La otra cara del Estéreo Picnic


Margarita Poveda, de 45 años, nunca pensó que Jared Leto le iba a quitar el sueño. Sucedió y no de un modo figurativo. Cuenta que desde su apartamento —un cuarto piso de una icónica urbanización compuesta por siete bloques, llamada Pablo VI en honor al primer papa en visitar a Colombia— podía distinguir la voz del cantante, actor y productor estadounidense, quien se presentó en la noche del 21 de marzo en el primer día del festival Estéreo Picnic, en Bogotá. “Lo escuchaba y me molestaba”, dice. A las nueve de la noche y por cerca de 90 minutos, el escenario principal del festival de música —celebrado anualmente desde 2010— albergó a 30 Seconds to Mars, el grupo de rock alternativo del que Leto es vocalista y fundador. Unas horas más tarde, Kings of Leon también le impidió descansar. Pasadas las tres de la mañana, cuando finalmente estaba a punto de dormir, miles de personas salieron a las calles aledañas, en busca de transporte. Mientras en las redes sociales los asistentes aplauden la decisión de la Alcaldía de reubicar el festival en el parque Simón Bolívar, Margarita y otros vecinos expresan su malestar por los efectos colaterales que esto acarrea.

Las primeras siete ediciones de Estéreo Picnic se llevaron a cabo en la zona agraria del borde norte de Bogotá, a más de 15 kilómetros del apartamento de Margarita. Así, se buscaba evitar que la alta afluencia afectara el tráfico en zonas céntricas y más pobladas. Con el paso de los años, artistas de mayor renombre entraron al line up, incluyendo a varios que nunca habían visitado el país, lo que atrajo nuevos espectadores. El éxito obligó al festival a mudarse aún más al norte, al municipio rural de Sopó, que no está conectado con la red de transporte público de Bogotá. Trasladarse hasta allí solo era posible en vehículos particulares o contratando los servicios de compañías de transporte privadas. Las largas distancias se volvieron una queja recurrente.

Con este problema en mente, y su plan de convertir a la capital en un referente en entretenimiento, el nuevo alcalde Carlos Fernando Galán hizo explícito su interés por traer el evento de nuevo a Bogotá, preferiblemente a un lugar de fácil acceso. “Llegó la hora de que este festival pueda realizarse en nuestra ciudad”, aseguró a finales de noviembre, un mes después de haber sido elegido y antes de posesionarse. Su intención no tardó en materializarse. Para diciembre era un hecho que el nuevo hogar de Estéreo Picnic sería el pulmón verde de 113 hectáreas localizado en el centro geográfico de la ciudad, que suele recibir eventos multitudinarios como Rock al Parque, el festival musical de acceso libre más grande de América Latina.

Margarita vive en su apartamento con su madre, Gabriela, desde hace 27 años. Viste adrede una camiseta de Queen, la mítica banda de rock británica, para dejar claro que no tiene nada en contra de la música, que le gusta “muchísimo”. Echa mano de su memoria. Desde su balcón de rejas verdes, que sirven de soporte para las mallas de seguridad que instaló por cuenta de sus tres gatos, ha disfrutado de varias ediciones de Rock al Parque. Algunas veces se animó a ir. “En 2018 o 2019, no me acuerdo bien, fui a ver a Pornomotora”. Señala que Estéreo Picnic es de mayor duración que Rock al Parque, con horarios que abarcan más de medio día.

Margarita Poveda y Gabriela de Poveda, habitantes del barrio Pablo VI, en Bogotá.
Margarita Poveda y Gabriela de Poveda, habitantes del barrio Pablo VI, en Bogotá.ANDRÉS GALEANO

La última versión del festival público y gratuito se celebró en noviembre. A lo largo de tres días, en tres tarimas diferentes, artistas nacionales e internacionales se presentaron entre las dos de la tarde y las diez de la noche, aproximadamente. En contraste, Estéreo Picnic duró cuatro días, tuvo cuatro escenarios y dos domos para disc jockeys locales, y shows desde las dos de la tarde hasta las tres de la madrugada. “Cuando acaban, casi a las cuatro de la mañana, salen cantando, llorando y gritando. Es imposible dormir así”, advierte Margarita.

