Ella ha hecho rutas hasta de 2,500 millas que le toman hasta tres días para llegar a su destino. No lo ve como un trabajo pesado. María Fernanda Garabitos Báez se deleita, inclusive, hablando de cómo ha transcurrido su vida encima de un tráiler, “calle arriba y calle abajo”, como se dice en su amada República Dominicana. La distancia más larga que ha recorrido ha sido de 4,000 millas en una semana.
Hasta hace pocos días, vivía en su camión. Hacerlo no le resultó difícil. “Yo me fui de mi casa cuando era una adolescente y me casé a los 18 años, allá en mi país, República Dominicana. A los 20 años vine a Estados Unidos con mi esposo, y vivíamos en el tráiler que él trabajaba. Era algo nuevo para mí y había cosas a las que no me acostumbraba. Nos íbamos a un gimnasio a bañarnos. Gracias a Dios, después de un tiempo nos mudamos a una habitación”. Ironía de la vida. Nunca pensó que viviría de este trabajo y que volvería a “residir” en un camión.
Pero antes de llegar a este punto, la protagonista de esta historia probó las “verdes y las maduras”. Debía ayudar a su esposo con los gastos y empezó a buscar trabajo. Es una joven hermosa y sabía que tenía potencial para ser modelo o actriz. “Pero no funcionó por más que fui a casting”. No se detuvo. Había que ganar dinero y por eso trabajó en supermercados, vendía ollas y hacía todo lo que estuviera a su alcance para sobrevivir.
Después de cuatro años de matrimonio, se divorció porque la relación no daba para más. Alquiló una habitación, pero cada día todo le resultaba más difícil. “Viví una situación muy grave. Me refugié en el alcohol y el vicio me atrapaba cada vez más. Atravesé por un largo proceso de depresión y de carencias. Había momentos en los que no tenía ni un dólar para comer”. Recordar esta parte la pone triste, pero al mismo tiempo la hace sentir orgullosa de haber tomado la decisión de echar hacia delante.
Precisamente, ella decidió contar su historia porque entiende que no importa qué tan profundo sea el hoyo en el que hayas caído ante una situación difícil, “decidirte a salir de él es lo que cuenta”. Lo habla con determinación.
La soledad no la venció
María Fernanda está tan satisfecha con lo logrado que no pierde tiempo en decir: “No cambiaría nada de lo que he vivido, porque todo lo que pasamos nos lleva adonde estamos”. “Es cierto que en esos momentos me sentía sola, y lo sentía con mayor énfasis en Navidad, año nuevo y en mi cumpleaños. Eran fechas en las que estaba trabajando o en esas cuatro paredes. Por eso es que con lo poco que ganaba compraba alcohol y me encerré en ese mundo durante un buen tiempo”. Ante esto guardaba silencio y le decía a su familia que todo estaba bien.
Un día dijo: “¡Ya no más!”. Se propuso sacar la (CDL), que es la licencia de conducir. En lo que lograba este objetivo, cambió del supermercado a una pizzería donde le pagaban mejor. Eso le permitió empezar a ir al gimnasio “y a la gente le gustaba el resultado en mi cuerpo y empecé a entrenar a otros, y mientras juntaba dinero iba estudiando hasta que logré pasar un examen, que es el primer paso para obtener la licencia”. Habló con el señor de la escuela para que le permitiera pagar el curso a plazos. Él dijo que sí.
Su hermano Ángel le prestó el dinero. “Me dividía entre los trabajos y el curso, corría de aquí para allá y de allá para acá, gracias a Dios la obtuve. Mi hermano también me ayudó a conseguir un trabajo en los camiones. Dejé la pizzería y de entrenar, y me dediqué a perfeccionarme en el guía”. Hoy vive de eso y sueña con tener su propia empresa para ayudar a su familia y sobre todo, a niños de escasos recursos de su país.
