Alfredo Castro anuncia que el próximo año se mudará a España: “Mi salud mental lo vale”



El actor chileno Alfredo Castro (68 años, Santiago) atiende esta entrevista por Zoom desde Ciudad de México. Se lo ve liviano, contento. La noche anterior terminó el rodaje de una producción mexicana para una importante plataforma de streaming y unos días atrás recibió su cuarto Premio Platino del audiovisual iberoamericano por su interpretación de Salvador Allende en la serie Los mil días de Allende (2023, producida por Parox). En esta entrevista anuncia que, luego de sentir “menosprecio” por parte de la prensa y agresiones en la calle –al menos una vez por semana, cuenta– ha decidido que se mudará parcialmente a España. El plan se concretará el próximo año y consiste en pasar al menos siete meses allá, donde hay trabajo, pero seguir vinculado a Chile, al que dice querer con su mala y buena onda.

Figura clave del cine latinoamericano, pero también del teatro contemporáneo chileno, donde destaca sobre las tablas y también en la dirección. El reconocimiento internacional le ha venido por sus papeles en No (2012), El club (2015), Tony Manero (2017), hasta Allende, la serie que se está vendiendo a Bélgica, Francia, España, sobre la vida del presidente socialista durante su mandato (1970-1973). La calidad de la dirección, dramaturgia, fotografía y el propio elenco le ha permitido romper las barreras locales a la producción lanzada en el marco de los 50 años del golpe de Estado perpetrado por Augusto Pinochet. “Es la forma que tenemos de salir un poco de Chile, de salir a vender fuera”, apunta el artista con ocho proyectos en desarrollo.

El premio, que lo daba por perdido, lo toma como un reconocimiento al equipo más que a su interpretación. Además de la presión de encarnar a un personaje político tan relevante como Allende, se sumó el desafío de actuar con una prótesis en la cara que tardaban tres horas en ponérsela cada día. “A veces era luchar en contra de la prótesis. Más que favorecerlo, a veces era complicado. Pero parece que se logró. Yo me sentía habitando ese cuerpo, que para mí es súper importante”, sostiene. En lo personal, relata que filmar la serie fue “un golpe fuerte”. “Por un lado estaba toda la emoción que yo podía sentir en ese papel, históricamente tan importante y sus discursos y sus palabras… todo me era pura emoción, puro cuerpo y luego salir y encontrarse con puros haters de odio y odio y odio. Era como vivir dos realidades paralelas. Pero está superado”, comenta.

El odio al que se refiere lo vio durante las grabaciones cuando, por ejemplo, un pequeño grupo liderado por Pancho Malo –un activista de ultraderecha– lo insultó a las afueras de La Moneda durante toda una mañana de trabajo, según relata. Castro, que más que de izquierdas, se declara allendista, ha visto un cambio en su cotidianidad desde que fracasó el primer proceso constitucional en 2022, liderado por una izquierda radical. La gente, comenta, lo agrede verbalmente al menos una vez por semana. “Me gritan zurdo, ladrón, cafiche del Estado… Basta con que dos meses al mes alguien te insulte y no quieras salir a la calle. Uno anda más atemorizado, a mis compañeros también les pasa”, dice.

Aclara que no le molesta que lo asocien con un pensamiento político y que, incluso, le parece bien que así, porque se trata de una izquierda que representa “los mejores valores humanísticos, que son Salvador Allende”.

El plan de Castro, que obtuvo la nacionalidad española gracias a la ley de memoria democrática, es mudarse a España, donde están sus agentes, y poder trabajar “más tranquilamente”. Su abuelo, por el lado materno, era un cántabro que llegó a los 17 años a Chile, arrancando del periodo entre guerras, y murió muy joven en un accidente de coche. Con la idea de irse ya rumiando en su cabeza, el director teatral conoció a un primo español que escribió la historia de los Gómez, su apellido materno, lo que le permitió ahondar en sus raíces.

El actor de talla internacional viaja constantemente a grabar por algunos meses a otros países. “Es lo mismo que estés tres meses en Chile y después fuera de Chile, que estar tres meses en Madrid, donde hay varias películas y proyectos, y volver a Chile. Francamente, creo que mi salud mental lo vale”. Y es que sería lo mismo, dice, pero con una salvedad: “Vivir y poder ir a comprar el pan y llegar a tu casa y no sentirte lleno del odio en las calles. Me parece que es más sano”. Relata cómo al ganar el premio del cine iberoamericano los bots publicaban comentarios negativos y la prensa miraba hacia otro lado. “Hay un malestar por la cultura. Hay un menosprecio sobre la gente que la ve bien en Chile y fuera. Qué loco que me haya ganado el cuarto Platino, sin que me gusten las competencias, y que en Chile no le importe nada a nadie”, señala.

En una conversación anterior con EL PAÍS ya había comentado cómo la violencia y la antipatía que percibía en la capital chilena lo estaban afectando. “Dije, bueno, la vida va presentando ciertos indicios que uno los toma o es estúpido y no los toma. O sea, mi primo, mi madre, mi abuelo, la nacionalidad, las películas y las agentes en España… creo que está hablando bien de que pueda vivir entre ambos lugares”, plantea.

Con cada vez más propuestas de trabajo en el extranjero –hay un auge de co-producciones en la industria audiovisual hispanoparlante–, Castro plantea que vivir en Chile es muy difícil para alguien del rubro por las distancias. “Yo tengo agentes en España y me dicen ‘Alfredo, si te citan a una reunión mañana, no puedes venir’. Entonces pensé que en Madrid estoy a ocho horas de México, y a un poco más de Chile, pero donde está habiendo trabajo y producción es en México, en España, entonces tengo que privilegiar. Yo no soy un hombre joven”, afirma. Tampoco se trata de cortar el lazo. “Chile para mí ha sido la fuente de mi creación permanente, no hay donde yo goce más. El mal humor, el buen humor, la mala onda, las buena, pero Chile es mi país”, apunta.

Dice estar en una edad interesante, en la que no tiene mucha competencia en el mundo actoral hispanoparlante. “Hay maravillosos actores de mi edad, pero creo que son cinco o seis. Estoy entrando en un nicho, como que se le dice”. Y aunque se define ahora como un “viejo”, comenta a raíz de la vitalidad que proyecta que la noche anterior estuvo leyendo un artículo sobre los “sexadolescentes”, en el que se describía a personas de 60 años que manejan las redes sociales, que se mueve bien, que tienen una vida sexual activa, que se enamoran, que viajan, que trabajan. “Yo dije, bah, qué interesante este concepto”. ¿Se sintió identificado? “Sí, me sentí bien”.

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