
El pensador francés, testigo privilegiado de la joven república estadounidense y autor de La democracia en América[1], podría ofrecernos claves vigentes casi dos siglos después: la fuerza de la religión como sustento moral, el ganancia de las asociaciones ciudadanas, la autonomía local como escuela de libertad y la necesidad de costumbres políticas que fortalezcan, más allá de las leyes escritas, el tejido democrático. En ese diálogo ficticio, Tocqueville respondería, desde su obra y su espíritu, a preguntas sobre la República Dominicana actual, iluminando con su mirada clásica nuestros dilemas contemporáneos.
A quien lo homie, lo invito a desmenuzar mi diálogo imaginario con nada más y nada menos que Alexis de Tocqueville (1805-1859), quien fue uno de los primeros pensadores críticos en enjuiciar el coqueteo prístino, en suelo americano, con la democracia social y política.
FIF: Buenas noches, señor Tocqueville, le agradezco que acceda a conversar conmigo a pesar de lo tardío de la hora. Ante todo, quisiera delimitar el terreno de la conversación. No entraremos en aguas profundas, con eso de la cuestión urticante de si la Casa Blanca de hoy gobierna a la nación estadounidense como si fuera una maquinaria política que no negocia, no escucha y no construye puentes, ni con sus aliados, ni con sus enemigos. Ese mundo dejado a un lado, la cuestión que me ocupa hoy es, exclusivamente, la salud de la democracia dominicana.
A ese propósito, quisiera oír viva voz de usted, en función de los mismos criterios que empleó para evaluar la democracia estadounidense entre 1835 y 1840, cómo enjuiciaría la democracia dominicana contemporánea.
Tocqueville: Buenas noches, señor Ferrán. Gracias por sacarme del baúl de los recuerdos y darme la oportunidad para expresarme de fresco. Permítame empezar recordándole el principio y fundamento de la sociedad política estadounidense, desde 1776 hasta finales de la cuarta década del siglo XIX: la igualdad de condiciones que transforma las costumbres, las leyes y las pasiones políticas de la entonces joven nación.
Ese fenómeno social —o sea, la igualdad que integra, que se extiende y transforma a los unos y a los otros, hasta que llega a ser, por fin: E pluribus unum (‘De muchos, uno’) no es un simple enunciado o dato social. Y no lo es, pues modela los valores y la conducta pública y privada de toda la población, sin importar la procedencia geográfica, las divergencias étnicas y tampoco las diferencias culturales que adornaran a los muchos otros que buscaban compartir el denominado “American dream” o sueño mal llamado “americano”.
FIF: Interesante punto de partida… Sin embargo, ¿cómo aplica usted ese cimiento a una democracia tan imberbe como la dominicana?
Tocqueville: Antes de responderle, permítame decirle lo que busco en una democracia sana: (1.º) hábitos cívicos vigorosos —lo que yo llamé los “habits of the heart” (‘hábitos del corazón’), eso que los antropólogos sociales unos 150 años más tarde identificarían como patrones de comportamiento culturales—. (2º) Un tejido de asociaciones libres que enseñe a los ciudadanos a actuar en común, por medio de acuerdos realistas, legítimos y legales. (3.º) Instituciones locales efectivas y autónomas. (4º) El vigor de una prensa y tribunales independientes capaces de enfrentar desafueros. Y (5.º), un equilibrio entre igualdad y libertad que impida que la mayoría atropelle a las minorías.
Entiéndase bien: si un régimen político posee esos elementos, libertad e igualdad coexisten y florecen.
FIF: Muy bien, pero ¿podría saber qué le preocupa de todo eso? ¿Observa debilidades en esos puntos?
Tocqueville: Me preocuparían dos peligros distintos, aunque complementarios. El primero es lo que describí como la “tiranía de la mayoría“: la mayoría, entendida aquí como voluntad conjunta, puede castigar o excluir a quienes discrepan de dicha voluntad, no por violencia directa, sino por la presión social y política que hace imposible que el ejercicio de libertad sea real y efectivo. Esa posibilidad aparece cuando las instituciones no protegen suficientemente las libertades individuales.
El segundo es lo que llamé despotismo blando (o despotismo “mild/soft“). Resulta ser que, en sociedades democráticas, el poder puede volverse tutelar y paternalista —no violento, pero sí sofocante— regulando todo con normas y servicios que van anulando la iniciativa e independencia individual de cada sujeto. El ciudadano, acostumbrado a que el Estado le provea y dirija, termina cediendo su independencia moral y política bajo el peso de tanto paternalismo.
FIF: Pero en concreto, Sr. Tocqueville, ¿qué advierte en el caso dominicano? ¿Qué señales harían sonar las alarmas?
Tocqueville: Hablemos en condicionales, porque mi juicio se basa en principios más que en informes actualizados, puntuales:
- Si la sociedad civil dominicana es débil, por efectos de su vulnerabilidad e inoperancia —si asociaciones ciudadanas, juntas de vecinos, cooperativas, iglesias y clubes, gremios, sindicatos…, no ejercen control social y ofrecen espacio formativo a la ciudadanía— entonces esa democracia pierde su “entrenamiento” o condicionamiento capaz de procurar una cultura ciudadana democrática que evite la dependencia exclusiva del Estado político.
