‘Desconocidos’: la bella intimidad de una pesadilla amorosa con Paul Mescal | Cultura


La verdadera historia de esta película está en el rostro abatido de Andrew Scott. Antes del presente más o menos cierto y fantasmal que cuenta el relato, el personaje que interpreta el formidable actor irlandés fue un niño triste y desconcertado por un tiempo que no era el suyo. La naturalidad para los que, como él, pensaban de un modo distinto y se excitaban con cosas indecibles aún estaba por llegar en buena parte de las sociedades. Como muchos otros adolescentes de los años ochenta en el Reino Unido, donde se desarrolla Desconocidos, y en tantos otros lugares del mundo, el chaval era rotundamente querido por su familia. Pero sus padres no sabían cómo ver ni afrontar su debilidad externa, sus llantos nocturnos, sus gustos musicales, su condición silente. Y se convirtió en un adulto solitario, creativo y receloso. Quizá en un desconocido.

Inspirado por la novela Strangers, publicada por el japonés Taichi Yamada en 1987, y de la que ya se había realizado una adaptación cinematográfica —Verano con un extraño (1988), de Nobuhiko Obayashi—, el británico Andrew Haigh ha compuesto una película dolorosa e implacable, romántica y reflexiva, pero sobre todo misteriosa, acerca del amor: el familiar, el sentimental, el sexual. Una obra de abrumadora estilización sobre un encuentro y un reencuentro. El encuentro con un vecino en un edificio mastodóntico y apocalíptico de Londres, recién inaugurado y que parece sacado de una novela de J. G. Ballard, en el que solo parecen vivir ellos, cada uno en un apartamento extremo; un lugar alejado del realismo, como toda la película, símbolo de la soledad de ambos. Y el reencuentro con unos padres a los que abrazar y contar, rememorar y celebrar. Aunque sea en el desconsuelo de la muerte.

Jamie Bell y Claire Foy rodean a Andrew Scott (de espaldas) en ‘Desconocidos’.

Es Desconocidos un trabajo asentado en el valor de sus interpretaciones y en su espeluznante sensación de desasosiego dentro de un relato calmo en apariencia. Aunque quizá sea al revés: en su espeluznante sensación de sosiego dentro de un relato angustiado. Una conmoción a la que se llega también a través de las formas. De la envolvente banda sonora de Emilie Levienaise-Farrouch; de la festiva, triste y generacional colección de canciones que la acompaña, con Frankie Goes To Hollywood, Pet Shop Boys y The Housemartins como banderas; del espectral diseño de sus tortuosos interiores; de su luz fantasmagórica; de sus colores rotundos.

Haigh, director de las excelentes Weekend (2011) y 45 años (2015), con las que tanto tiene que ver Desconocidos en su éxtasis amoroso y en su reflexión conceptual sobre la verdadera naturaleza del deseo y del cariño, el cineasta utiliza quizá sin saberlo (habría que preguntárselo) algunas de las fórmulas narrativas del mejor Carlos Saura de los años setenta, el de La prima Angélica, El jardín de las delicias y Cría cuervos, y aquellos encuentros imposibles entre seres humanos en diferentes tiempos y hasta universos.

A la tierra prometida del protagonista, punteada por Promise Land, de Joe Smooth, clásico del house de finales de los ochenta, se ha llegado a través de una sociedad tolerante en un tiempo contemporáneo en el que el amor homosexual no tiene por qué estar esquinado. Sin embargo, la losa del pasado, del desconcierto y de la depresión, pesa aún demasiado. Scott y Paul Mescal, el cura de Fleabag, el padre de Aftersun, lo llevan escrito en el rostro. Y sus actuaciones, junto a las de Claire Foy y Jamie Bell, redondean una obra fascinante. La secuencia del encuentro en la puerta del piso de Scott, con su tempo pausado de conversación y esas miradas de monstruos de la interpretación, queda escrita en la memoria.

Desconocidos

Dirección: Andrew Haigh.

Intérpretes: Andrew Scott, Paul Mescal, Claire Foy, Jamie Bell. 

Género: drama. Reino Unido, 2023.

Duración: 105 minutos.

Estreno: 23 de febrero.

 

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