“La sexualidad es un punto donde se articula el poder.” – Michel Foucault
En su ensayo “La metalógica de la no violencia”, el Dr. Johnny Mack explica que la mayoría de las personas entienden la violencia solamente como daño físico directo y suelen ser menos conscientes de sus sistemas e instituciones estructurales, o de sus normas y valores culturales.
Lo que el Dr. Mack plantea, rearticulando el pensamiento del Dr. Martin Luther King, es fundamental para comprender el momento actual en la República Dominicana: la violencia no comienza con golpes, armas o agresiones visibles, sino mucho antes, en la forma en que el Estado organiza sus reglas, define qué cuerpos son aceptables y decide a quién se le otorga dignidad plena.
Es decir, antes de que una persona resulte herida físicamente, ya pudo haber sido herida institucionalmente. Las leyes, los códigos internos, los protocolos y los sistemas de clasificación también pueden ejercer violencia. Y cuando esa violencia institucional está normalizada, sostenida por la autoridad y reproducida por la cultura, la violencia deja de verse como violencia. Se convierte en “lo normal”. Es crucial mirar precisamente ese nivel profundo: cómo una sociedad entera puede acostumbrarse a que ciertos grupos vivan bajo miedo, vigilancia o castigo sin cuestionarlo.
El Estado dominicano ha dado un paso sin precedentes hacia una práctica institucional de la no violencia, un acto clave del deber del Estado y fundamental para una República verdaderamente inclusiva.
La sentencia TC/1225/25 del Tribunal Constitucional, que elimina del Código de Justicia de la Policía Nacional y de las Fuerzas Armadas las disposiciones que penalizaban las relaciones entre personas del mismo sexo, marca un hito histórico no solo en los derechos para las personas LGBTQ+, sino en el Estado dominicano asumiendo la no violencia como política pública.
Michel Foucault explica que el castigo moderno no busca infligir dolor, sino ordenar instituciones. Una norma que penaliza la orientación sexual de una persona de la policía no mejora su disciplina, su rendimiento ni la seguridad pública. Sanciona un aspecto privado sin relación con el servicio. La sentencia del Tribunal Constitucional elimina un tipo de castigo que no producía orden ni aumentaba la eficacia institucional. Al contrario, generaba ocultamiento, desconfianza interna y pérdida de personal capacitado. Desde una lógica estrictamente institucional, es una corrección necesaria para modernizar la policía y alinear su normativa con prácticas funcionales y eficientes.
El Estado dominicano ha dado un paso sin precedentes hacia una práctica institucional de la no violencia, un acto clave del deber del Estado y fundamental para una República verdaderamente inclusiva.
La sentencia también abre una reflexión urgente sobre la humanidad de quienes integran la Policía. Si la función esencial de la seguridad pública es proteger la vida y garantizar la no violencia, ¿cómo puede hacerlo una institución que violenta a sus propios miembros desde adentro? Penalizar la orientación sexual dentro de la policía no solo discriminaba: les deshumanizaba, les obligaba a ocultarse, a vivir con miedo, a existir bajo sospecha permanente. Una institución que castiga identidades reproduce hacia adentro la misma lógica de violencia que después despliega hacia afuera. Al eliminar esta norma punitiva, el Estado da un paso hacia la humanización integral de la institución: un cuerpo policial que cuida debe estar compuesto por personas que también son cuidadas.
La inclusión es inclusión de todas las personas —o no es.
El universo está estructurado de tal manera que las cosas no funcionan correctamente si los seres humanos no son diligentes en su preocupación por los demás. El “yo” no puede ser yo sin los otros “yo”. Yo no puedo alcanzar la plenitud sin el “tú”. Los psicólogos sociales señalan que no podemos ser verdaderamente personas a menos que interactuemos con otras personas. Toda la vida está interrelacionada. Todos los seres humanos están atrapados en una red inescapable de mutualidad, unidos en una sola prenda de destino. —Martin Luther King Jr.