Usted me habló de alarmas, pues oiga una de ellas: cuantas veces predomine la vulnerabilidad, la doble moral y/o el mero vedetismo de las organizaciones sociales, hay sobrados motivos de alarma. Tal y como escribí en el pasado, es en el presente. “En los países democráticos, la ciencia de la asociación es la ciencia madre.”
- Si la opinión pública se estructura en torno a clientelismos y a partidos políticos que rehúyen las críticas y persiguen a quienes discrepen, la ‘mayoría’ se convierte en vulgar bisturí en manos de arbitrarios e improvisados galenos. En ese momento, los derechos de la minoría quedan a merced de la voluntad dominante. Ahí comienzan a sonar las sirenas, al ritmo del látigo de la servidumbre, pues aflora la tiranía en cualquier sociedad.
- Si las instancias judiciales y la prensa no operan con suficiente autonomía real, efectiva, la contención de abusos quedará erosionada. La existencia de medios libres y tribunales respetados es una condición sine qua non para que el o los más fuertes y poderosos degraden el orden legal e institucional vigente, con la mandarria de sus opiniones camufladas como mayoría y sus letanías de antojos y arbitrariedades.
- Si la administración pública tiende a centralizar y a sustituir a la sociedad civil en la resolución de necesidades cotidianas —regulando y asistiendo todo—, se corre el riesgo del despotismo blando: el progreso material quizás surja, pero el carácter ciudadano se debilita.
FIF: En otro orden de cosas, sin limitarnos de una vez al mundo de lo condicional recién esbozado, ¿cómo evaluaría su desempeño democrático de la nación dominicana, teniendo en cuenta su organización social, su institucionalidad y fenómenos que los afectan como el populismo y el presidencialismo que condicionan toda su vida política?
Tocqueville: Amigo mío, quizás me repita. Si lo hago, dada la relevancia de lo que estaría repitiendo, me excusa. Lo que usted me pregunta confirma algunos de los peligros que ya vislumbré en mi tiempo, hace ya 200 años calendario.
El populismo, esa tendencia a poner toda la confianza en un hombre que se presenta como intérprete del pueblo, es expresión de lo que describí en estos términos: “La mano del pueblo que pesa sobre mi cabeza, me inclino porque no puedo resistirla, pero me sofoco e me indigno al mismo tiempo”
¿Entiende? La coacción ejercida como si fuera el sacrosanto pueblo que me cae encima, me ahoga e indigna en razón de su efecto represivo.
FIF: Entonces, ¿usted sostiene que el populismo es una variante pseudo-[2]democrática del despotismo
Tocqueville: Justamente. En las sociedades democráticas existe la tentación de sacrificar la libertad en nombre de una igualdad o de una cercanía ficticia con el pueblo. Lo advertí en mi escrito primero, La democracia en América: “El despotismo me parece particularmente temible en las épocas democráticas. (…) La igualdad facilita que los hombres no vean en su semejante más que a un ser semejante y a menudo los aparta de pensar en los lazos comunes que los unen”.
FIF: Entonces, ¿qué opinión le merece el tantas veces citado presidencialismo dominicano, con tanto poder concentrado en el Ejecutivo?
Tocqueville: Le resumo en unas líneas lo que escribí sobre los peligros del poder centralizado: “Cuando el poder ejecutivo se halla en manos de un solo hombre que, armado con todos los privilegios del soberano, interviene directamente en los negocios de cada ciudadano, la libertad está siempre en peligro”.
La incidencia del Poder Ejecutivo deviene por inercia una forma de presidencialismo, si no está limitada, relativizada, custodiada por contrapesos suficientemente fuertes y resistentes a cualquier exceso abusivo del poder estatal. De no existir tal contrapeso, el Estado de derecho se desliza inexorablemente por una pendiente natural que todo lo arrastra hacia el abismo fatal del autoritarismo. Ayer, hoy y mañana también.
FIF: Entonces, desde su óptica, populismo y presidencialismo se retroalimentan, recíprocamente, en la democracia dominicana.
Tocqueville: ¡Exactamente! El populismo refuerza el poder presidencial al crear una dependencia emocional –e incluso material– del pueblo en general hacia el líder, protector y proveedor; mientras que el presidencialismo facilita al populista concentrar los resortes del poder y lograr sus objetivos políticos y otros con menos críticas e impedimentos. Óigalo bien, ningún pueblo, ni siquiera el dominicano, tiene los líderes que se merece. ¡No, señor!, tienen los que se les parecen. Ahí está el mal de fondo.
Por consiguiente, como dicen por allá, la fiebre no está en la sábana. El remedio a las deficiencias democráticas no está en abolir uno o todos los regímenes democráticos, sino en cultivar asociaciones libres, prensa independiente y contrapesos efectivos, que permitan al ciudadano no ser súbdito, sino interventor y actor consciente de la vida pública en la que está llamado a hacer sus contribuciones consciente y responsablemente.
