Pau Luque, escritor: “Lo ideal sería que los hombres nos pusiéramos una temporada bastante larga en un segundo plano”



Dice Pau Luque (Barcelona, 42 años) en su nuevo libro Ñu (Anagrama) que hay una línea fina entre el esperpento y la genialidad. Esa línea, agrega, termina por honrar el lado cómico de las cosas serias. Y es que hacer reír para este profesor de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) “es el gozo más grande de todos” y lo logra con creces en su nuevo libro. Es una obra difícil de clasificar, que va del tratado filosófico a la novela, y de esta al ensayo, pasando por la autobiografía y hasta por el análisis literario. Luque plantea en ella una serie de problemas personales (¿existenciales?), “un montón de malestares y sinsabores” acumulados a lo largo de su vida, que lo muestran vulnerable y hasta inútil, a los que busca soluciones que parecen descabelladas y baldías.

El libro está cargado de anécdotas y personajes entrañables, que exploran temas absolutamente humanos como el amor, la amistad y la lealtad, el matrimonio y la infidelidad, las locuras llenas de aprendizaje de la adolescencia, la familia, la paternidad y hasta hay divagaciones sobre la riqueza desigualmente repartida y que puede comprar la belleza más lujosa, según pudo apreciar en las esculturas de un cementerio en Italia. “Nada me ha atormentado más en el pasado que la obsesión por creer que tiene que haber una solución para cada cosa”, escribe resignado. El título del libro lo toma del bóvido africano cuyo nombre es recurrente en los crucigramas. “Cuando en un crucigrama te piden responder a una pregunta acerca de un bóvido o un antílope de dos letras no tienes ni que pensar. Es automático: la respuesta siempre es ñu. Pero una respuesta no es lo mismo que una solución”, reflexiona en la obra. Y de soluciones, por muy disparatadas que sean, es el viaje que emprende Luque en un libro que lleva de la mano al lector por los callejones genoveses, entre las calles de Vilafranca del Penedès, en Cataluña, y a la caótica y tumultuosa Ciudad de México.

La cita con Luque es en una cafetería de Ciudad Universitaria, al sur de la capital mexicana, una calurosa mañana de primavera. La ciudad es un caos de coches y, como Luque advierte en su libro, siempre es mala idea tomar uno para moverse en este gigante de concreto. La cafetería está casi vacía a media mañana y él pide agua con gas y una rodaja de limón. El lugar está resguardado entre esos monstruos de concreto y cristal que son el MUAC y la Sala Nezahualcóyotl, dos de las más hermosas joyas de la cultura chilanga. Luque lleva gafas de sol porque sufre de fotofobia y pide que las fotografías se hagan bajo la sombra, para poder mantener los ojos abiertos.

—Además de la fotofobia, ¿hay otras fobias?

—Creo que ninguna tan grave como esa. Tengo un poco de fobia a mí mismo en determinados periodos de mi vida.

—¿Y ahora cómo está?

—Ahora tengo bastante fobia a mí mismo porque estoy en ese periodo que llamo el harakiri de la inteligencia, que es la promoción de un libro.

El libro lo presentó recientemente en una librería del sur de Ciudad de México acompañado por su amiga, la también escritora y ensayista mexicana Aura García-Junco. Esta es la tercera obra que publica con Anagrama y en 2020 ganó el premio de ensayo que entrega esa editorial por Las cosas como son y otras fantasías, un libro en el que explora el pulso entre la moral y la ficción. Luque se muestra serio, pero a lo largo de la conversación da ganchos cargados de humor y finas referencias cómicas, como esa de llamar a Lenin “una persona muy moderada”. Tal vez esa seriedad inicial se deba a que no le gustan las entrevistas y menos en época de la promoción de su libro, cuando tiene que repetir esa acción que bien puede definirse como un baile de máscaras. “Se presupone que tengo que decir más cosas de las que en realidad tengo para decir, y en el periodo de promoción eso es más repetitivo y exagerado. Te da menos tiempo a distanciarte de ese yo en que te sientes un charlatán”, aclara.

—O sea que ahí tiene usted un problema.

—Puede ser un problema para el que no hay solución y seguramente parte del problema es concebirlo como un problema.

—A usted, que como dice en el libro, le da pereza meterse en problemas.

—Sí, claramente hay una parte de eso, como que me da hueva meterme en problemas y las entrevistas son potenciales escenarios idóneos para meterse en problemas.

La entrevista se desarrolla apenas unas horas después de que el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, anunciara el lunes su decisión de mantenerse en el cargo después de haberse retirado cinco días para reflexionar, tras los ataques de la derecha española, y algunos medios también de derechas, a su familia, principalmente a su esposa, Begoña Gómez. El tema, inevitablemente (al menos para el entrevistador), sale a relucir en la conversación y Luque afirma que lamenta que todo el drama político de Sánchez haya pasado después de haber escrito su libro, porque, dice, “habría sido un ejemplo perfecto de un ñu”, es decir, una respuesta fácil a un supuesto problema, pero que en el fondo no es una solución. ¿Cómo así? “El presidente Sánchez nos presenta un gran problema para el país, que si acaso es un problema —y está por verse— para él o para su familia y nos ofrece una solución que es él mismo”, explica el autor.

—¿Cree que se trata de un problema que en realidad no tenía?

—De lo que estoy seguro es de que no es un problema para el resto de españoles. Y él nos está intentando convencer de que sí. Es francamente perturbador, es un ejemplo de manipulación de manual, eso de convencer a los demás que mis problemas son los tuyos.

