Filbo: La primera edición de ‘La Vorágine’: una rareza editorial con tres fotos olvidadas renace en su centenario


Cuando José Eustasio Rivera escribió las últimas palabras de La Vorágine, su novela cumbre, quizá no sospechaba que los cuatro años que le quedaban de vida estarían marcados por ella. Entre el momento de la publicación, en noviembre de 1924, y su muerte, en diciembre de 1928, el escritor se dedicó a pulirla y difundirla. Cuando falleció en Nueva York, había terminado la quinta edición de la novela, que incluía varios ajustes con respecto a las anteriores. Desde entonces, La Vorágine siempre se ha vuelto a imprimir con base en esa última revisión. Ahora, en el centenario de la obra, la Universidad Nacional reedita la primera edición, con detalles poéticos y narrativos y tres fotos, sustraídos en la última versión. El libro se presenta este martes, 23 de abril, en la Feria del Libro de Bogotá a las cinco de la tarde (pabellón 3, nivel 2, caseta 102, en Corferias).

La Vorágine, definida por el escritor Antonio Caballero como “la gran novela de Colombia”, ha vuelto a recibir atención en su centenario y su nombre se repite varias veces en la programación de la Feria del Libro de este año. Es la obra que otorgó a Rivera un lugar destacado en la literatura colombiana y su historia ―un viaje en el que Arturo Cova huye de Bogotá junto a Alicia, su pareja, a los llanos de la Orinoquía, antes de descender a las profundidades de la selva de la Amazonía― se ha convertido en un clásico que, pese a ser una novela, es uno de los mayores referentes sobre la denuncia de los crímenes cometidos durante la fiebre de la explotación del caucho, ocurrida entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX en esa región.

La edición que presenta la Universidad Nacional permite ver facetas hasta ahora desconocidas del autor y de la novela. Es resultado del trabajo de varios meses de un equipo conformado por Carlos Páramo, decano de la facultad de Ciencias Humanas de la Nacional; Carmen Elisa Acosta, magíster en Literatura e Historia, y actual directora del Instituto Caro y Cuero; Ángela Zárate, antropóloga; y Jineth Ardila, magíster en Estudios Literarios y directora del Centro Editorial de la Facultad de Ciencias Humanas. Norma Donato, investigadora del Instituto de Textos y Manuscritos Modernos de Francia, se encargó de la asesoría para el establecimiento del texto de la novela. El diseño editorial y de la cubierta, rica en elementos y referencias a la trama, son obra del ilustrador Santiago Palazzesi.

Aparte de la novela, esta edición, que recupera detalles de la acentuación y la ortografía de la época, incluye una sección de notas que buscan ubicar al lector en el contexto histórico y social en que discurre la trama, en esa región que padeció las prácticas extractivistas propias de las primeras décadas del siglo XX. También cuenta con una sección conformada por 15 textos con los que se invita a abordar La Vorágine desde los puntos de vista de diferentes disciplinas sociales y humanas. Con la intención de liberarse de lugares habituales desde los que se ha estudiado la obra, cada uno de los anexos busca aportar elementos nuevos acerca de la novela abordada desde la Geografía, la Museografía o los estudios de género, pero también desde la Antropología o los estudios urbanos.

Los ejemplares de la edición de 1924 se agotaron muy pronto. Eso, sin embargo, no significó que la crítica fuera benévola con la novela. Páramo cuenta que, si bien se trataba de una obra que no se podía desdeñar, resultaba extraño describir un entorno y una realidad tan hostiles a la manera de Rivera. A los lectores de la época les pareció insólito que el recuento del viaje y la pérdida en la selva tuviera tal cadencia poética. Por eso, Rivera, un autor ya reputado en esa época, tan seguro de su trabajo como sensible a la opinión de la crítica, retoma la novela, le resta parte de ese ingrediente poético que muchos encontraban inverosímil, fractura el flujo original de la historia y recurre a un estilo más prosaico.

De esa manera, por ejemplo, en edición de 1928 del libro, Arturo Cova se refiere con desprecio al personaje de Zoraida Ayram, una explotadora de caucho, así: “Esta jamona indecorosa alcanza los límites de la marchitez y la obesidad”. Pero en la de 1924, en un lenguaje más evocativo, Rivera prefirió esta frase: “Este diablo de vieja infanda toca los lindes de la marchitez y la obesidad”.

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Páramo opina que en esa variación hay un cambio radical de sentido, en el que se remplazan elementos mágicos de un contexto brujesco por algo mucho menos delicado. A lo largo de la edición hay que siempre tuvieron la intención de restarle peso poético y que hasta ahora solo conocían expertos en La Vorágine o curiosos ratones de biblioteca. La estructura, la denuncia y la trama, sin embargo, son las mismas para todas las ediciones. Ardila considera que el aporte que el entorno real de Rivera hizo a la novela no fue siempre positivo: “La vida real está interpelando al autor, y por eso es tan importante recuperar la primera versión, porque no siempre esas interpelaciones son benéficas para la novela”.

