La escritora mexicana Laia Jufresa (Ciudad de México, 41 años) se aferra a su idioma y a las palabras como quien se sujeta fuerte a un pedazo de madera en medio de una violenta tormenta. El lenguaje, los idiomas y una identidad siempre fija, pero itinerante, son quizá la columna vertebral de su formación y de su carácter; el rasgo distintivo de su literatura profunda y personal, llena de un humor inteligente y una forma de narrar las cosas del mundo con una simplicidad que fascina. En su libro Veinte, veintiuno (Random House, 2023) la autora cuenta a través de los ojos y los muchos lenguajes de su pequeña hija la forma en la que ella y su familia vivieron el confinamiento por la pandemia del coronavirus en su casa, en Escocia. Esta, su más reciente obra publicada, es en parte diario de aquellos dÃas, que, además, demuestra un poco de la experiencia de ser una mujer escritora mexicana que ha vivido más de la mitad de su vida lejos de su paÃs.
Jufresa creció rodeada de sonidos de palabras desconocidas y de acentos que no comprendÃa y que, desde pequeña, le urgÃa descifrar. Escuchó las tonalidades de un México multilingüe, un acercamiento al que tuvo acceso a través de su madre, antropóloga, que la llevaba con ella a las comunidades indÃgenas a vivir breves temporadas. También presenció las charlas de su madre en italiano con sus amigos cercanos, y el catalán en la casa familiar de su padre. Comenzó a leer en inglés, porque su abuelo le mandaba libros desde Estados Unidos, y poco a poco este arcoÃris de idiomas fue determinando su relación con la literatura: âYo creo que la experiencia de no entender lo que está pasando siempre es algo que te marca mucho. Mi experiencia con el idioma, con el lenguaje, que es mi materia plástica, finalmente tiene que ver con eso.â
La también autora de Unami, una novela publicada en 2015, que le dio mayor reconocimiento internacional âfue traducida a varios idiomas y ganó el premio de mejor primera novela en el festival de primeras novelas de Chambéry y el PEN Translates Awardâ, creció en el Estado de Veracruz, pasó su adolescencia en Francia, y ha vivido en Argentina, España, Alemania y Escocia. Recuerda que siempre ha tenido la inquietud de escribir como cuando se va a un lugar, un espacio en el que por decisión se entra para hacerlo con todos los sentidos y conscientes de las consecuencias que ese acto pueda tener: âCuando realmente empecé a escribir, era muy adolescente y oÃa pura música gringa, escribÃa poesÃa adolescente en inglés. Luego me fui a vivir a Francia y me puse a hacer teatro, lo primero que yo realmente escribÃa en serio en mi vida fue eso, teatro en francésâ, cuenta.
El teatro le dio una concepción de la creatividad que le sirvió en adelante: la presencia. Para Jufresa, escribir es un ejercicio de juego e improvisación, de confianza y de paciencia âde un no querer controlar el textoâ: âLo que yo pienso cuando pienso que escribir es un lugar al que vamos, y vamos en serio, es que estamos en este cuarto que luego desaparece, porque eso es lo que quieres hacer para el lector. Para lograr que un lector hoy apague su teléfono celular y lea un libro, tienes que lograr teletransportarlo. Lo que hacemos los artistas en general, es lograr regresar a la gente a esa presencia del juego. Cuando tú ves a un niño jugando, ves que se lo está tomando muy en serio, pero además está logrando que se desvanezca todo alrededor y está entrando a nuestra realidad, que para él eso es muy real, eso es la presenciaâ, explica.
Esa visión infantil que descubre el mundo y que le pone las palabras que encuentra a su alcance para nombrarlo es justamente lo que está presente en Veinte, Veintiuno, esta especie de diario âen confinamiento por la pandemia del coronavirusâ que Jufresa construyó develando sus miedos y expectativas, encerrada en su casa con su pareja y con su hija; y que fue nutriéndose de las reflexiones que la autora hacÃa sobre su identidad como una mujer escritora mexicana y de la forma en la que Olivia, su hija, empezaba a entender su propia vida.