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La perturbación en el descanso de los vecinos no es el único reproche que causa el sonido. También lo son las potenciales consecuencias adversas sobre la avifauna del sector. Evelyn Martínez, médica veterinaria y fundadora de Aves SOS, una oenegé que brinda atención a aves en situación de riesgo en Bogotá, califica como “irresponsable” que se autorice la puesta en marcha de grandes festivales musicales que requieran el despliegue de tarimas y parlantes en las zonas verdes del Simón Bolívar. “Es muy posible que cualquier franja arbolada pueda ser impactada por estas ondas sonoras. Si son altas para nosotros, para los animales lo son mucho más. Si los escenarios y fuegos artificiales están cerca de los árboles en los que las aves anidan, estas pueden verse obligadas a irse y abandonar a sus crías o huevos”, comenta. Junto con su equipo asistió a los cuatro días del evento gracias a la colaboración de Páramo Presenta, la compañía organizadora, y atendió una línea de teléfono destinada para reportar casos de posibles aves afectadas. Está recogiendo los datos para verificar hasta qué punto las presentaciones afectaron a las más de 60 especies de aves que habitan el parque.

Juan Pablo Gómez pertenece a una mesa seguimiento a los eventos del parque en su condición de residente del barrio Pablo VI, que es adyacente al Simón Bolívar. Entre las múltiples peticiones que la mesa ha elevado a la Alcaldía está la elaboración de un estudio “para saber qué cantidad de aves pueden llegar en temporada migratoria” y así tomar decisiones basadas en evidencia. Gómez explica que el ruido y los embotellamientos —el jueves hubo protestas en la cercana Universidad Nacional, complicando aún más la movilidad— lo han perjudicado, pero reconoce la disposición de Páramo Presenta para reunirse con la comunidad y mejorar sus prácticas. Al igual que con Aves SOS, la compañía abrió las puertas del evento —cuyas entradas costaban 390 dólares por los cuatro días— a Gómez y los demás miembros de la mesa. Allí buscaban evaluar de primera mano cómo se ejecutaba y compartir sus quejas en tiempo real. “Estuvimos adentro y vimos el manejo que dan a los residuos. Es increíble todo lo que hacen en ese tema. Tienen muchos centros de acopio y vinculan a otras empresas, incluso creando cemento con los residuos no aprovechables”, asegura.

Agentes de tránsito controlan la vialidad en el parque Simón Bolívar.
Agentes de tránsito controlan la vialidad en el parque Simón Bolívar. ANDRÉS GALEANO

En septiembre del año pasado, Páramo Presenta organizó en el Simón Bolívar otro festival de música, Cordillera. Con precios más bajos y un cartel más pequeño que Estéreo Picnic, congregó a miles de personas. También se montaron cuatro escenarios, pero en un horario menos extenso y por solo dos días. En aquella oportunidad, la Secretaría de Ambiente realizó un estudio técnico para monitorear los niveles de ruido y cuantificar sus perjuicios sobre las comunidades aledañas. El informe sugiere modificar la ubicación de algunas tarimas para las futuras ediciones y concluye que se superaron los topes de ruido permitidos. Acepta una realidad innegable: “Es difícil alcanzar la total mitigación de la afectación dado que es un espacio abierto por el que libremente se propagan las ondas sonoras en el aire”.

Algunas de las recomendaciones fueron acogidas en la reciente versión de Estéreo Picnic. Camilo Bonilla, gerente de emprendimiento social de Páramo Presenta, indica a EL PAÍS que todos los reclamos serán tenidos en cuenta y que el plan para los próximos años es que “los vecinos y comunidades cercanas estén participando más activamente”. Sobre los fuegos artificiales que despertaron el rechazo de algunos usuarios en redes sociales —como la senadora animalista Andrea Padilla, del partido Alianza Verde—, aclara que eran insonoros. “La pólvora se usó en menor escala y es muy distinta a la convencional, mitigando los riesgos de maltratos a las distintas especies. Tenemos los certificados y estudios para comprobarlo”, dice.

Margarita comparte los comentarios de algunos vecinos en el grupo de WhatsApp ‘No a conciertos Simón Bolívar’. Unos se quejan de las sirenas de los vehículos de la Policía que custodian el ingreso al evento; otros de las vibraciones que causa el sonido en los vidrios de sus apartamentos. Están también quienes toman la situación con algo de humor: “Nosotras nos fuimos desde ayer a un hotel. Voy a pasarle la cuenta de cobro de los gastos a Páramo, con copia al Distrito”.

Asistentes al Festival Picnic compran alimentos en el parque Simón Bolívar.
Asistentes al Festival Picnic compran alimentos en el parque Simón Bolívar. ANDRÉS GALEANO

Es poco probable que se llegue a un acuerdo sobre los conciertos en el parque, a un punto medio que deje satisfechas, o cuando menos tranquilas, a todas las partes. La Secretaría de Ambiente así lo reconoce: los eventos van a generar ruido, lo único que se puede hacer es disminuirlo. Estéreo Picnic generó 76.000 empleos directos e indirectos, así como miles de sonrisas en sus asistentes y ojeras en muchos de los vecinos del parque urbano más grande de Bogotá.

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