Ardila explica que no es fácil señalar a primera vista las diferencias que hay entre la primera versión y la quinta. No es suficiente, dice, saberse de memoria pasajes enteros del texto para advertir los cambios que resurgen con la edición de la Nacional, que se presenta como una invitación para curiosear la obra y descubrir esos ajustes. Páramo aclara que el objetivo no es suscitar un “interés de anticuario”, sino que haya un redescubrimiento de una novela que considera entre las mayores de la literatura colombiana. “La edición de 1924 la desconocemos por completo, es una suerte de exquisitez de académicos especializados, una obra confinada a los libros raros”, añade.

Tres fotografías, un arma de doble filo

En un intento por difuminar la barrera de lo real y lo ficticio, en la edición de 1924 Rivera incluyó tres fotografías: una de Arturo Cova, a quien apenas se le ve la cara, sentado en una hamaca (en realidad la persona que se ve es el mismo autor), y otras dos en las que se ve a sendos caucheros. Páramo comenta: “Uno puede argumentar que La Vorágine, hasta donde se sabe, fue la primera obra literaria que de una manera sistemática se valió de fotografías para producir un efecto de realidad”. El experimento, muy innovador en un país que apenas conocía las cámaras fotográficas, suscitó una cascada de reacciones contradictorias que llevaron a Rivera a prescindir de las imágenes.

Fotografía del cauchero Clemente Silva
El cauchero Clemente Silva, en la primera edición de La Vorágine.Cortesía

Ardila considera que la complejidad de obtener esas tres fotos en algún lugar inhóspito de la selva revela que incluirlas en la primera edición no fue un capricho del autor, que tuvo que planearlo y pensarlo con mucho detenimiento. Sin embargo, ese intento de difuminar la frontera de la ficción llevó a que varias personas acusaran al propio Rivera de ser Cova, y por eso señalarlo como culpable de todo lo que el personaje hace en la novela. Pero también sirvió para lo contrario: que acusaran a la obra de ser ficticia en su totalidad. Es decir, que todas los crímenes que se describen ahí no son ciertos. Esa lectura precipitó la decisión de eliminar las imágenes que hoy, 100 años después, se han convertido en una rareza.

Además de esas tres imágenes, una cuarta, también casi desconocida, ilustra la biografía del autor en la solapa delantera del volumen: se lo ve meditabundo, sentado en un terreno abundante de vegetación, con un traje blanco, un cigarrillo en la mano derecha, el cabello descuidado y una barba de varios días. Pertenece a la biblioteca de la Universidad de Caldas y deja ver al escritor con plena claridad, salvo por los pies, donde el paso del tiempo cambió la escala de grises original por una mancha oscura incorregible. Fue captada en Yavita (una localidad cercana a la frontera entre Colombia y Venezuela), el 19 de febrero de 1923, día de su 35° cumpleaños.

El homenaje a un genio olvidado

Páramo le cuelga a Rivera el adjetivo de “genio”. Un genio que, no obstante, no ha recibido los honores merecidos de la Nacional, su alma mater: no es del todo conocido que el escritor se graduó de la facultad de Derecho en 1917 y que, como si hubiera un plan silencioso, su primer trabajo de denuncia como abogado lo fue llevando a la selva que se lo tragaría y que marcaría su vida en adelante. El académico opina que es deber de la Universidad dar al autor el reconocimiento que nunca le ha otorgado, entre otros motivos por una idea que en su concepto se demuestra con facilidad: “La Vorágine es una novela que corresponde de una manera totalmente congruente con el proyecto de la Universidad Nacional”.

En la introducción, los coeditores abundan en esa idea y aseguran que elementos de la novela como la preocupación por la vida en la frontera, la atención a las diversidades social, cultural, lingüística o geográfica, su crítica a la expoliación de la selva o su interpretación de los móviles de la violencia se reflejan también en la historia del claustro. Por eso, entienden esta edición es una ocasión para saldar la deuda con Rivera, invitando a su lectura. Para ello, la Universidad repartirá 10.000 ejemplares entre la comunidad de su campus en Bogotá, aparte de las que están a la venta en la Feria. También pondrá a disposición una versión digital para que los estudiantes de las demás sedes que hay en el país la puedan apreciar.

La nueva edición, presentada por la Universidad Nacional como una de sus grandes novedades para esta Feria del Libro, pese a tener un origen académico, es apta para cualquier público: para quienes apenas la van a leer, pero también para los que desean conocer más detalles sobre ella; para quienes no la leyeron completa cuando así lo habían pedido en el colegio, y para los que quieren descubrir sus engranajes, costuras y recovecos. Porque contrario a la naturaleza de la vida humana y mucho más acorde con la infinitud casi demencial de la selva, al cumplir 100 años La Vorágine es una novela rozagante, vital y llena de misterios y de caminos aún pendientes por recorrer.

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