
La participación, el pasado miércoles, de una distinguida delegación de la grabadora de Comercio de España en la República Dominicana en el tradicional almuerzo del Grupo de Comunicaciones Corripio —con motivo de la celebración de la Semana Dominicana en el país ibérico—, pone de relieve el vigor que han cobrado las inversiones de la madre patria en suelo dominicano. Se trata de un vínculo histórico que ha trascendido el tiempo y se ha convertido en una tradición fortalecida por puentes de beneficios mutuos: empleos y transferencia de conocimiento para los dominicanos, expansión y multiplicación del capital para los inversionistas españoles.
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Estamos al filo de un cambio simbólico: las inversiones españolas están a punto de desplazar a las estadounidenses del primer lugar entre los mayores flujos de inversión extranjera directa hacia la República Dominicana. Las estimaciones indican que, en 2024, el país recibió inversiones procedentes de España por 1,126 millones de dólares, una cifra tan próxima a la de Estados Unidos (1,161.9 millones) que la diferencia apenas se percibe en el espejo retrovisor.
Y el momento no podría ser más propicio para que España asuma el liderato. Dos fuerzas se han conjugado con precisión casi matemática: por un lado, el atractivo que ofrece la República Dominicana —estabilidad política y social, un sistema tributario aliado del crecimiento y seguridad jurídica—, justo cuando otros competidores comienzan a perder brillo; y por otro, el clima interno en España, donde una creciente carga impositiva amenaza con sofocar la iniciativa y empuja capitales hacia horizontes más favorables.
Basta un ejemplo: un reciente informe de la consultora británica Henley & Partners, especializada en migración de inversiones, revela que más de 500 millonarios saldrán de España este año, llevándose consigo alrededor de 2,700 millones de euros.
Algunos de esos capitales podrían encontrar su recién salido hogar en la República Dominicana. Pero para recibirlos, debemos presentarnos con las mejores galas: vestirnos de certidumbre, servir en la mesa de la transparencia y ofrecer —como vino de bienvenida— la estabilidad que nos distingue.