FIF: Cambiando de contexto, ¿cree usted que la religión tiene un papel en esos regímenes?
Tocqueville: Sí y no. En mi observación americana encontré que la religión, aun sin ejercer poder político directo, forjaba hábitos morales que facilitaban el uso de la libertad. Permítame repetirlo, tal y como lo formulé originalmente:
“Religion in America takes no direct part in the government of society, but it must nevertheless be regarded as the foremost of the political institutions of that country.”
(“La religión en Estados Unidos no participa directamente en el gobierno de la sociedad, pero debe ser considerada como la más importante de las instituciones políticas de ese país.”)
En otras palabras, las creencias y las normas morales públicas pueden ser un freno a la carrera del interés privado y una base de solidaridad.
Si en la República Dominicana la religión permanece como factor moral que promueve la responsabilidad política y la solidaridad ética, eso es una ventaja gracias a la cual todos ganan; pero, si se instrumentaliza como mercancía clientelar y privilegios pecuniarios, se degrada y diluye su aporte.
FIF: ¿Qué políticas o prácticas recomendaría usted, dadas las cosas políticas en suelo dominicano?
Tocqueville: ¿Algunas recomendaciones, inspiradas en mi diagnóstico…? Veamos,
1. Fomentar la autonomía local. Fortalecer, –tal y como hubo de recomendar, aunque sin mayores consecuencias, el trinitario singular por excelencia, Juan Pablo Duarte,– los gobiernos municipales y las competencias comunales para que los ciudadanos practiquen la autogestión. Eso así porque la experiencia del “town meeting” estadounidense me mostró que la práctica local forma carácter cívico.
2. Proteger y desarrollar las asociaciones no partidarias, como única forma de no politizar, esterilizar, las actividades de la sociedad dominicana. Subsidios o reconocimientos indirectos pueden ayudar, pero la iniciativa privada debe prevalecer. Las asociaciones deben nacer de la iniciativa ciudadana; su libertad es esencial, puesto que demuestra que la acción colectiva, sin depender del aparato estatal, es la fuente primera y última de ganancia personal, familiar, social, económico y nacional.
3. Garantizar la independencia judicial y la pluralidad de los medios. Los tribunales y la prensa deben ser muros de contención contra la mayoría arbitraria y contra clientelismos. Donde fallan, se instala la arbitrariedad suave.
4. Evitar la sustitución absoluta del Estado a la sociedad. El Estado debe proveer un marco regulatorio y servicios, pero no suplantar la iniciativa social; demasiada protección práctica y normativa conduce al tedio político y al “aplanamiento” del espíritu cívico.
FIF: ¿Diría, entonces, que la democracia dominicana está en peligro?
Tocqueville: No puedo emitir un veredicto categórico sin observar las instituciones y las prácticas concretas. Solo puedo afirmar lo siguiente con seguridad tocquevilliana: la fortaleza de una democracia depende menos de su régimen formal (votos, constitución) que de las costumbres políticas y de la vitalidad de la sociedad civil.
Si esas costumbres se erosionan —por clientelismo, por prensa cooptada, por centralización administrativa, por pérdida de independencia judicial y/o por ‘papeletas’ y canonjías en los predios del Parlamento o en el Congreso—, la democracia se vuelve frágil y propensa tanto a la tiranía de la mayoría como al despotismo blando.
FIF: ¿Algo de esperanza para terminar?
Tocqueville: Mucha, muchísima; siempre y cuando la ciudadanía dominicana democrática no renuncie a ejercer y defender sus derechos en esa república.
En verdad, donde existe vida asociativa, prensa crítica y tribunales respetados, la democracia se renueva. No es la perfección la que sostiene una democracia, sino la enmienda constante de sus propias limitaciones. A los ciudadanos que se reúnan, deliberen, resuelvan problemas juntos y velen por el top funcionamiento de sus instituciones.
Si en la República Dominicana se cultivan esas prácticas —y si la familia y la educación promueven hábitos de respeto y previsión— entonces la igualdad de condiciones será fuente de progreso en libertad y, jamás, semilla de sometimiento.
de una vez bien, y antes de terminar, por favor. Recuerde que mi libro de referencia no es solo una advertencia: es una invitación a cuidar los hábitos del corazón.
FIF: Muchísimas gracias, don Alexis de Tocqueville. Ya amanece, así que dejemos para otra ocasión qué dirían los clásicos, desde Platón y Aristóteles hasta llegar a Locke y Rousseau, sobre el mismo tema. Al fin y al cabo, fue gracias a tantos otros autores clásicos que usted encontró abrigo de tantas revoluciones y tiranías, cada una de ellas más despótica y errática que la anterior.
[1] Autor de La democracia en América. Obra publicada en dos volúmenes, respectivamente, en 1835 y 1840. Traducción de Eduardo Nolla. Madrid: Alianza Editorial, 2010.