“Hay que manosear su obra”: jóvenes autores leen a García Márquez sin la etiqueta del ‘realismo mágico’



Lectores japoneses de Gabriel García Márquez esperan a que abra una librería de Tokio para obtener la primera edición de bolsillo publicada en su país de Cien años de soledad. El cineasta Woody Allen evoca su admiración por el célebre autor (“Encantador, fascinante y verdaderamente genial”) en una entrevista reciente del diario El Tiempo. Una nota de Infobae se refiere a los “lazos familiares” entre el Nobel de Literatura y la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum. En una semana, las noticias sobre García Márquez colman la prensa mundial con un toque de frivolidad, opinión o apunte cultural libresco, celebrando aún un autor que pareciera vivo. “Se celebra mucho la imagen de García Márquez, el personaje que fue o creen que fue, pero poco se habla de sus textos”, dice el escritor y editor barranquillero Pedro Lemus (1995), autor de la novela Lo llamaré amor (2023). La discusión en torno a García Márquez “se ha centrado en el producto”, replica Harold Muñoz (Cali, 1992), autor de la novela Salsipuedes (2022) y radicado en Bogotá, igual que Lemus. Ambos participan en la charla Lo que pesa Gabo: ¿cómo leen los nuevos autores a García Márquez?, en el 12° Festival Gabo, que se celebra del 5 al 7 de julio en el Gimnasio Moderno y otros lugares de Bogotá.

Cuatro invitados ―nacidos en los noventa― de la charla entregaron su punto de vista a EL PAÍS a partir de esa pregunta un tanto laberíntica: “¿Se lee a García Márquez?”. A la luz de sus múltiples apariciones en medios, del lanzamiento exitoso de su novela póstuma En agosto nos vemos, y del inminente estreno en Netflix de la serie basada en Cien años de soledad, la respuesta resulta obvia. Pero para Muñoz, esas “son formas de mantener vivo al autor; no a su obra”. Y agrega: “Lo han convertido en uno de esos imanes para la nevera que venden en las tiendas de souvenir […] Lo que es una lástima, pues se deja convenientemente de lado lo que inspiró con su obra y demás compromisos vitales”.

Autor de novelas, cuentos, columnas, reportajes periodísticos, guiones y argumentos de cine, García Márquez fue también un prolífico gestor y fundador de proyectos que abogó por la defensa de los derechos humanos y la construcción de paz, y que sigue marcando de formas diversas la vida cultural y política de Latinoamérica. “Esas facetas son las que más me conmueven y me acercan a él. Lo admiro por esas luchas sociales y políticas, y no las separaría nunca de lo que escribió”, dice Muñoz, que cree que se valoran “más bien poco” las demás dimensiones, opacadas por el “modelito amaestrado y reproducible, para esa marca de país de la que hablaba”.

Sin duda, hay un concepto archiconocido que contribuye a ese “souvenir en la nevera”: el realismo mágico. “Me interesa leer la obra de García Márquez por fuera de ese rótulo que no expresa la complejidad de los textos y los limita”, dice Lemus. “Hay siempre algo de pereza en esas etiquetas, y en este caso reproduce una idea condescendiente y reducida de la literatura de García Márquez y de lo latinoamericano y caribeño”. La expresión, dice Muñoz, “tiene toda la vigencia” para los lectores y “se ha vuelto un lugar común para aproximarse a la obra de Gabo”. Y agrega: “Para los escritores, en cambio, resulta incómodo. O por lo menos para mí. En parte porque no quisiera cubrirme con esa sombra, pero también porque se ha convertido en un eslogan”.

Desde Centroamérica, la periodista Jennifer Ávila (El Progreso, Honduras, 34 años) afirma que la obra de García Márquez “sigue viva” no porque se publicara el libro póstumo, “sino porque es perenne”. Según Ávila, directora del medio digital Contracorriente, “Gabriel García Márquez es un autor reconocido incluso en los colegios de los pueblos más remotos, se ha convertido en lectura obligada en los sistemas educativos, esto no quiere decir que se esté discutiendo a profundidad su obra”. Esto último, añade, obedece “al retraso que ha tenido nuestra región en una educación integral”.

El escritor, traductor literario y periodista egipcio Ahmad Mohsen (29 años), que reside en Colombia, dice que una muestra de la persistencia del legado del escritor “es la continua lectura de sus libros por parte de los lectores, sobre todo de las nuevas generaciones”. No sabe si su obra se discute, “pero se lee, claro que sí”. Mohsen considera a Cien años de soledad un libro “sagrado” que leyó primero en árabe. Al hacerlo no se sintió “frente a un libro muy pensado, sino un libro concebido. Un libro que se escribió de una sola vez”. También dice: “Yo, realmente, cuando lo leo, siento que es un milagro. Si hubiera libros sagrados en la literatura latinoamericana, para mí, sin duda, sería uno de ellos”.

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De la bibliografía de García Márquez, Muñoz destaca El otoño del patriarca: “Me enseñó a reírme del poder, o por lo menos de ese poder representado por un patriarca y lo que ese sistema político implica a nivel emocional y social”. Por permitirnos detectar “el germen de lo que sucedió después”, Lemus recomienda leer la primera novela del autor, La hojarasca. “Y porque es tremenda y las dos primeras páginas son una avalancha buenísima”. Ávila se inclina por dos obras: la novela Cien años de soledad y el antológico Yo no vengo a decir un discurso. El primero “es recomendable leerlo en varios momentos de la vida e incluso concentrarse en uno o dos personajes en cada lectura, tiene una riqueza enorme de lenguaje y en el desarrollo de los personajes, que es impactante”. El segundo le gustó “porque es como escucharlo hablar” y “tiene buen humor”.

A dos años del centenario de su nacimiento

Para estos autores no existe tensión o conflicto al encontrarse con la presencia o recibir el peso de este muerto. Al contrario, su cercanía sugiere un lugar emancipador: “De alguna manera, el éxito de García Márquez nos terminó de convencer de que nuestros acentos y prácticas cotidianas eran narrables”, dice Muñoz. “No creo que haya una tensión, por el tiempo que nos separa, que no es mucho pero que implica que otras generaciones de escritores recibieron el peso directo de escribir a su lado y justo después de él”, dice Lemus. Ávila cree más bien en una interlocución: “Leo a Gabo y a otras autoras y autores de literatura solo por placer, no me interesa ser como ellos sino disfrutar lo que hicieron. […] Hay cosas que me inspiran, me ayudan a narrar mejor y lecciones que puedo sacar para mi trabajo periodístico, pero no es una competencia ni una venganza, es una conversación a veces”.

A dos años del centenario del nacimiento de García Márquez, es inevitable que las políticas culturales y editoriales promuevan una agenda en torno a la obra del autor más importante que ha nacido en Colombia. Sobre la posibilidad de que el aniversario consiga desplegar nuevos caminos y sentidos hacia su lectura, Muñoz dice que “sería la oportunidad perfecta para tener una discusión diferente y contemporánea con su obra. Algo parecido a lo que pasó este año con La vorágine”, agrega en referencia al centenario de la obra magna de José Eustasio Rivera y las iniciativas alrededor de la efeméride. “Ojalá suceda”, dice Ávila, ”vivimos una contaminación de contenidos basura que ya es asfixiante y con esto me refiero a libros, medios, cuentas sociales, películas, series, etcétera”. Para Lemus, es el momento “de sacudirlo del lugar de escritor consagrado y abrir espacios para leer, discutir y manosear su obra, lejos de la sola celebración del personaje que tiende a embalsamar en lugar de dar vida”.

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