Buena madre | EL PAÍS Chile



“El mundo te ve como una madre, para nosotros eres el mundo— ¡Feliz día mamá!”. Vi este escrito hace unos días en un comercial que hacia referencia al Día de la Madre. Poco a poco, las calles se van llenando de carteles con flores, bombones en forma de corazón, imágenes de mujeres sonrientes abrazando fuertemente a sus hijos.

Ya que se acerca esta fecha especial para muchas personas, he estado pensando mucho en lo que significa la palabra madre para mí. Desde que tengo memoria, mi mamá siempre ha sabido solucionarlo todo. ¿Problemas en el colegio? ¿Bullying? ¿Se me quedó la cartulina en la casa? ¿Se me manchó el polerón? ¿Nervios antes de una presentación? ¿No me manejo mucho en un tema?

No pasa nada, mi mamá siempre está ahí.

De pequeña, siempre sentí a mi mamá tremendamente cercana, pero al mismo tiempo, tremendamente inalcanzable, perfecta—algo así como una superheroína. Siempre tenía todas las respuestas, siempre sabía cómo superar la incertidumbre. Admiraba y sigo admirando profundamente a mi mamá; no sé donde estaría yo hoy si no hubiera tenido desde el minuto uno su apoyo y amor incondicional.

También, recuerdo la primera vez que vi a mi madre, una figura fuerte, perfecta, intocable— llorar. Me descolocó profundamente. No sé en qué minuto, mi cabeza de niña se convenció que algo como el llanto, un signo que me enseñaron a repudiar, una debilidad, también podía tenerlo mi mamá. ¿En qué minuto se nos olvida que nuestras madres también son personas? ¿Que también sufren? ¿Que también se frustran? ¿Que también extrañan a su mamá?

No mucho tiempo después, aprendí que a mi madre, como a muchas mujeres de su generación y las anteriores, las educaron para ser multitasking.

Talentosas, rápidas, solucionadoras. Diligentes con su trabajo pero también con su rol de madre, enfocarse en su carrera pero sin descuidar a sus hijas, ser ambiciosa pero nunca olvidarse de ser lo suficientemente agradecida por poder perseguir una carrera profesional mientras tiene una familia en casa, llevar el balance perfecto— ser la madre perfecta. Ser, lo que las personas en eventos sociales llaman buena madre.

No me malinterprete lector. Me alegra profundamente haber crecido con una madre (y un padre también, pero esta columna no va de él) tan presente en mi vida, apoyándome en cada etapa de mi crecimiento. Sin embargo no puedo evitar preguntarme: ¿cuántas mujeres hoy son encadenadas al concepto de buena madre?

La pensadora feminista Simone de Beauvoir se refirió al eterno femenino en una de sus obras más famosas, El segundo sexo. Un rol estático impuesto a las mujeres, las expectativas de género, la idea fija de feminidad tradicionalmente relacionada las características que debe tener sin falta una mujer. Una visión limitada, determinante y restrictiva que condena, juzga y exilia a aquella que no sigue lo que la sociedad espera de ellas, encerrarlas en un sinfín de estereotipos limitando así su libertad y autonomía.

El segundo sexo se publicó hace 75 años atrás, pero hay múltiples formas en las que el eterno femenino sigue presente en nuestra sociedad.

Aún cuando las políticas avancen y la idea de bien y mal evolucionen, si la sociedad sigue manteniendo expectativas de género y de buenas madres inalcanzables, ¿Qué tanto realmente estamos avanzando? Es clave transitar a un futuro en donde el trabajo doméstico sea tratado como trabajo, sea reconocido y digno para todas aquellas madres que luchan por sacar adelante a sus hijos.

Porque una cosa es empoderar a la mujer en el mundo laboral, recordarle lo talentosa e inteligente que es, llenar las calles con publicidad llena de eslóganes inspiradores; pero si no se está trabajando a la par la corresponsabilidad dentro del hogar, entonces no se le está empoderando, se le está explotando.

No usar, como dijo Nerea de Ugarte en su libro La dictadura del amor propio el concepto multitasking como un micromachismo; hacer sentir a las mujeres superpoderosas, que “se las pueden todas” para después ponerles cargas extras porque “ellas son más sensibles, hacen mejor la pega de la casa, son más talentosas y veloces”.

Madre, que no te disfracen la violencia con cumplidos. Es verdad, eres tremendamente talentosa, trabajadora e inteligente, pero no por eso deben imponerte cargas y responsabilidades extra, es decir, que no te impongan el eterno femenino.

Impongamos, en cambio, la autonomía.

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