Entre sustos, alegrías y largas carreteras
La joven para quien al principio trabajaba fue paciente con María Fernanda. La ayudó a perfeccionarse en el parqueo, y le ponía rutas de no más de 300 o 400 millas al día. “Recuerdo lo feliz que estaba cuando recibí mi primer cheque, no era mucho, de hecho, era menos que en la pizzería, pero me sentía feliz porque era un paso para superarme y sabía que ya con el tiempo aumentaría, y efectivamente, ha sido así”. Esta es una mujer de armas tomar que agradece a su madre Andrea Yovany “pero no a mi papá, él no existe en mi vida”. Es triste conocer este dato, pero ella no ofrece mayores detalles.
Luego del avance que iba teniendo con su trabajo en la carretera, pudo mudarse de la pequeña habitación que ocupaba. “Renté una casa, me compré un carro, le pude mandar dinero a mi mamá. Antes del año se me presentó la oportunidad de tener mi propio camión. Escuché de una compañía que daba facilidades para que sacaras tu propio camión y dije: ‘¡UPSS!’, sí, me voy. Hablé con mi jefa, con mi mamá y mi hermano porque era para irme a otra ciudad. Me decían que no me fuera porque si me pasaba algo iba a estar muy lejos y que no conocía a nadie por allá”. Se arriesgó.
Tenía tantas ganas de superarse, de seguir creciendo que entendía que el mundo era el límite. “Así que empaqué, compré un vuelo y me fui. Entregué el apartamento donde vivía y empecé a vivir en el camión. Pasaban meses y no iba a Nueva York, lo bueno es que el camión está bien equipado, con nevera, microonda, buena calefacción… y podía cocinar, era como vivir en una habitación”. Como dijo al principio, sólo hace unos días dejó de vivir en el tráiler.
Este trabajo le encanta y no deja de decirlo. “Es chulísimo, no tienes jefe, no hay ojos detrás de ti, trabajas los días que quieras…”. En su caso, ha durado meses en ruta desde Chicago, Alabama, Ohio, Iowa. Los Ángeles California, San Francisco, Nuevo México Houston, Arizona, Nueva Orleans, Florida, Seattle Washington.
Los sustos
Eso sí, ha pasado sus sutitos. Al respecto se le preguntó, y esta es su respuesta. “¡Ufff! el Padre Nuestro no sale de mi boca”. Se ríe y a seguidas detalla: “Una vez, en la carretera Idaho y Washington, que es un trayecto bastante delicado, un camión había tenido un accidente, y estaba en un lado y un carro del otro, los que veníamos no los podíamos ver porque estaban en una curva y, aunque venía con los frenos del motor y del pedal, no pude parar el camión y te puedo decir que, la distancia que pasé por entre los dos vehículos, fue de un dedo, el corazón se me frizó y el alma la dejé en la colina”. Todavía admite que se le eriza la piel de pensar en lo que le pudo pasar.
Otros temores que la han invadido, los ha vivido cuando ha tenido que pasar por lugares desiertos donde por horas no ve ni un camión, carro o casas. Es algo escalofriante, y siempre le pido a Dios que no se le dañe nada al camión para yo no tener que pararme”. Son experiencias que ha vivido en las madrugada, sin luz, donde sólo ve la carretera y estrellas.
Su infancia
María Fernanda tiene dos hermanos por parte de madre, y tres por parte de padre. Su infancia no fue nada fuera de lo normal, aunque admite que la relación con su madre no era muy buena, reconoce que gracias a su esfuerzo, no le faltó nada. “Ella siempre trabajaba para sustentarnos”. Lo admite.
La mujer que nació y creció en la provincia San Cristóbal, aunque su familia es ocoeña, recuerda que allí vivió hermosos momentos. “Realicé mis estudios primarios y secundarios hasta el segundo del bachillerato, en instituciones públicas donde aprendí, me divertí y conocí a Yanna Santiago, que es la hermana que la vida me regaló”. Muchas veces, mientras conduce su camión, la añoranza asalta su mente y a ella llegan los juegos infantiles, su escuela, sus amistades y la comida de su madre, pero no deja de ser feliz por lo que le ha tocado vivir.