[Ahora sé que yo nunca perderé mi lengua. Pero me angustia imaginar que mi hija sÃ. Es una angustia espejo, una proyección. Cuando imagino que Olivia un dÃa deje de lado el español, me duele en parte porque veo en esa pérdida mucho más que un idioma. Veo mis pérdidas. Los afectos lejos. La familia que no ve crecer a mi hija. El paÃs que dejé y al que no quiero volver. Por muchos factores, pero también en parte porque ya no existe. Desaparece con cada desaparecido. Se lo comieron las balas. Lo cercenan las tanquetas].
México, el hogar en la maleta
âAlgún dÃa le tendré que decir la verdad a mi hija. Que me fui de México por Violencio. Porque el 16 de agosto de 2008, a unos metros de mÃ, en una callecita de Creel, Chihuahua, llegaron dos camionetas llenas de hombres con metralletas y dispararon sin mirar a quién. Y aunque a mà no me tocó bala, sà se murió algo dentro, ahÃ, ese dÃa, y decidà que yo preferÃa el exilio del miedoâ, dice Jufresa en una de las páginas de su libro. La violencia le llevó a vivir fuera de México, pero también le dio una distancia que le ha servido para poder darle forma a su escritura y a sentirse cómoda cuando le ponen la etiqueta de escritora mexicana: âEsta idea de las escrituras nacionales yo la he ido abrazando. Pero sigo sintiendo que es poco reducir la literatura a su nacionalidad, creo que la razón principal por la cual me ha dejado de irritar es porque estoy muy orgullosa de lo que es la literatura mexicana hoy en dÃa, me parece que es bestial lo que se está haciendo en México y que además es todo muy diversoâ.
Parte de los que explora la autora en Veinte, veintiuno son las razones objetivas que la han llevado a vivir su vida lejos de su paÃs, pero también esas capas âno exploradasâ en la obra, como su relación con la autoficción, su perfección a la hora de escribir, y la forma en la que ella se planteaba en el mundo. âMás que una mujer mexicana, lo que para mà fue muy choquetante cuando volvà de Francia, a los 18 años, es darme cuenta de que yo no habÃa sentido la discriminación hacia mujeres porque habÃa vivido en una serie de burbujas. Y cuando llegué a vivir en el D.F. âseguÃa siendo una situación muy privilegiadaâ empecé a tener becas de escritura y a vivir la misoginia por hombres y mujeres. Yo estaba en lugares superintelectuales donde llegaba una mujer que era la profesora y saludaba solo a los hombres de la mesa. Tuve becas donde el profesor me tronaba los dedos, ya por no hablar de cosa como el acoso y otras mucho más gravesâ, recuerda.
Escribir es un lugar
En 2008, Jufresa se enamoró de una idea, de la posibilidad de una figura que guiara, motivara y contuviera a personas que, como ella, tuvieran inseguridades y problemas a la hora de escribir. Después de prepararse exhaustivamente y enfocar esfuerzos para hacer esa idea una realidad, creó en 2020 Escribir es un lugar âuna plataforma, un foro donde mujeres que quieren escribir reciben orientación y guÃa para darle forma a sus proyectosâ y se convirtió en coach. âCuando vi lo que estaba pasando en México, que las mujeres no estaban pudiendo escribir nada, decidà lanzar un curso. Pensé que yo tengo esas herramientas, y lo que voy a hacer es lanzar un curso para compartirlas con escritoras ahà y que las usen. Lancé esa primera convocatoria pensando en que si se inscribÃan 10 mujeres serÃa buenÃsimo, y lo hicieron 65â³.
La autora también ha creado el pódcast con el mismo tÃtulo. En su sitio web deja constancia de los objetivos que tiene para las mujeres que se acercan a buscar su ayuda. âMi relación con la escritura no siempre ha sido ni sencilla ni pacÃfica, por eso llegué al coaching y por eso ahora me dedico a esto: porque sé que un apoyo de este tipo puede significar que una escritora no abandone sus sueñosâ, dice.
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