
Néstor Saldívar | Foto: Fuente externa
Por Néstor J. Saldívar
La República Dominicana vuelve a tener embajador de los Estados Unidos después de más de siete años sin una figura con rango pleno acreditada oficialmente. Este hecho, más allá de la formalidad diplomática, tiene un peso político y simbólico que no debe pasar desapercibido. En un contexto de redefinición de la política exterior norteamericana y de aumento de tensiones migratorias en el continente, el nombramiento de una embajadora marca un punto de inflexión para la relación entre ambos países.
Desde la salida de Robin S. Bernstein, quien sirvió como embajadora desde 2018 hasta 2021, la legación estadounidense en Santo Domingo había funcionado bajo encargados de negocios y representantes interinos. En otras palabras, durante siete años República Dominicana no contó con un embajador confirmado por el Senado norteamericano. Para un país con más de dos millones de dominicanos o descendientes viviendo en Estados Unidos y que constituye uno de los principales socios comerciales y aliados estratégicos de Washington en el Caribe, esa ausencia diplomática era una señal preocupante. Con la confirmación de una nueva embajadora, Estados Unidos envía a una representante envía un mensaje: la República Dominicana vuelve a ocupar un lugar de relevancia en su mapa diplomático, comercial y migratorio.
La presencia de un embajador en funciones siempre ha significado algo más que una figura protocolar. Un embajador es, en esencia, la voz directa del gobierno de Estados Unidos ante un país. Es quien interpreta, defiende y ejecuta la política exterior en terreno, y quien tiene acceso privilegiado a los espacios donde se toman decisiones sensibles. Su ausencia prolongada deja un vacío en los flujos de información, en la coordinación de políticas y en la representación efectiva de intereses compartidos.
En este caso, el regreso de una figura de alto rango a la Embajada en Santo Domingo llega en un momento clave. La República Dominicana ocupa un punto estratégico en el Caribe, no solo por su ubicación geográfica sino por su rol como puente comercial, logístico y migratorio entre el norte y el sur del continente. Es una nación con estabilidad política, crecimiento sostenido, una clase media en expansión y un ecosistema empresarial que ha sabido diversificar inversiones provenientes de Estados Unidos. Tener nuevamente una embajadora activa significa mayor confianza, mayor inversión y mayor interlocución.
Pero la implicación más visible para la gente común estará en el terreno migratorio. Con una embajadora confirmada, los procesos consulares tienden a ser más fluidos, más coordinados y, sobre todo, más representativos de las prioridades del Departamento de Estado. Temas como los tiempos de espera en citas de visa, la atención a ciudadanos estadounidenses en el país, la cooperación en seguridad fronteriza y el tratamiento de casos humanitarios podrán abordarse con un nivel de autoridad y compromiso mayor. Un embajador puede elevar solicitudes, gestionar recursos y canalizar iniciativas de cooperación directa que un encargado interino no tiene facultad para promover con la misma fuerza.
En términos económicos y comerciales, esta designación fortalece el clima de confianza. Las empresas dominicanas con inversión estadounidense, y viceversa, valoran la estabilidad institucional como un indicador de seguridad jurídica. La llegada de una embajadora plena implica que habrá mayor respaldo a proyectos de inversión, iniciativas de infraestructura y acuerdos comerciales.
El impacto también se sentirá en la comunidad dominicana en Estados Unidos. Para millones de compatriotas que viven y trabajan allá, la relación bilateral entre ambos gobiernos tiene efectos reales: acuerdos sobre intercambio educativo, colaboración en seguridad, programas de movilidad laboral y de reunificación familiar. La diplomacia no se queda en los salones del Palacio Nacional o el Departamento de Estado; se traduce en políticas que afectan directamente a las familias dominicanas de aquí y de allá.
La llegada de una embajadora también contribuye a la confianza institucional y a la percepción internacional de estabilidad del país. Estados Unidos no envía a cualquier funcionario a un destino que considera inestable. La designación de una diplomática con experiencia en seguridad, inteligencia y política hemisférica demuestra que Washington ve en la República Dominicana un aliado confiable, capaz de sostener una relación madura y estratégica. Es, en sí misma, una señal de reconocimiento al liderazgo político y a la estabilidad económica que el país ha mostrado en los últimos años.
¿Quién es Leah Francis Campos?
Leah Francis Campos es una profesional con una trayectoria poco común en el cuerpo diplomático. Antes de ser nominada embajadora, trabajó como oficial de casos en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y posteriormente como asesora principal para el Hemisferio Occidental en el Comité de Asuntos Exteriores de la lente de Representantes de Estados Unidos. En 2012 incursionó en la política, participando en las primarias republicanas para el Congreso por el estado de Arizona. Su perfil mezcla experiencia en inteligencia, política y diplomacia, lo que la convierte en una figura de pensamiento estratégico y visión de seguridad integral.
En su audiencia ante el Senado, habló de sus raíces familiares: hija de un veterano estadounidense de ascendencia mexicana y de madre española, se describió como “producto del sueño americano”. Su testimonio incluyó un mensaje de fe, trabajo y gratitud hacia Estados Unidos, reflejando un estilo personal marcado por el conservadurismo, la devoción católica y la defensa de valores familiares. Es madre de cuatro hijos y ha expresado abiertamente su compromiso con la vida y la familia, así como su convicción en los principios de la economía de libre mercado.
Todo indica que su agenda en República Dominicana estará alineada con tres prioridades centrales de la administración Trump: fortalecer la presencia estadounidense en el Caribe, frenar la influencia china en la región, y promover canales migratorios legales y ordenados. No se trata, por tanto, solo de una embajadora política, sino de una emisaria con mandato estratégico. Su designación, confirmada el 7 de octubre de 2025, cierra un largo ciclo de vacío diplomático y abre una nueva etapa de diálogo más directo, más estructurado y, potencialmente, más fructífero entre los dos países.
Para la República Dominicana, su llegada representa la reafirmación de una alianza. Una alianza entre dos pueblos profundamente entrelazados por la historia, el comercio, la cultura y la migración. Y en un momento donde la movilidad humana se ha vuelto el gran tema del siglo XXI, tener una voz oficial de Washington en Santo Domingo vuelve a colocar a la República Dominicana, una vez más, en el centro del mapa de las decisiones hemisféricas.