Crítica de ‘Stop Making Sense’, el documental de Jonathan Demme sobre Talking Heads


Por

Noé R. Rivas


Stop Making Sense de Jonathan Demme es una joya cinematográfica que captura de manera sublime e innovadora la energía, el carisma y la creatividad desbordante de Talking Heads en su apogeo artístico. Filmada en diciembre de 1983 durante tres conciertos en el Pantages Theatre de Hollywood, esta película de concierto trasciende las limitaciones del género para convertirse en una auténtica obra de arte visual y sonora.

Desde las primeras escenas, Demme establece un concepto escénico cautivador. David Byrne, el carismático líder de la banda, aparece solo en el escenario vacío con una guitarra acústica y un pequeño reproductor de cassettes que proporciona el ritmo base para la icónica ‘Psycho Killer’. Esta introducción minimalista y casi ritualista sienta las bases para un espectáculo que crece de forma orgánica e hipnótica.

Canción a canción, los miembros de Talking Heads se van sumando al escenario de manera estratégica. Primero Tina Weymouth con su bajo funk, luego el baterista Chris Frantz, seguido del guitarrista y teclista Jerry Harrison. A medida que la formación se completa con músicos de apoyo como Bernie Worrell, Steve Scales, Lynn Mabry y Ednah Holt, la puesta en escena se torna más vibrante, dinámica y polifónica.

Esta estructuración gradual del concierto no es un mero capricho artístico, sino que refleja la esencia misma de Talking Heads como una fuerza musical en constante evolución y reinvención. Partiendo de las raíces new wave, art-punk y post-punk del cuarteto original, la banda fue abrazando incansablemente nuevas influencias étnicas, funk, pop, worldbeat y hasta lo que luego se conocería como música alternativa.

Stop Making Sense rinde homenaje a ese espíritu iconoclasta y explorador, mostrando cómo una banda de orígenes underground y avant-garde basada en el minimalismo pudo cosechar éxitos masivos como «Burning Down the House» sin perder un ápice de su estilo inconfundible. Los arreglos complejos pero cautivadores, las letras crípticas pero inolvidables, y los movimientos escénicos robóticos pero enérgicos de David Byrne irradian en cada actuación.

En gran parte, el mérito de transformar lo que pudo ser un mero registro de concierto en una genuina experiencia artística recae sobre el virtuosismo detrás de las cámaras. Jonathan Demme demuestra aquí su talento como narrador visual al entretejer con maestría planos cercanos, ángulos innovadores y juegos de iluminación expresivos que realzan la narrativa escénica.

Al final, cuando Demme por fin nos revela al público en éxtasis, todo cierra en un círculo perfecto. No sólo estamos observando un espectáculo emblemático, sino que formamos parte de él gracias a la inmersión sensorial provocada por la dirección. Es una auténtica celebración de la música como experiencia transformadora y colectiva.

Más allá de su innegable talento compositivo y performativo, lo que convierte a Stop Making Sense en una pieza atemporal es su capacidad de capturar el espíritu inconformista, la subversión lúdica y la agitación cultural de una era. El new wave y el post-punk de los 70 y 80 supusieron una sacudida al establishment, un cuestionamiento del status quo musical y un grito de rebeldía creativa que Talking Heads encarnó como pocos.

En ese sentido, la película funciona como una ventana al ambiente contracultural de la época que vio emerger a bandas como Devo, B-52’s, Blondie y Television. Un momento donde la experimentación, la provocación estética y la desintegración de géneros eran moneda corriente. Talking Heads bebió de esas fuentes disruptivas pero logró convertirlas en un lenguaje expresivo universalmente cautivador.

En retrospectiva, esa disolución resulta aún más lamentable al ser Talking Heads uno de los pocos grupos que logró volverse masivo sin traicionar sus raíces subversivas. A diferencia de tantas otras bandas que se acomodaron o simplemente se quemaron, ellos permanecieron provocadores e ingeniosos hasta el final de su trayectoria conjunta.

Devo, B-52’s, Blondie y Television. inmortalizó ese incansable empuje innovador, esa maquinaria creativa injertada de múltiples estilos musicales pero conservando una voz única e inconfundible. Por ello se ha convertido en un objeto de culto para sucesivas generaciones de melómanos y una piedra angular en la historia del rock en la época del video.

En definitiva, cuatro décadas después de su estreno, este monumental concierto filmado por Demme permanece como un testimonio glorioso de una era irrepetible cuando la música popular aún tenía el potencial de agrietar las convenciones de la cultura de masas. Un símbolo de una creatividad desbordante y una filosofía de constante reinvención que aún resuena entre quienes creen que el rock puede seguir diciendo algo relevante sobre nuestra condición humana.



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