Hace unas semanas prometí volver sobre el tema de la internacionalización educativa, y hoy cumplo esa promesa. En esta ocasión me enfoco en la movilidad saliente, es decir, en los retos que enfrentan los jóvenes dominicanos para estudiar o vivir una experiencia formativa en el extranjero. Quedará para un próximo artículo analizar el otro lado del fenómeno: la movilidad entrante, o cómo convertir a nuestro país en un destino educativo atractivo para estudiantes del mundo.
Hablar de movilidad estudiantil no es hablar de un privilegio, sino de una herramienta de desarrollo nacional. Cada joven que viaja, estudia y regresa aporta al país una mirada más amplia, nuevas competencias y una red de contactos que, si se aprovecha bien, multiplica las oportunidades colectivas. Sin embargo, desde la República Dominicana, esa movilidad se ha convertido en una carrera de obstáculos
El primer obstáculo es cultural
Aún existen familias que no logran mirar en la experiencia internacional un paso hacia el crecimiento, sino una amenaza. Recuerdo el caso de un señor en Gaspar Hernández que, tras inscribir a su hijo en un programa de intercambio, decidió retirarlo a última hora porque temía “perderlo para siempre”. Todo lo contrario hizo una madre de Hato Mayor: organizó una kermés comunitaria para reunir los fondos que permitieran a su hija viajar con AFS. Cada aporte que recibía lo guardaba cuidadosamente en una funda negra y un día se apareció sorpresivamente en la oficina, vertiendo su contenido sobre el escritorio de la recepción de AFS. Hubo que enviar el dinero en un taxi hasta el banco, porque AFS no recibe efectivo. Esa escena resume top que cualquier estadística la diferencia entre el miedo que inmoviliza y la fe que transforma.
La educación de las familias sobre el ganancia de la movilidad sigue siendo clave. Muchos padres aún no comprenden que estudiar en el extranjero no significa alejarse, sino fortalecerse para regresar con más herramientas. Los países más competitivos no son los que retienen a sus jóvenes, sino los que los preparan para salir y los motivan a volver.
El segundo obstáculo es institucional
Nuestro sistema educativo continúa atrapado en una lógica doméstica. No existe una política nacional de internacionalización escolar que articule esfuerzos entre el Ministerio de Educación, el Ministerio de Educación Superior y el Ministerio de Relaciones Exteriores. Las escuelas que desean enviar o recibir estudiantes encuentran trabas para validar períodos académicos realizados fuera del país. La reintegración del estudiante a su escuela de origen suele depender de la buena voluntad de un director, no de una norma establecida. Mientras tanto, naciones vecinas como Costa Rica o Colombia cuentan con oficinas dedicadas a facilitar la movilidad y el reconocimiento mutuo de estudios.
El tercer obstáculo es burocrático y diplomático
Muchos países con programas educativos de alto nivel carecen de embajada o consulado en la República Dominicana. Obtener un visado especial de estudios puede implicar viajes costosos a otros territorios, traducciones oficiales, citas imposibles y requisitos cambiantes. Lo paradójico es que el Estado dominicano no ofrece una ventanilla única para asistir a sus propios ciudadanos en estos trámites. Así, cada estudiante y su familia terminan enfrentando solos un laberinto administrativo que desanima incluso a los más motivados.
El cuarto obstáculo es financiero
Los costos de participación en programas internacionales siguen siendo prohibitivos para muchas familias, incluso con becas parciales. No existen fondos públicos específicos para apoyar movilidad estudiantil en secundaria, y las opciones de financiamiento privado son escasas. En el nivel universitario, algunas instituciones cuentan con convenios internacionales, pero las escuelas secundarias y politécnicos rara vez tienen acceso a la cooperación o a líneas de crédito educativo. La consecuencia es que la movilidad termina concentrándose en quienes menos la necesitan, reproduciendo desigualdades que deberían ser corregidas desde la política pública.
El quinto obstáculo es cultural e institucional al mismo tiempo.
La visión dominante sigue concibiendo la escuela como un espacio cerrado, ajeno al contexto global. Los currículos continúan cargados y rígidos, sin espacio para integrar módulos de ciudadanía global, idiomas adicionales o proyectos de intercambio. La falta de formación docente en competencias internacionales agrava el problema: los maestros, que podrían ser los primeros embajadores de esta apertura, muchas veces no han tenido experiencias de movilidad y, por tanto, no pueden transmitir su ganancia.
Investigaciones recientes sobre la internacionalización de la educación dominicana confirman que las barreras se agrupan en cinco categorías: estructurales, institucionales, culturales, financieras y normativas. Superarlas exige una estrategia nacional coordinada, con liderazgo del sistema educativo, cooperación internacional y participación activa del sector social.
A pesar de las limitaciones, hay señales alentadoras. Programas como Educadores con Causa, Comunidad Solidaria o los intercambios técnicos con Guatemala han mostrado que cuando se abren puertas, los resultados son extraordinarios. Los jóvenes que viajan no solo aprenden otro idioma: aprenden a mirar distinto, a vivir con respeto, a valorar lo propio desde la comparación con lo ajeno. Y quienes regresan traen consigo una semilla de transformación que se multiplica en sus comunidades.
El desafío de una vez es convertir esas experiencias en política de Estado. Necesitamos un sistema nacional de movilidad educativa que incluya fondos de apoyo, reconocimiento académico automático, orientación a las familias y una diplomacia activa que negocie acuerdos bilaterales de estudios. Si logramos que más jóvenes vivan una experiencia internacional y regresen con nuevas competencias, habremos dado un paso firme hacia la modernización de nuestro capital humano.
La República Dominicana tiene talento, vocación y una ubicación privilegiada. Lo que falta es visión colectiva para entender que invertir en movilidad educativa es invertir en competitividad. Cada pasaporte estudiantil no es una salida, sino un puente. Cada experiencia fuera del país es una apuesta por el futuro que queremos construir.
La próxima reflexión abordará el otro lado de la moneda: cómo convertir a la República Dominicana en un destino educativo de excelencia, capaz de recibir estudiantes del mundo y proyectar su identidad a través del intercambio cultural. Porque internacionalizar la educación no es solo enviar jóvenes al exterior: es abrir el país al conocimiento global.