedió a pagar 50.000 dólares, pero el niño fue hallado sin vida 10 semanas después.
La investigación, que fue liderada por la Policía Estatal de Nueva Jersey y llegó a las portadas de todo el mundo, continuó hasta septiembre de 1934, cuando un certificado de oro de 10 dólares, procedente del pago del rescate, se usó para comprar gasolina en Nueva York.
Los investigadores rastrearon el auto de la gasolinera hasta dar con Hauptmann y luego encontraron en su garaje 13.760 dólares en billetes del rescate, dinero que según Hauptmann le había dado a guardar un hombre que murió en Alemania antes del juicio.
No había huellas digitales, y no hubo ninguna confesión ni una explicación de cómo un solo secuestrador pudo haber orquestado el rapto de un niño pequeño de su cuarto en un segundo piso, en una noche lluviosa de martes, mientras cinco adultos y un perro se encontraban en la misma casa. Hauptmann fue declarado culpable y sentenciado a muerte tras un juicio de seis semanas en Flemington, Nueva Jersey.
En la época en que el niño fue secuestrado, su padre era un héroe nacional.
Sin embargo, más tarde, la historia vería al reconocido piloto que murió hace 50 años bajo una mirada mucho más crítica. A Lindbergh le fascinaba el estudio de la eugenesia y fue vilipendiado por los medios en 1938, tras aceptar una medalla por sus contribuciones a la aviación de parte de Hermann Goering, en representación de Adolf Hitler, lo cual muchos interpretaron como una señal de que era partidario del régimen nazi.
Ahora, Lise Pearlman, jueza jubilada de California, especula que Lindbergh fue capaz de algo incluso más siniestro: sacrificar a su hijo para realizar experimentos científicos que derivaron en la muerte del niño.
“Aprovecho la distancia del tiempo para tratar al padre del niño como un potencial sospechoso de su secuestro y homicidio; al igual que todos los otros integrantes de la lista, fue un ser humano falible, no un semidiós”, escribió Pearlman en un libro publicado en 2020: The Lindbergh Kidnapping Suspect No. 1: The Man Who Got Away.
Los otros investigadores del caso Lindbergh ven esta teoría con un profundo escepticismo.
Pearlman reconoció que sus hallazgos se basaban en pruebas circunstanciales, pero convincentes, de la escena del crimen, la condición del cadáver del niño y los estudios que Lindbergh estaba realizando en aquel entonces con Alexis Carrel, un cirujano ganador del Premio Nobel y pionero en el trasplante de órganos.
En febrero del año pasado, Pearlman compartió su teoría en una conferencia organizada por la Academia Estadounidense de Ciencias Forenses, lo cual amplió el alcance de sus ideas y reabrió el debate sobre los enigmas persistentes de este crimen.
Los escritores que han investigado el caso con el mismo nivel de detalle que Pearlman comentaron que, después de 100 años, sería imposible comprobar de forma definitiva una teoría totalmente nueva. Pero eso no ha impedido que ciertas personas lo intenten.
Hace décadas, un exprofesor de la Universidad Estatal de Nueva Jersey, Lloyd Gardner, fundó un colectivo que se autodenominaba Los irregulares de State Street, como homenaje a la serie de libros de Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle. El grupo se reunía en el bar de un restaurante en Lambertville, Nueva Jersey, cuando Gardner escribía su libro sobre el tema, The Case That Never Dies (El caso que nunca muere).
“De una forma u otra, nunca se demostrará”, aseguró Gardner.
Barry Scheck, fundador de The Innocence Project, que ha representado a unos 200 clientes que fueron exonerados por pruebas de ADN, fue compañero de clase de Pearlman en la universidad y en la facultad de Derecho, y escribió una reseña alentadora para la portada de su libro. The Innocence Project no aceptó llevar el caso, pero Scheck dijo que había asesorado a Pearlman.
En una entrevista, Scheck mencionó que su interés en el caso Lindbergh estaba más vinculado a la posibilidad de que un hombre inocente haya sido ejecutado que con la identidad de un culpable.
