La crisis que viene para Bogotá


No es pesimismo, es la realidad. Otra cosa es que muchos prefieren mirar hacia otro lado o simplemente esperan que pasen los años con la ilusión de que por arte de magia todos los problemas se resuelvan. Por eso las propuestas de los candidatos a cargos de elección popular se llenan de frases potentes pero vacías. Por eso los planes de desarrollo que esos mismos políticos crean una vez electos siguen llenos de conceptos importantísimos, pero fundamentalmente vacuos en términos prácticos.

Comenzaré con la mala noticia: Bogotá se va a quedar sin agua.

Esta sencilla frase que debería ser la prioridad para el alcalde de hoy y los que vengan no debe ser vista como simple eco de aquello que vivió la ciudad hasta hace unas semanas con la gravísima disminución de los niveles de los embalses y las medidas de racionamiento que tomó la actual administración. “Bogotá se va a quedar sin agua” es una innegable e inevitable realidad que se avizora para dentro de unos 15 o 20 años, pero que nadie parece capaz de encarar.

La ecuación es sencilla: el cambio climático o calentamiento global va a tener un impacto bastante grave sobre nuestra fuente primordial del líquido. Los páramos, según estudios y proyecciones hechos por investigadores de la Universidad Nacional, habrán desaparecido casi por completo en el año 2040 y con ellos se habrán secado esos manantiales que hoy creemos interminables y que son los que alimentan las tuberías que surten a más de ocho millones de personas que habitan la capital de Colombia. Es más: si sumamos la población que representan todos los municipios que reciben agua gracias al sistema creado y construido desde hace décadas para alimentar a la ciudad de Bogotá estamos hablando de casi 10 millones de personas. Algo realmente angustiante.

Brigadistas en el páramo de Arcabuco (Bocayá), luego de un incendio en septiembre de 2023.
Brigadistas en el páramo de Arcabuco (Bocayá), luego de un incendio en septiembre de 2023.Diego Cuevas

Sin embargo, ante este panorama y luego de hacer una revisión del recién publicado plan de desarrollo del alcalde Carlos Fernando Galán podemos volver al inicio de este escrito: es preferible mirar hacia otro lado y mejor pensar que este asunto no importa.

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Dice el documento: “Para la protección del suministro de agua, se implementarán medidas de adaptación al cambio climático, priorizando la restauración de ecosistemas clave para la conservación del recurso hídrico”. Unas páginas más adelante habla de la posibilidad de hacer un trabajo a escala regional en el marco de la zona metropolitana y ya. Nada más. No se habla de búsqueda de fuentes alternativas. No se plantea la situación de emergencia. No se dice nada de lo que en poco tiempo amenaza con ser una crisis insalvable.

Tal vez sea que la nueva Administración no quiere resultar alarmista. Tal vez el alcalde que tiene hijos pequeños piensa que ellos no van a vivir en Bogotá dentro de 20 años, y entonces deja ese problema a sus sucesores. Mas no pensar en ello, como ocurrió en administraciones anteriores, va a ser un lastre gigantesco para el futuro próximo.

Es como si no aprendiéramos lo que es ser colombiano: si nos demoramos lo que nos demoramos en construir un metro elevado para medio arreglar los problemas de movilidad de la ciudad, ¿cuánto puede demorarse en construir una alternativa real para traer millones de litros de agua a Bogotá con sus 2.600 metros sobre el nivel del mar? No es pesimismo. Es realidad.

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