
Una de las cosas que más necesita la democracia dominicana es instituciones fuertes que no se tambaleen ante cualquier brisa, si realmente queremos tener un país del que todos nos sintamos orgullosos.
En buen dominicano, que las cosas funcionen, sin importar si tal o cuál partido se encuentra gobernando.
El ejemplo que todos queremos seguir, obviamente, es el de Estados Unidos, donde (exceptuando en estos días de incertidumbre de Trump) casi todo funciona de la misma manera, sin importar quién esté sentado en la oficina Oval.
Si hablamos de instituciones fuertes, por otro lado, debemos mencionar a Perú, donde el Congreso destituyó la semana pasada a la presidenta Digna Boluarte, y ha tenido ocho presidentes en los últimos 10 años, incluyendo seis destituciones.
No es que lo ideal para un país sea que un congreso destituya presidentes a diestra y siniestra, pero el régimen de la ley funciona, hasta para el más “poderoso” de la pirámide política gubernamental.
A eso debe aspirar la República Dominicana, no a destituir mandatarios, pero sí a que su Suprema Corte de Justicia, su Tribunal Constitucional, su Junta Central Electoral y su Tribunal Superior Electoral no estén sujetos a un gobernante de turno.
Necesitamos, por igual, un Poder Judicial más eficiente, con más recursos y que sea más ágil en todo el sentido de la palabra.
Por unas casi tres décadas nos hemos dado el lujo como país de mantener una estabilidad política y social envidiable. Debemos aprovechar, ya, y también darle el empuje que necesitan nuestras instituciones para solidificarse y que se acabe el relajo que existe en muchas partes.
Ese sería un gran legado para una generación joven que necesita mejores ejemplos, que conoce y sabe cuándo las cosas no están bien y que es lo suficientemente inteligente para darse cuenta cuando la están engañando. Pongámonos en eso.