Cada temporada de lluvias, la imagen se repite con una frecuencia y Melisa no es la excepción, con antecedentes alarmantes que rayan en la tragedia nacional con solo recordar los últimos años en mes de noviembre: avenidas convertidas en ríos caudalosos, vehículos ahogados (yo lo he vivido), viviendas anegadas y comunidades enteras incomunicadas. La República Dominicana, y en particular el Gran Santo Domingo, enfrenta una epidemia de inundaciones urbanas cuyas causas profundas no solo residen en la intensidad de las precipitaciones, sino en un caldo de cultivo generado por la indisciplina ciudadana y una crónica falta de políticas públicas efectivas en infraestructura hídrica, un caso muy singular es ¨NAGUA¨ que desde que llueve un poco fuerte simplemente queda paralizado por el agua.
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Las consecuencias son hoy un desastre visible: una «epidemia» de vehículos perdidos, daños materiales incalculables, y lo más grave, la puesta en riesgo constante de la vida y muchas personas haciendo vida en medio de las aguas con fiestas, alcohol, bañándose y arrojando basura. La crisis revela un fallo sistémico en la planificación urbana y en la conciencia colectiva en torno a la gestión del agua.
La Peligrosa Fusión de Causas
El problema de las inundaciones en el país no es simple, sino la convergencia de varios factores críticos que se potencian entre sí:
La Indisciplina y Mala Costumbre Ciudadana: La falta de la Conciencia la causa más inmediata y evitable es la mala costumbre de arrojar basura y desechos sólidos a las calles y cañadas, especialmente cuando comienza a llover. Plásticos, botellas, escombros y todo tipo de desperdicios se convierten en proyectiles flotantes que terminan por colapsar los imbornales y el ya deficiente sistema de drenaje.
Este acto de indisciplina individual tiene un impacto colectivo devastador. Al obstruirse la entrada del agua a las tuberías, se obliga a la escorrentía a permanecer y acumularse en la superficie, transformando rápidamente las calles en lagunas peligrosas que inmovilizan el tránsito y penetran en hogares y negocios…Solo recordar años atrás como el rio Ozama desbordo esta realidad con millones de desperdicios que fueron a parar al malecón de Santo Domingo.
El Déficit Crónico de Infraestructura
A la indisciplina se suma una responsabilidad institucional histórica: la falta de una infraestructura moderna y con mantenimiento. Los expertos y la experiencia diaria señalan tres ausencias cruciales: Falta de Mantenimiento a los Sistemas Pluviales Existentes: Las escasas alcantarillas e imbornales que existen a menudo están llenas de sedimentos y basura. La limpieza y el mantenimiento preventivo no se realizan con la frecuencia y profundidad necesarias para asegurar su funcionalidad óptima, dejando la red inoperante ante la primera lluvia fuerte.
Ausencia de un Sistema Nacional de Aguas Residuales y Cloacales Adecuado: En muchas zonas, las aguas residuales (sanitarias) y las aguas de lluvia (pluviales) corren por el mismo cauce o utilizan sistemas rudimentarios. Esta mezcla es antihigiénica, contamina los acuíferos y cuerpos de agua, y sobrecarga una infraestructura que no fue diseñada para manejar ambos volúmenes simultáneamente, multiplicando el riesgo de desbordamientos e inundaciones.
La Carencia de un Verdadero Sistema de Drenaje Pluvial: La mayor parte de las zonas urbanas, y notoriamente el Distrito Nacional, no cuentan con un sistema de drenaje pluvial diseñado para la densidad poblacional actual ni para los volúmenes de precipitación exacerbados por el cambio climático. Un alto porcentaje de la superficie del Gran Santo Domingo está impermeabilizada (cemento y asfalto), y el agua no tiene por dónde infiltrarse ni ser evacuada eficientemente, dependiendo de sistemas obsoletos o inexistentes.
El Costo Humano y Material del Colapso: Las consecuencias de esta negligencia doble (ciudadana y estatal) son dramáticas y recurrentes: Pérdidas Materiales Monumentales: La «epidemia de vehículos ahogados» y las casas inundadas representan un golpe directo al patrimonio de miles de familias. La pérdida de electrodomésticos, muebles y el daño estructural a las viviendas obliga a costosas y extenuantes reparaciones.
Poblados Incomunicados y Aislamiento: Las inundaciones repentinas cortan el paso en carreteras y vías principales, dejando poblados enteros marginados o incomunicados, interrumpiendo el comercio, el acceso a servicios de salud y la vida productiva.
Riesgos Sanitarios y de Salud Pública: El desborde de aguas negras mezcladas con el agua de lluvia crea un ambiente propicio para la proliferación de enfermedades (agua en que personas se bañan y divierten en medio de las lluvias) como la leptospirosis, el dengue y las diarreas agudas, poniendo en jaque el sistema de salud.
Deterioro de la Calidad de Vida: El miedo constante a la lluvia, el caos vehicular y la incertidumbre elevan los niveles de estrés y reducen la calidad de vida de los habitantes de la capital y otras zonas vulnerables.
Sin ser un experto creo que la Solución Impostergable tiene ¨como diría el ilustre embajador Juan Jose Martínez¨ varias aristas;
La solución a la crisis de inundaciones en la República Dominicana requiere un cambio de paradigma que combine conciencia colectiva y voluntad política. Es urgente la creación y ejecución de un Sistema Nacional de Alcantarillado Público y Drenaje Pluvial Maestro que:
Separe las Redes: Implemente de forma progresiva sistemas separados para aguas sanitarias y pluviales.
Invierta en Infraestructura: Construya la infraestructura de drenaje pluvial necesaria, incluyendo túneles, colectores de gran capacidad y zonas de retención hídrica.
Priorice el Mantenimiento: Establezca un programa de mantenimiento preventivo y limpieza de imbornales y alcantarillas durante todo el año.
Promueva la Educación Ciudadana: Lance campañas permanentes y rigurosas para penalizar y erradicar la costumbre de arrojar basura a las calles.
El agua no es el problema; el problema es la falta de una cultura del agua y de políticas públicas que le ofrezcan un camino seguro para su desalojo. La República Dominicana debe saldar su deuda hídrica para que la lluvia sea bendición y no sinónimo de desastre y angustia.