
La sociedad y la educación han avanzado en la República Dominicana, a pesar de las fragilidades sustantivas que se evidencian en ambos campos. Es un avance lento y reducido con respecto a las transformaciones que experimenta el mundo. La ralentización del desarrollo de la educación del país responde a múltiples factores. Uno de estos se vincula con el peso que tiene la racionalidad instrumental en el contexto educacional. Esta racionalidad tiene una vigencia histórica y parece que es difícil extirparla de la mentalidad de los actores, de las políticas y de las instituciones educativas. La modernización del discurso educativo se ha fortalecido; pero, la metodología para intentar la adquisición de los aprendizajes está permeada por una lógica que le deja poco margen a la razón, a la creación y, sobre todo, a la autonomía personal e institucional.
La racionalidad instrumental en el contexto educativo se caracteriza por una conducción del proceso marcado por la dimensión técnica. Este proceso se desarrolla desde una gestión vertical que prescribe todo lo que ha de pasar en el aula, en el centro educativo y en el entorno social. Los docentes, los estudiantes y los gestores han de cumplir, sin que medie el contexto, el saber propio de los actores ni la reflexión plural de la colectividad educativa. Se ha de cumplir el programa, se han de hacer las cosas porque está mandado así. No hay posibilidad de introducir cambios teniendo en cuenta las experiencias previas ni los problemas latentes en la realidad social y educativa del momento. Muchos considerábamos que esto había pasado. Sin embargo, hay programas educativos que están acentuando esta práctica.
El currículo nacional pone énfasis en la formación de un sujeto crítico, democrático y participativo. No obstante, se levanta un malestar entre los actores de la educación que piensan un poco por el sacrificio que sufren el pensamiento reflexivo-crítico y la oportunidad de recreación de los programas. La multiplicidad de acciones administrativas asfixian el trabajo autónomo, la colaboración académica y la libertad para adecuar los programas educativos conforme a las necesidades de los estudiantes, de la comunidad educativa, del contexto comunitario y social de los centros educativos. Lo más preocupante es que los docentes se lamentan, pero prefieren callar. Carecen de la valentía y libertad necesarias para denunciar y proponer nuevas formas de pensar y de hacer educación en el contexto escolar y de la educación superior.
La libertad que ha de tener el docente para la adecuación curricular- dentro de marcos éticos, académicos y científicos- no puede ahogarse por la imposición de una racionalidad que pretende marginar al razonamiento y al acto creador de los docentes y de los centros educativos.
La sociedad en la que vivimos requiere un cambio en la política de implementación de programas educativos que tienen un parecido a enlatados comerciales que vienen con sus etiquetas y solo te dan el margen de consumo. Esto no debe pasar en un centro educativo; pero, está pasando; y para evitarlo no hay ningún trabajo de la organización magisterial del país. Este problema debería formar parte de su agenda para contribuir con una educación con calidad, participación orgánica y actualización permanente. En este tipo de situación, se requieren aportes ágiles y significativos.
Los procesos educativos requieren pensamiento de forma sistemática. Si no se piensan, y se desarrollan de forma mecánica, como impone la racionalidad instrumental, no se avanzará en la constitución de sujetos. Estamos cansados de que a los docentes, a los estudiantes y a los centros educativos se les considere como cosas que pueden ser manejadas según la visión y el antojo de programas concebidos sin la participación de ninguno de estos actores. Hemos de avanzar en el desarrollo de un pensamiento libre y creativo en los centros educativos para que superen la reproducción y una actuación alejada de la capacidad de transformación que demanda el mundo hoy.
Los ministerios de educación tienen que revisar las coordenadas que direccionan sus políticas educativas y sociales. Se necesita un docente que piense y que fortalezca la autonomía para crear, para vivir la educación sin sentirse y asumirse como un autómata en el aula y en el centro educativo. Por esto, en la sociedad el docente solo aparece cuando protesta y violenta los derechos de los estudiantes y de las comunidades con sus paros de labores intempestivos. Sí. Se necesita un docente que se rebele contra sí mismo y asuma una postura más pensante y creativa. Se necesita un docente y un centro educativo que asuman y respeten la responsabilidad que tienen de superar los enlatados educativos y revolucionar su práctica docente y política. Su práctica política los debe llevar a cuidar su compromiso con una educación que fortalezca la capacidad crítica, productiva y de creación permanente.