Nueva York cumple 400 años en silencio y con acento latino



Se cumplen estos días 400 años de la fundación de lo que hoy es Nueva York, que tuvo lugar en la primavera de 1624. Lo lógico sería que la efeméride fuera motivo de celebración, pero está pasando casi desapercibida. Una excepción es la muestra titulada Nueva York antes de ser Nueva York, minúscula exposición que ocupa apenas un recodo del vestíbulo de la New York Historical Society, elegante edificio de estilo clásico neoromano ubicado frente al flanco oeste de Central Park.

La exposición incluye mapas, objetos y documentos de considerable interés, entre ellos una carta en la que un administrador de la Compañía Holandesa de Indias llamado Pieter Schagen da cuenta a sus superiores de cómo tuvo lugar la fundación de la ciudad. En 1624 los habitantes originarios del lugar, pertenecientes a la tribu de los lenape, accedieron a vender la Isla de Manhattan por 60 florines (24 dólares), a los colonos europeos. Ubicado en la punta meridional de la isla, el territorio adquirido recibió el nombre de Nueva Holanda y su núcleo habitado el de Nueva Amsterdam. En 1664, cuando los ingleses tomaron posesión de Manhattan, el enclave pasó a llamarse Nueva York.

Tres grupos humanos componían el Nueva York originario, los colonos de origen europeo, los nativos americanos, y los esclavos importados de África. El comisario de Nueva York antes de ser Nueva York, Russell Shorto, autor de La isla del centro del mundo, magnífica crónica sobre la historia de la colonia holandesa, invitó a los descendientes de los lenape que vendieron Manhattan a los europeos a escribir una carta de respuesta a Schagen, 400 años después de la transacción. En la contestación, que se puede ver en la muestra, los lenape de hoy hablan de 400 años de devastación, enfermedad, desplazamientos forzosos, opresión, asesinato, división, suicidios y traumas generacionales. Otros documentos dan cuenta de los tímidos inicios de un largo proceso de emancipación efectuados por los esclavos de la colonia. No son exactamente motivos de celebración.

Pero es así como nació Nueva York, dando comienzo a la historia prodigiosa de una de las ciudades más poderosas e influyentes del planeta. Un centro financiero, artístico e intelectual que apenas ha perdido un ápice de fuerza hasta hoy. Cuatro siglos después, cabe argüir que su vitalidad y diversidad étnica, religiosa, lingüística y cultural no tienen parangón en ningún otro lugar del mundo, por más que nunca falte quien se empeñe en buscar espacios urbanos comparables.

A lo largo de todos esos años, hubo momentos traumáticos que tuvieron efectos que se dejaron sentir en el resto del planeta, como el crash de Wall Street que dio lugar a la Gran Depresión de 1929, la destrucción de las Torres Gemelas en septiembre de 2001, o la crisis financiera global de 2008. Pero tras estas y otras catástrofes, como los incendios que destruyeron grandes zonas de la ciudad en distintos momentos de su historia, Nueva York supo siempre fagocitarse a sí misma y renacer de sus cenizas, literal y figuradamente, estando siempre a la vanguardia global. La medida más clara de su centralidad a escala universal la dan hechos como que la sede de la ONU, punto de encuentro de todas las naciones del mundo, se encuentre en Manhattan.

Una de las cosas que pone de relieve la muestra de la Historical Society es que la personalidad de Nueva York estuvo claramente definida desde el momento mismo de su fundación. A lo largo de 400 años la ciudad ha experimentado innumerables cambios, pero su espíritu ha sido siempre el mismo, un espíritu salvaje y voraz, individualista a la vez que solidario, presidido por los signos de la ambición, la competencia despiadada, la tolerancia, la amplitud de miras y la diversidad. La situación es compleja y abordarla requiere prestar atención a los matices. O elegir entre ellos. En este sentido, la verdadera medida de la diversidad que se da en Nueva York tiene lugar en el plano lingüístico. En Language City, libro publicado a principios de este año, el autor Ross Perlin constata que en Nueva York se hablan más de 700 idiomas, muchos de ellos en peligro de extinción.

Es aquí, en el ámbito de la lengua, donde la valoración de la ciudad cobra un sesgo distinto. Cuando Nueva York era una colonia primero holandesa y después inglesa, la presencia de hispanohablantes era virtualmente nula. Las cosas cambiaron de manera gradual, muy lentamente. Hacia 1890 había un total de 6.000 neoyorquinos procedentes de distintos países hispanohablantes, incluidos unos 1.500 españoles. A principios del siglo XX el proceso migratorio se empezó a acelerar, hasta llegar a un punto en que un tercio de los ocho millones y medio de neoyorquinos es de origen latino.

En este contexto, la potencia y vitalidad de la lengua española juega un papel fundamental. Es difícil, por no decir imposible, pasear por los distintos barrios de Nueva York o coger el metro sin escuchar nuestro idioma; no es aquí, como tampoco lo es en el resto del país, una lengua extranjera.

Si la muestra de la Historical Society es una invitación a mirar al pasado, la realidad de la ciudad invita a mirar hacia el futuro. Y en una reconfiguración de larga raigambre histórica, gracias a la inmigración de origen latino, cuyas oleadas no cesan, Nueva York es, de manera muy acusada, una ciudad panlatina, y buena parte de su identidad se apoya en la fuerza de un idioma cuya presencia se renueva de manera constante.

En Nueva York convergen migrantes de todo el mundo hispanohablante, lo cual está gestando, hace tiempo, una nueva variedad de español, resultante del encuentro entre tan distintas maneras de hablar el idioma común. En ningún otro lugar del mundo hispanohablante sucede algo así, incluida la circunstancia de que buena parte del fenómeno guarda relación con el encuentro entre el español y el inglés. Y no todo se reduce al ámbito estricto de la inmigración más reciente. En la ciudad hay consolidados medios de comunicación en español de gran potencia, así como entidades culturales de relevancia, incluyendo teatros, programas de radio y sociedades artísticas de la más diversa índole.

Un dato que no conviene perder de vista es que a mediados de siglo Estados Unidos será el país con el mayor número de hispanohablantes del orbe. Y la ciudad más populosa del país seguirá siendo Nueva York, de cuyo paisaje urbano el español seguirá siendo un personaje, lo es ya, imposible de erradicar. Es más. A ciertos niveles, Nueva York opera como el punto de encuentro de todas las culturas de origen hispánico. Tampoco es esto algo nuevo. Lo importante es señalar que ninguna entidad ni fuerza política podrá cambiar un hecho así.

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