“Si hay un análisis de ADN que pueda hacerse para revelar la culpabilidad o la inocencia de alguien, en particular alguien que fue ejecutado, creo que la familia tiene el derecho de conocer esa información”, indicó.
Su opinión coincide con el interés duradero que muchas personas tienen por el caso y con las renovadas iniciativas para determinar la culpabilidad o la inocencia de Hauptmann.
La semana pasada, Lawrence Lustberg, un destacado abogado penalista de Nueva Jersey, dijo que se había sumado a esta labor en nombre de “quienes se oponen a las condenas injustas”. Declaró que estaba “considerando con cuidado qué mecanismos procesales” podrían estar disponibles para “reparar lo que parece ser una terrible e histórica injusticia”.
En Nueva Jersey ya existe un recurso jurídico sin relación con Lustberg, que solicita analizar la saliva en los sobres timbrados de las notas de rescate en búsqueda de pistas. Otros investigadores también han argumentado que la escalera y una tabla de madera halladas en el ático de Hauptmann debían evaluarse con métodos modernos para confirmar que coinciden.
El año pasado, un juez del tribunal superior falló en contra de la liberación de los sobres para hacer análisis de ADN, y se espera que un tribunal de apelaciones fije una fecha para escuchar los argumentos sobre el caso en los próximos meses.
Kurt Perhach, que se ha acogido a la legislación estatal de registros públicos en su lucha por acceder a los sobres, remonta su carrera de abogado a su fascinación adolescente por el caso del secuestro de Lindbergh.
“Me he sentido obligado a pensar que algo no iba bien desde que era chico”, dijo Perhach, de 46 años, que creció a unos 30 minutos de la granja de los Lindbergh en East Amwell. Representa a un grupo de personas, entre las que se encuentra Wayne McDaniel, cineasta afincado en Nueva York, que esperan utilizar la información obtenida de las pruebas para explorar un nuevo ángulo documental dentro de la ya muy explorada obra de Lindbergh.
La oficina del fiscal general del estado de Nueva Jersey ha negado la petición, argumentando que la “integridad de los objetos históricos supera cualquier interés en realizar pruebas de ADN que podrían alterar y dañar de manera permanente estos objetos”.
En 1981, el exgobernador de Nueva Jersey, Brendan Byrne, promulgó una orden ejecutiva que ponía a disposición del público, para su examinación, todos los registros relativos a la investigación sobre Lindbergh.
Ese material —unos 225.000 documentos— se encuentra en una gran sala contigua a la galería del museo Lindbergh, en el cuartel general de la policía estatal, cerca de Trenton, Nueva Jersey, bajo la supervisión de un archivero a tiempo completo, Greg Ferrara.
Los visitantes pueden abrir archivadores y hojear fotos originales de la escena del crimen, la transcripción del juicio, fichas con nombres de posibles testigos, informes policiales y el relato de la vida de Hauptmann, mecanografiado en un papel translúcido tan quebradizo que cruje al manipularlo.
“Mucho se ha dicho en los periódicos sobre mi vida para hacerme aparecer como una oveja descarriada”, escribió. “¿Por qué no investigan el verdadero curso de los acontecimientos?”.
Desde entonces, pocos casos han generado más investigación independiente.
Los investigadores, algunos de ellos obsesionados por el caso, siguen acudiendo en masa a los foros de discusión en línea para intercambiar hipótesis. El secuestro ha inspirado decenas de libros de investigación, películas, documentales e incluso musicales.
“Esta semana he recibido cuatro llamadas”, dijo Ferrara para ilustrar el interés que sigue despertando entre el público.
Gardner, de 89 años, dijo que una vez sugirió añadir un cartel sobre el archivo de Nueva Jersey.
“Abandonad toda esperanza los que entréis aquí”, dijo, tomando prestado un pasaje de la Divina comedia de Dante.
“Te metes en esto y no puedes salir”, dijo. “Es tan intrigante”.
Del Quentin Wilber escuchó la misma frase de Dante cuando investigaba un libro que está escribiendo sobre el caso para la editorial Simon & Schuster.
