Los mitos que están destruyendo Gaza | América Futura


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El 18 de octubre de 2023, la escritora brasileña Eliane Brum publicó en este diario una columna titulada La deshumanización de los animales, que comenzaba citando las declaraciones del ministro de defensa de Israel, Yoav Gallant, tras los terribles ataques perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023: “He ordenado un asedio completo de la Franja de Gaza… Estamos luchando contra animales humanos y estamos actuando en consecuencia”. Con mucha lucidez, Brum denuncia de inmediato la estrategia retórica implícita en animalizar al enemigo; señalaba también que para hacer funcionar esa deshumanización es necesaria una maniobra intelectual previa: privar a los animales de dignidad y de consideración moral. Obviamente no se puede ser humanitario con los animales porque no son humanos. Pero esta obviedad, nos recuerda Brum, es producto de una “perspectiva eurocéntrica” que choca con muchas otras cosmovisiones en las que los demás seres vivos son concebidos como personas y la “humanidad” no es lo que nos distingue sino lo que nos hermana con ellas. Para salir del horror provocado por la deshumanización de los animales (tanto los de nuestra especie como los de otras), plantea la necesidad de “la descolonización radical del pensamiento”.

A cuatro meses del comienzo del asedio, la “deshumanización” de Gaza continúa. Con honrosas excepciones, el mundo no se empeña en detenerla. Alguien podría decirme: bueno, uno tiene que atender otros asuntos, como por ejemplo escribir sobre el medioambiente latinoamericano, cosa que tendrías que estar haciendo en esta columna. Sí, esa voz imaginaria tiene razón, y le juro que estoy a punto de evocar a la fauna americana.

En 1900, un estadounidense llamado Benjamin Corbin publicó una “Guía para el cazador de lobos” (Corbin’s Advice), en cuya introducción dice (la traducción es mía): “Soy un cazador nato, un verdadero Nemrod de los de antes [Nemrod es un mítico cazador de la Biblia]. Mi padre cazada pieles-rojas con Daniel Boone, hacía muescas en el cañón de su arma, una muesca por cada cuero cabelludo”. Estas líneas son un embutido de mitos que siguen operando en la actualidad: la creencia en la predestinación (cazador nato), la identificación con el pasado bíblico (un Nemrod de los de antes) y la deshumanización genocida (cazar pieles-rojas, identificando a los pueblos americanos con animales salvajes). A partir de ahí, que Corbin se dedicara a exterminar lobos resulta totalmente “natural”.

El exterminio de especies y pueblos nativos ha sido paralelo en muchos procesos colonizadores. En Tasmania, la extinción de los tilacinos (los “lobos” de esa isla) fue ligeramente posterior a la de los pobladores originarios: Fanny Cochrane Smith, la última persona con ascendencia tasmana, murió en 1905, y el último tilacino murió en 1936 en un zoológico.

En Norteamérica, el exterminio del bisonte fue un medio para derrotar a los pueblos de las planicies que dependían de él. El Gobierno y las empresas ferrocarrileras pagaban recompensas a cambio de sus pieles (las fotografías de montañas de cráneos de bisonte son tristemente famosas). Una vez que se hubo vencido a los nativos, el siguiente obstáculo para la colonización era el lobo. Corbin y sus lectores fueron muy exitosos en su empresa. En menos de un siglo, los lobos ya habían sido eliminados casi por completo en Estados Unidos y México. En la década de 1970 ya sólo quedaban cinco lobos de la subespecie mexicana, que fueron capturados en Chihuahua y Durango para recuperar la especie en cautiverio.

El nexo entre la erradicación de la fauna, Latinoamérica y la colonización también puede encontrarse en los diarios de Theodor Herzl (1860-1904), escritor y activista reconocido como uno de los fundadores del sionismo político moderno. El antisemitismo recrudecido en la Europa decimonónica (especialmente en el Este, donde proliferaron los pogromos) convenció a Herzl y a muchos otros de que su pueblo sólo estaría a salvo de la persecución milenaria, de la segregación, la expulsión y el exterminio, si lograba establecer un estado nacional.

En 1895, Herzl comenzó a escribir un diario sobre este proyecto que entonces parecía utópico. “Si fuéramos a Sudamérica -apuntó el 11 de junio-, que tendría mucho a su favor debido a su distancia de la militarizada y sórdida Europa, nuestros primeros tratados estatales tendrán que ser con repúblicas sudamericanas” (traduzco de la versión inglesa de de Harry Zohn de Los diarios completos de Theodor Herzl). En esa época, Palestina pertenecía al Imperio Otomano y Herzl no descartaba la opción de establecerse en algún lugar distante, territorialmente extenso y con una población menos renuente a la inmigración judía (el país que menciona con más frecuencia en sus diarios es Argentina).

Consciente de lo inhóspita que resultaría la naturaleza sudamericana para los colonos, Herzl escribe en su diario al día siguiente (12-06-95): “Si nos mudamos a una región en la que haya animales salvajes a los que los judíos no están acostumbrados, grandes víboras, etcétera, usaré a los nativos, antes de darles empleo en los países de tránsito, para el exterminio de estos animales. Recompensas elevadas por pieles de víbora, así como sus crías”.

La especie elegida por Herzl como ejemplo de los animales salvajes latinoamericanos por desgracia resuena dolorosamente con la situación actual. En 2014, Ayelet Shaked, ahora exministra de Justicia y del Interior de Israel, difundió un discurso donde el periodista Uri Elitzur llamaba a los atacantes palestinos “víboras”, y apelaba a la destrucción de sus familias y casas para evitar la cría de futuras “pequeñas víboras”. El 21 de noviembre de 2023, en una entrevista en el Canal 13, Shaked afirmó: “Necesitamos que dos millones se vayan. Sinceramente, esa es la solución para Gaza”.

El desplazamiento y exterminio de poblaciones de nuestra especie, o de otras especies, se justifican una y otra vez sobre la base de que nosotros, mas no ellos, gozamos de una condición especial, superior, una predilección divina que nos vuelve genuinamente “humanos”, de tal suerte que los demás pierden la humanidad cuando cometen actos violentos, mientras que nuestra humanidad no se ve cuestionada por nuestras propias agresiones. Esa incongruencia, esa doble moral, es signo inequívoco de que la “humanidad” invocada en estos contextos no es más que un mito etnocéntrico del que nos urge emanciparnos.

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