
«En la escala de un país mucho más pequeño como nuestra República Dominicana, con desigualdades sociales peores, injusticias a granel y mucha corrupción, la tragedia político-social se reproduce con marcas neo coloniales y neoliberales extremas y aberrantes.»
El panorama político-social de EEUU que describen el Senador de izquierda Bernie Sanders, el economista marxista Richard Wolff y un conjunto de analista norteamericanos de ideas avanzadas, no deja dudas sobre las brutales desigualdades y los procesos de empobrecimiento que impone su oligarquía capitalista, ni sobre la podredumbre que impera en el poder de esa súper-potencia mundial, en medio de su accidentada decadencia.
En la escala de un país mucho más pequeño como nuestra República Dominicana, con desigualdades sociales peores, injusticias a granel y mucha corrupción, la tragedia político-social se reproduce con marcas neo coloniales y neoliberales extremas y aberrantes.
Aquí, controlan la economía, el patrimonio público, el patrimonio natural, el Gobierno y el Estado, las 10 familias más ricas del país, las cuales poseen más riqueza que la mitad de la población.
Una oligarquía indecentemente opulenta junto a una partidocracia delincuente articuladas en variadas asociaciones de malhechores.
El sistema dominicano también se pudrió
Sí, de que se pudrió, se pudrió.
El Estado dominicano y sus gobiernos son administrados por los mecanismos del poder imperialista transnacional (Corporaciones, FMI, BM, BID, USAID, Comando Sur, CÍA, DEA, FBI…), por miembros de la OLIGARQUÍA CAPITALISTA nativa y dirigentes de los partidos más corrompidos; los cuales son insaciables en materia de corrupción y suman cada vez más podredumbre sobre la podredumbre acumulada, y más entreguismo desde la dependencia servil.
Del Estado delincuente dominicano, del poder gansterizado y subordinado a EEUU, del reino de la impunidad en este país, he hablado y escrito muchas veces. Incluso del narco-estado y la narco-economía imperantes.
Estos males en expansión no han sido cosas exclusivas de un partido denominado Partido Reformista Socialcristiano (PRSC), ni de un gobernante llamado Joaquín Balaguer, herederos de la tiranía de Trujillo, impuestos nuevamente por las tropas yanquis en 1966 y por sucesivos fraudes electorales.
Cierto que aquellos doce años, y luego los otros diez, para sumar veinte y dos años de gobierno, dieron lugar a un régimen no solo corrupto, sino también terrorista, corruptor, y complaciente con la oligarquía tradicional y sumisa frente al poder imperialista.
Entonces, sucedía algo inverso a la leyenda aquella del Rey Midas, del monarca aquel que convertía en oro todo lo que tocaba: Balaguer, por el contrario, lo convertía en porquería de la peor especie.
Y Salvador Jorge Blanco, Leonel Fernández, Hipólito Mejía, Danilo Medina le siguieron los pasos; mientras Abinader transita de una vez por ruta parecida, incluso más enlodada. La estafa de SENASA y su extremo lacayismo han venido a evidenciarlo.
Balaguer ciertamente hizo escuela.
Creó modelo.
Contaminó la cúpula del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), y de sus derivadas: la FP y al PRM.
Todos ellos corrompieron la política y las elecciones, y se plegaron a los designios imperialistas.
- DEGRADACIÓN NEOLIBERAL Y NEOCOLONIAL.
Además, todos estos males han sido potenciados al enésimo nivel por la «filosofía» neoliberal, con su despliegue privatizador y recolonizador, con su prédica individualista y su práctica egoísta; con la progresiva degradación de sucesivos gobernantes “made in usa” y la conversión acelerada de los ciudadanos/as en clientes, en consumidores/as de todo lo bueno y de todo lo malo, en piezas desechables de una maquinaria comercial.
Los convirtió en mercancías.
En este país el “éxito” personal estriba en la capacidad de hacer fortuna y de consumir en grande a costa de una gran parte de la sociedad, a la que publicitariamente se le ordena hacerlo sin poseer poder compra.
Se incita a consumir y “lujear” a costa de un pueblo al que se le empobrece hasta la indigencia y se le empuja desde arriba a la delincuencia menor, para beneficio de las elites militares, empresariales, burocráticas, tecnocráticas y partidistas.
Hubo una vez tiempos en los que el delincuente de estado actuaba con discreción. Pero ya no: la podredumbre ha dado un salto cualitativo.
Ese y otros delincuentes no se ruborizan ni se avergüenzan de las fechorías cometidas. Más bien sienten orgullo de ser lo que son, ya sean empresarios políticos o militares corruptos y corruptores.
Este fenómeno embarra todos los poderes del Estado y a las propias élites empresariales. Ninguno de ellos escapa a la podredumbre sin rubor. Corrupción e impunidad se abrazan en su seno, dentro de una práctica abierta y sin disfraces.
¿Por qué no hay cárceles para todos estos malandros de cuello, corbata y charreteras?
La respuesta es simple: porque los gestores del gobierno no pueden judializarse a sí mismos, mucho menos devolver todo lo que se roban cuando lo sorprenden robando..
Porque la delincuencia en el poder no persigue, ni condena a la delincuencia.
Son los mismos oligarcas mafiosos, los mismos políticos mafiosos, los que dominan la justicia.
El mal es estructural, sistémico y aquí – como dice Sanders y la izquierda estadounidense- tampoco eso se arregla con parches y reformas insustanciales, sino con revolución social y cambios políticos profundos a cargo del pueblo trabajador.