
La semana pasada, el Consejo Económico y Social (CES) de la República Dominicana dio a conocer el informe resultante del diálogo entre el gobierno del presidente Luis Abinader y los partidos y líderes nacionales. Entre estos se incluyen el oficialista PRM, liderado por el propio presidente Abinader y que cuenta entre sus principales dirigentes al expresidente Hipólito Mejía; el PLD, encabezado por el expresidente Danilo Medina; y la Fuerza del Pueblo (FP), liderada por el expresidente Leonel Fernández, además de diversos sectores sociales.
Uno de los puntos más relevantes de dicho informe —en el que gobierno y oposición coinciden— es el relativo a la labor diplomática dominicana frente a la crisis de Haití.
Una reorientación estratégica de la política exterior del país constituye un paso vital para los intereses de la República Dominicana.
El informe final del Diálogo sobre la crisis haitiana y sus implicaciones para la República Dominicana no es solo un llamado a la acción, sino una hoja de ruta que eleva el tema de Haití de una preocupación bilateral a un asunto de seguridad hemisférica.
Es un acierto reconocer que la inestabilidad en la nación vecina tiene repercusiones que trascienden las fronteras dominicanas, aunque sea la República Dominicana el país que recibe el impacto más directo y severo.
Históricamente, la República Dominicana ha afrontado la crisis haitiana de manera reactiva, respondiendo a los flujos migratorios y a la inestabilidad de forma aislada, al igual que a las críticas que se formulan en foros internacionales sobre su política migratoria hacia los inmigrantes haitianos indocumentados.
El informe del CES propone una diplomacia más activa y audaz. La sugerencia de posicionar la crisis en foros multilaterales como la ONU y la OEA es acertada. Es en estos espacios donde puede lograrse un consenso internacional y movilizar los recursos necesarios para una solución sostenible.
Precisamente, el presidente Luis Abinader ha aprovechado todas las participaciones en la ONU y otros foros internacionales para advertir de la necesidad de que la comunidad internacional acuda en auxilio de Haití, porque la República Dominicana no puede cargar sola con todo el costo de la crisis que sufre ese pueblo vecino.
No basta con esperar ayuda; es imperativo construir una narrativa que muestre a la comunidad global, de manera convincente, que el colapso de Haití no es solo un problema dominicano, sino una amenaza a la estabilidad de toda la región.
Uno de los puntos más destacados del informe es la insistencia en la necesidad del respaldo financiero de Estados Unidos a la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MSS). Aunque prometedora, dicha misión ha enfrentado obstáculos financieros.
El CES propone construir nuevas narrativas y alianzas para reactivar el interés de los gobiernos de los países más desarrollados. Esto implica ir más allá de los discursos tradicionales y presentar argumentos sólidos sobre cómo la estabilidad en Haití beneficia directamente la seguridad y los intereses de todas las naciones del continente americano.
La propuesta de crear mesas especiales sobre Haití en foros como la CELAC y la Unión Europea refleja esta nueva visión proactiva. Esto permitiría una mayor coordinación regional y evitaría que la carga de la crisis recaiga únicamente sobre la República Dominicana. Además, el fortalecimiento de la diplomacia multilateral —mediante la participación activa en coaliciones como el G7, los BRICS, la Unión Africana y el SICA— evidenciaría la madurez necesaria en la política exterior dominicana.
Se trata de diversificar los aliados y buscar soluciones en un espectro más amplio, reconociendo que la complejidad de la crisis haitiana exige una respuesta global.