Wilber, editor de investigaciones en Washington para The Associated Press, dijo que había estudiado cientos de miles de registros del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, la Oficina Federal de Investigación, los archivos de Nueva Jersey y varias universidades.
“Sigue siendo este gran espectáculo estadounidense que atrae a la gente de forma obsesiva”, dijo Wilber, que está convencido de la culpabilidad de Hauptmann a pesar de los defectos del juicio, que han abierto el caso a un escrutinio incesante.
“Se apresusaron con un hombre culpable”, afirmó.
Una de las teorías más grotescas que han surgido desde la muerte del niño se detalla en el libro escrito por la jueza retirada de California Lise Pearlman.
Pearlman dijo que consideraba que la evidente ausencia de sangre en el bosque donde se encontró el cuerpo era la prueba irrefutable de que el niño había muerto en otra parte. Las preguntas que no se han planteado sobre la condición del cadáver y los objetos que se hallaron cerca de él la llevaron a especular que Lindbergh conspiró con Carrel, su amigo que trabajaba en el Instituto Rockefeller de Investigaciones Médicas, para experimentar con su hijo.
La exjueza escribió que el niño, que tenía una cabeza inusualmente grande y tomaba medicamentos para el raquitismo, les habría parecido prescindible a los hombres, quienes, como eugenistas, creían en mejorar la calidad genética de la población. Pearlman llegó a la conclusión de que cabía la “horrenda probabilidad” de que los hombres hubieran retirado los órganos del niño con la esperanza de lograr un avance médico que pudiera ayudar a la cuñada de Lindbergh, quien vivía con una válvula cardíaca dañada.
Para llegar a esta conclusión, Pearlman trabajó con un patólogo de Nueva Jersey, Peter Speth, quien evaluó los expedientes de la escena del crimen y de la autopsia, los cuales mostraban que los órganos del niño, excepto por el corazón y el hígado, no estaban en su cuerpo. En aquel entonces, los investigadores dedujeron que los animales en busca de alimento habían mutilado el cuerpo mientras yacía en el bosque.
Speth señaló que la aparente ausencia de parásitos en el cadáver del niño —así como pistas que sugerían que su rostro y sus pies se habían descompuesto más lentamente que otras partes de su cuerpo— indicaba que el cadáver se había dejado en el bosque mucho después del secuestro y que probablemente también se habían usado sustancias químicas que suelen encontrarse en laboratorios.
“Bruno no pudo haber planificado esto ni pudo haberlo llevado a cabo”, afirmó Speth en una entrevista. Se refirió a la ejecución de Hauptmann como un “error judicial terrible”.
La Academia Estadounidense de Ciencias Forenses suele incluir descargos de responsabilidad que señalan que las investigaciones que se presentan en sus conferencias no están verificadas, y los hallazgos de Pearlman no se han sometido a una revisión por pares. No obstante, un equipo de selección tuvo que haber aprobado la participación de Pearlman en la conferencia, y la academia publicó un resumen de sus hallazgos, lo cual es parte de sus procedimientos de rutina, según Jeri Ropero-Miller, científica y miembro de la academia.
Aun así, los autores que también han estudiado el delito y a sus personajes con sumo detalle cuestionan el libro de Pearlman y sus conclusiones extremas.
David Friedman, quien escribió The Immortalists: Charles Lindbergh, Dr. Alexis Carrel and Their Daring Quest to Live Forever, dijo que no había leído el libro de Pearlman pero que la teoría sobre Lindbergh y Carrel le parecía absurda.
“Eran hombres complicados y con defectos”, reconoció Friedman. “Pero la idea de que colaborarían en un acto de infanticidio me parece una tontería maliciosa”.
Love, pariente de Hauptmann, dijo que no se centraba tanto en averiguar quién era el culpable como en ayudar a borrar una mancha que había perseguido a su familia durante casi un siglo.
Su objetivo, dijo, era exponer los límites de la ciencia y la justicia en la década de 1930.
“Con la histeria y lo horrible del crimen, la policía quería poner un bonito final”, dijo.
“Pero en el sistema judicial actual el resultado habría sido totalmente distinto”.
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