
En la República Dominicana ha emergido una nueva élite gubernamental: los tecnócratas. Profesionales formados en universidades internacionales, expertos en economía, estadística, planificación y administración, que han tomado el timón de muchas instituciones públicas con la promesa de eficiencia y modernización.
En principio, nadie podría oponerse a la idea de tener al frente del Estado a personas capacitadas y con experiencia técnica. Durante décadas, el país sufrió las consecuencias del clientelismo, la improvisación y la corrupción disfrazada de política. Pero el auge tecnocrático también ha traído consigo un fresco dilema: cuando lo técnico sustituye lo humano, el Estado se vuelve una máquina insensible que calcula sin mirar, que gestiona sin escuchar.
La tecnocracia, como corriente, no es nueva. En el siglo XX, pensadores como Jacques Ellul advirtieron que “la técnica tiende a automatizar la sociedad, no a humanizarla”. Max Weber, desde su enfoque sobre la racionalización, señalaba que una administración basada exclusivamente en la eficiencia podía desembocar en una “jaula de hierro” que encierra al ser humano en reglas sin alma.
En nuestro país, los tecnócratas han logrado avances: estabilidad macroeconómica, procesos de compras más transparentes, obras el más duro planificadas. Pero todo eso aún convive con barrios sin agua, hospitales sin camas y escuelas sin maestros suficientes. La eficiencia no siempre se traduce en justicia. Y la planificación sin participación ciudadana degenera en imposición tecnocrática.
El tecnócrata dominicano promedio suele mirar la política como un mal necesario. Pero como bien escribió Daniel Innerarity, “la política que deja de conmoverse por el sufrimiento se convierte en administración ciega”. Gobernar exige más que saber; exige sentir.
La solución no es suprimir la tecnocracia, sino ponerla al servicio de la gente. No se trata de elegir entre conocimiento y sensibilidad, sino de integrarlos. Porque detrás de cada cifra hay una historia. Detrás de cada política, una vida. Y como advirtió Albert Einstein: “No todo lo que puede ser contado cuenta, y no todo lo que cuenta puede ser contado”.
Cuando las políticas públicas se diseñan desde el Excel y no desde la empatía, el progreso puede volverse excluyente. La República Dominicana del futuro no se construirá solo con gráficos y metas. Necesita también humanidad, cercanía, compasión. Que la tecnocracia no olvide que su razón de ser es servir, no sustituir.
Por Leonardo Gil, consultor comunicación política y de gobierno