La natalidad en República Dominicana ha presentado una baja notoria en los últimos 10 años con un descenso en la cantidad de nacimientos ocurridos y registrados en 2024, respecto a los registrados en el 2014.
El último año el registro civil reportó 137,946 nacimientos, mientras que en el 2014 esta cifra se ubicaba en 176,766, es decir 38,820 menos, conforme revela el Anuario de Estadísticas Vitales de 2024 de la Oficina Nacional de Estadística (ONE).
Alrededor de 26,000 mujeres de origen haitiano alumbraron en República Dominicana durante el año 2023, según datos publicados por la Oficina Nacional de Estadística, por tanto para 2050 tendremos en la isla más haitianos que dominicanos.
Del total 91,661de nacidos vivos en los hospitales de la red pública, 58,511 corresponden a madres dominicanas, para un 63.8%; 32,967 a madres haitianas, un 36%, Uno de los principales cambios dentro de la población económicamente activa de las naciones, ha sido2050 justamente la inserción paulatina y en aumento, de las mujeres al mercado laboral. Una de las razones para su inserción ha sido sin duda la necesidad de colaborar con el sustento familiar, pues los ingresos individuales no satisfacen las necesidades familiares.
La razón anterior se sustenta en el resultado positivo de planteamiento hipotético del estudio realizado por Easterlin, en el que relaciona la tasa de fertilidad con el índice de ingreso relativo intergeneracional, “calculado a partir de la proporción entre el ingreso actual del esposo y el nivel de ingreso experimentado por éste durante su adolescencia en su hogar de crianza. La educación ocupa también un lugar significativo entre los motivos para la inserción laboral femenina a través de los años.
Estudios
como los realizados por Álvarez (2002) y Bratti, muestran que la educación es un factor clave para la decisión de tener o no hijos. Álvarez encontró que la participación de la mujer en el mercado laboral en España, “reduce la probabilidad en un 68% de tener el primer hijo, un 80% de tener el segundo hijo, y un 78% para el tercero”. Por su parte Bratti, considera que la educación actúa a través de diferentes vías en relación a la fecundidad. Por ejemplo, se encuentra la edad del matrimonio, afectación sobre el número de hijos que se tienen luego del matrimonio. El mayor nivel educativo incrementa el enganche de las mujeres en el mercado de trabajo, y las mujeres más educadas posponen tener hijos.
En las últimas décadas, el mundo ha atravesado transformaciones profundas: avances tecnológicos acelerados, flujos migratorios masivos, tensiones geopolíticas, una economía global crecientemente interconectada y el impacto del cambio climático.
Estos procesos no solo han redefinido la forma en que producimos e interactuamos, sino que también han tensionado nuestras formas de organización: desde las dinámicas familiares y los sistemas de cuidado infantil y de adultos mayores, hasta la capacidad de los Estados para sostener redes de bienestar.
En este contexto, una de las transformaciones más decisivas para el futuro de la humanidad ha sido la transición demográfica.
Hoy, el fenómeno demográfico ocupa un lugar central en la agenda internacional. Las familias tienen menos hijos mientras la esperanza de vida se prolonga gracias a avances médicos, científicos y tecnológicos. En efecto, más de la mitad de los países
registran tasas de fecundidad por debajo del umbral de reemplazo3 (2,1 hijos por mujer), y se estima que más del 80% de los cambios recientes en la población total se explican por la caída de la natalidad Este doble movimiento (caída de la natalidad y aumento en la esperanza de vida) amenaza con desestabilizar los equilibrios económicos y sociales.
Las causas son múltiples y enraizadas en transformaciones sociales, económicas y culturales de largo plazo. La literatura destaca tres motores: (1) expansión de la educación —especialmente femenina—; (2) crecimiento económico con urbanización y descenso de la mortalidad; y (3) cambios culturales en proyectos de vida, roles de género y concepción de la familia. En conjunto, la persistencia de estas transformaciones no solo inició, sino que además consolidó y prolongó en el tiempo la transición demográfica que también experimenta Chile, con profundas implicancias económicas y sociales.
En ese marco, la reconfiguración de las dinámicas familiares actúa como un mecanismo que sostiene y profundiza la transición: hogares más pequeños, menor fecundidad y redefinición de roles de género —con mayor inserción femenina en educación y empleo— reordenan la provisión de cuidados y los patrones de consumo. Por esta vía, la estructura etaria envejece y la base laboral se estrecha, amplificando las presiones sobre los sistemas de seguridad social y exigiendo replantear la productividad, la inversión en capital humano y el diseño de políticas de salud, cuidados e infraestructura para una población mayor.
La transición demográfica comenzó en Europa Occidental y Norteamérica durante el siglo XIX, impulsada por la industrialización y la mejora progresiva de las condiciones sanitarias. Estas transformaciones redujeron de manera significativa la mortalidad infantil y aumentaron la esperanza de vida, lo que a su vez disminuyó el incentivo a mantener niveles elevados de fecundidad como estrategia de reemplazo.
Durante el siglo XX, este proceso se consolidó y dio paso a una nueva etapa caracterizada por transformaciones culturales e institucionales: mayor inserción laboral y educativa femenina, secularización, nuevos patrones de convivencia y redefinición de los roles de género. La literatura ha denominado esta fase como segunda transición demográfica, según la cual, tanto la fecundidad como la mortalidad se mantiene en niveles muy bajos. Sin embargo, como advierte Goldin, los cambios materiales y culturales no avanzan a la misma velocidad. Esta fricción entre nuevas identidades y aspiraciones —particularmente las de
las mujeres— y un aparato institucional rezagado ha sido determinante en países que atravesaron transiciones aceleradas, donde la caída de la fecundidad fue más abrupta.
La caída en las tasas de natalidad, junto con el envejecimiento poblacional, está reconfigurando la estructura demográfica de los países. Este proceso afecta no solo la sostenibilidad de los sistemas de seguridad social, sino también el crecimiento económico, el ahorro, la productividad y, en última instancia, las normas sociales y estructuras de incentivos que influyen en la vida familiar.
La literatura ha documentado con amplitud estas consecuencias, que aquí se organizan en tres dimensiones: económica, de seguridad social y cultural.
Por: Rafael Emilio Bello Díaz.