
Hay que ser valientes y quitarse los pelos de la lengua. El problema eléctrico en República Dominicana no es solo técnico ni económico: es profundamente moral. La doble moral que subyace en la sociedad dominicana frente al sistema eléctrico revela una contradicción colectiva donde todos los actores, ciudadanos, empresarios, políticos y gobiernos, comparten responsabilidad, pero pocos asumen culpa.
Por un lado, se condena el robo de energía, mientras se tolera o incluso se practica la conexión irregular, la subfacturación y el uso fraudulento del servicio. Hay quienes justifican estas acciones como respuesta a un sistema injusto, pero al hacerlo perpetúan el mismo ciclo de ineficiencia y desigualdad. Mientras tanto, otros usuarios, que sí pagan correctamente, cargan con facturas infladas para compensar las pérdidas no técnicas, generando resentimiento y desconfianza.
Las pérdidas técnicas, por su parte, son el resultado de una infraestructura obsoleta y una falta crónica de inversión. Las empresas distribuidoras de electricidad Edenorte, Edesur y EdeEste, que deberían invertir anualmente al menos US$350 millones, operan con costos que desafían toda lógica empresarial, y los gobiernos han preferido postergar decisiones estructurales por temor al costo político. Se subsidia el sistema sin una estrategia clara, alimentando un modelo insostenible que consume recursos públicos sin garantizar calidad ni equidad.
El exceso de subsidios, lejos de ser una solución, se ha convertido en parte del problema. En lugar de focalizarse en los más vulnerables, se aplican de forma generalizada, beneficiando incluso a quienes podrían pagar el costo real del servicio. Esta distorsión no solo erosiona las finanzas públicas, sino que también refuerza la cultura del “todo gratis”, debilitando el sentido de corresponsabilidad ciudadana.
La doble moral también se manifiesta en el discurso político. Se promete eficiencia, transparencia y modernización, pero se mantiene un sistema que favorece intereses particulares y evita confrontar las verdaderas causas del colapso. Resolver el problema eléctrico requiere más que voluntad técnica: exige valentía política para asumir el costo de decisiones impopulares, pero necesarias. La fiebre no está en la sábana.
Paradójicamente, República Dominicana exhibe indicadores de crecimiento económico, liderazgo en turismo y atracción de inversión extranjera, mientras arrastra un sistema eléctrico que es símbolo de atraso y vergüenza. Esta contradicción revela que el problema, además de la falta de capacidad, es más de coherencia.
La solución no llegará mientras se mantenga la hipocresía colectiva. Se necesita un pacto ético, más que el tan mencionado, debatido y poco efectivo pacto eléctrico, donde cada actor, desde el consumidor hasta el propio Presidente de la República, asuma su rol con responsabilidad. Solo así se podrá transformar un sistema que hoy representa un elevado costo económico y una deuda moral con el desarrollo nacional.