
Néstor Saldívar | Foto: Fuente externa
Por Néstor J. Saldívar
En los últimos meses, dos noticias han marcado la conversación sobre la movilidad internacional de los ciudadanos dominicanos. La primera, divulgada en abril de este año y respaldada por un informe de la Presidencia de la República, revelaba que el pasaporte dominicano permite actualmente viajar sin necesidad de visa a más de setenta países. La segunda, publicada esta semana, anuncia la implementación del pasaporte electrónico en República Dominicana. Ambos acontecimientos, aunque distintos en su naturaleza, se complementan al proyectar un mismo mensaje de que el pasaporte dominicano gana cada vez más fuerza, prestigio y reconocimiento en el escenario global.
La apertura de más de setenta países a los dominicanos sin requerir un visado previo no es un hecho menor. Se trata de un reflejo de la confianza que se ha ido construyendo a través de la diplomacia, el comercio y las relaciones internacionales. En la medida en que una nación logra ampliar los destinos donde sus ciudadanos pueden ingresar libremente, también se consolida la percepción de estabilidad, credibilidad y seriedad de su política exterior. Ese crecimiento en el ranking mundial de los pasaportes debe entenderse como un capital diplomático que abre puertas a los viajeros individuales y a toda la nación en sus aspiraciones de ampliar su presencia y su voz en las mesas de negociación internacionales.
La República Dominicana, como país emergente con un peso económico creciente en el Caribe, se beneficia directamente de esta apertura. El hecho de que sus ciudadanos puedan desplazarse con mayor facilidad significa más turismo emisivo, más intercambios académicos, más negocios y, en general, más oportunidades para crear vínculos con el resto del mundo. Pero el beneficio no está únicamente en la movilidad. Lo esencial es que este posicionamiento abre espacio para sentarse con actores estratégicos como Estados Unidos, la Unión Europea o Canadá con un historial que demuestra confianza y apertura. A mayor credibilidad internacional, mayores probabilidades de negociar acuerdos que, en un futuro, faciliten aún más el acceso de los dominicanos a los países más desarrollados.
Soñar con un escenario donde un dominicano pueda entrar sin visa a Estados Unidos o a la Unión Europea puede parecer lejano. Sin embargo, el proceso avanza paso a paso. Cada país que se suma a la lista de destinos libres de visado constituye un precedente. La apertura de Jamaica en marzo pasado, por ejemplo, demuestra que en la región hay voluntad política para seguir integrando a República Dominicana a un sistema de libre movilidad. Si hoy son setenta países, mañana podrían ser ochenta, noventa o más. Y con cada escalón que se sube en el ranking mundial de pasaportes, se refuerza el argumento de que un día no será necesario un visado para ingresar a esos centros de poder que hoy todavía nos exigen trámites largos y costosos.
La segunda noticia, la introducción del pasaporte electrónico, refuerza este camino. El pasaporte electrónico es mucho más que un documento físico con un chip insertado. Representa seguridad, modernidad y confianza. Al almacenar la información biométrica del titular, reduce drásticamente las posibilidades de falsificación y eleva los estándares de control migratorio a niveles comparables con los países más avanzados del mundo. Para los dominicanos, esto significa que al presentar su pasaporte en aeropuertos internacionales, el proceso de verificación será más volao, más seguro y con menos posibilidades de sospecha o revisión innecesaria.
En un mundo donde la seguridad es un criterio fundamental para los acuerdos de libre tránsito, el pasaporte electrónico coloca a la República Dominicana en una posición competitiva. Muchos países desarrollados condicionan sus políticas de exención de visas a la existencia de pasaportes electrónicos, precisamente porque garantizan que la identidad de cada viajero está verificada con altos estándares tecnológicos. Al dar este paso, el país se alinea con las mejores prácticas internacionales y elimina uno de los argumentos que tradicionalmente se utilizan para restringir el acceso a los dominicanos en ciertas fronteras.
La diferencia entre un pasaporte convencional y uno electrónico no es un detalle menor. El documento analógico, aunque cumple su función básica, depende exclusivamente de la verificación manual y de la confianza en sellos, firmas y hologramas que son vulnerables a la falsificación. El pasaporte electrónico, en cambio, integra un chip que almacena datos biométricos —como huellas digitales o rasgos faciales— que solo pueden ser verificados en sistemas especializados. Esto significa que un dominicano con pasaporte electrónico podrá pasar por controles automatizados en aeropuertos de países desarrollados, reduciendo el tiempo de espera y, lo más importante, demostrando que el país de origen cumple con los mismos estándares tecnológicos que ellos exigen.
Las implicaciones van más allá del viaje individual. La sola existencia de un pasaporte electrónico dominicano abre el camino a nuevas conversaciones con gobiernos que, hasta ya, se mostraban reticentes a flexibilizar sus políticas migratorias hacia nuestros ciudadanos. Al mejorar la seguridad documental, se fortalece la posición de República Dominicana como socio confiable. Este avance se convierte en un argumento adicional para ampliar acuerdos de cooperación, programas de intercambio académico o iniciativas de turismo mutuo. En otras palabras, cada dominicano que presente su pasaporte electrónico en un aeropuerto no solo estará identificándose como viajero, sino también como ciudadano de un país que se moderniza y se alinea con las exigencias globales.
Visto en conjunto, los dos hechos, el acceso sin visa a más de setenta países y la implementación del pasaporte electrónico, proyectan un mismo mensaje: la República Dominicana está subiendo de nivel en el tablero internacional. La fortaleza de un pasaporte no se mide únicamente por la cantidad de destinos que permite visitar, sino por la calidad de los acuerdos y la confianza que genera. Y en ambos frentes, el país muestra avances significativos.
En un tiempo en que la movilidad global se ha convertido en un indicador de desarrollo, el pasaporte dominicano deja de ser solo un documento de viaje para transformarse en símbolo de la relación del país con el mundo. La facilidad de viajar sin visa y la seguridad del pasaporte electrónico no son concesiones aisladas, sino señales de un proceso de integración internacional que debe continuar con inteligencia y visión. De ahí que sea fundamental aprovechar este momento para redoblar los esfuerzos diplomáticos, diversificar los acuerdos y consolidar una política exterior que traduzca este capital en beneficios tangibles para los ciudadanos. La meta no debe limitarse a sumar países a la lista actual, sino a alcanzar un punto en el que los dominicanos puedan entrar a las principales economías del mundo sin más requisito que mostrar su pasaporte. Ese será el verdadero triunfo de esta evolución.
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