—El presidente español ha citado entre sus problemas a un movimiento reaccionario mundial. Gente como Trump, un europeo que sí fue al dentista, como lo llama usted en el libro, que pone en riesgo valores democráticos que damos por sentado. ¿Cree que ese sí es un problema?

—Sí existe claramente un movimiento reaccionario que le gustaría dar la vuelta al tiempo. El feminismo y el movimiento LGBT han conseguido una victoria política que está al alcance de muy pocos, que es haberse convertido en la lingua franca política, hasta el punto de que en el primer debate presidencial acá en México recuerdo que Xóchilt Gálvez —que claramente representa a la derecha, a la gente conservadora de México— reivindicó al movimiento LGBT. Eso es una victoria política de gran calado. Y eso al movimiento reaccionario le pone los pelos de punta. Para nombrar a personas muy moderadas, como Lenin, los reaccionarios querrían darle la vuelta al tiempo como si fuera un calcetín, su grado de perversión política es tal que querrían regresar a 40 o 50 años atrás.

El escritor-filósofo acepta meterse ese momento de la plática en el tema del feminismo, que tantas pasiones levanta y choques produce en el abanico variopinto de las sociedades modernas. Luque dice que le incomoda un poco hablar del tema, aunque en su libro lo explora, o al menos la relación entre hombres y mujeres, la comparación entre escritoras y sus pares masculinos. “Las mujeres —dice en la obra, por ejemplo— suelen explicar su ruptura de forma realista y los hombres acostumbran a explicarla casi como quien da cuenta de un increíble golpe de inspiración”.

—Ya que menciona el feminismo. ¿En verdad es un hombre deconstruido y reconstruido, como dice en el libro?

—Eso es un intento de burla acerca de mí mismo. Tengo un poco de sospecha con la idea esta de las masculinidades y ese tipo de discursos. Creo que son bien intencionados, pero en un sentido creo que es una manera de legitimar que los hombres sigamos teniendo un papel protagonista. Creo que lo ideal sería ponernos por una temporada bastante larga en un segundo plano.

—¿Solapamos el machismo o de verdad se puede erradicar en un hombre?

—Siempre he sido muy escéptico respecto a la idea de la deconstrucción, pero creo que lo que hay detrás, que es la de volver a pensar de qué manera los hombres se relacionan con los demás, particularmente con las mujeres, es la idea correcta. Pero soy bastante escéptico con la idea de que existen hombres deconstruidos, porque creo que van a pasar tres o cuatro siglos para que esa idea cobre sentido. Soy una persona en general pesimista.

—Será porque es filósofo.

—A lo mejor es al revés: soy de manera congénita pesimista, por eso me metí a la Filosofía. Los hombres por lo general buscamos huir de aquellas situaciones que nos muestran vulnerables. Y no estoy nada seguro de que los hombres, por lo menos de mi generación, podamos ser hombres genuinamente deconstruidos, pero sí creo que podemos hacer algo, que es buscar situaciones que nos pongan en vulnerabilidad.

Y es aquí donde el entrevistador le pide al entrevistado algo que a él no le gusta: dar consejos. Dice Luque en el libro que “aconsejar motu proprio es a veces un síntoma de que se fue un auténtico hijo de la chingada y ahora se intenta compensar el mal hecho mostrando una pretendida y siniestra integridad moral”. A él, afirma, le da miedo “esa gente cuya prioridad absoluta es hacer el bien” y, peor, dando consejos a los otros. Buscando soluciones a los problemas ajenos. Entonces: ¿qué le aconseja a un hombre para ponerse en una situación de vulnerabilidad? El autor hace uso de la literatura para dar su consejo. “Algo que tiene un reflejo bastante claro en la literatura es la idea de que la mal llamada ‘literatura del yo’ era cosa de mujeres. Existe este lugar común manifestado por muchos escritores de que hablar del yo era algo que estaba mal visto, porque se trata de exponer las situaciones en que tú eres una mierda y no quedabas de manera brillante. Algo que es interesante es la idea de los hombres exponiéndose de esa manera, mostrándose en esa posición de vulnerabilidad”, dice.

La poeta española Berta García Faet dice en uno de los promocionales de Ñu que tras leer el libro salió de él “risueña, humilde” y con un poco de dolor de barriga de “desternillarse”. Y es que esta obra es una sucesión de hechos a veces tan absurdos que el lector no puede parar de reír. Ejemplo es el de Luque siguiendo por toda su casa mexicana a su pequeña hija, de quien debía tomar una muestra de orina para un examen necesario para inscribirla en una guardería. A la niña le habían colocado en una clínica una bolsita para que en ella depositara el orín, pero la dichosa bolsa se cayó en dos ocasiones y se hacía imposible lograrlo. Surgió un problema en la cabeza de Luque (”una dificultad que superar”, “una cuestión cuya respuesta exige darle vueltas al asunto”) y debía buscar una solución: llenar a su hija de líquidos para que orinara copiosamente. Esperó. Y esperó. Pero la niña lo hacía en los momentos cuando su padre no estaba expectante y en los lugares menos adecuados. “A veces las cosas no tienen solución. Y empecinarse en encontrarlas es garantía de pequeños o grandes desastres”, asegura Luque en el libro.

—Dice que está felizmente dispuesto a que no le tomen en serio.

—Sí, eso es una cosa en la que creo mucho.

—¿Incluso que no lo tomen en serio sus estudiantes?

—Por supuesto. Los primeros que le tienen que perder el respeto al maestro son los estudiantes. Eso es importante porque muchas veces se confunde lo serio con lo solemne y lo solemne me parece una cosa absolutamente terrorífica.

Luque afirma que cumple esa premisa en su forma de enseñar la Filosofía. No soporta, asegura, una manera erudita de enseñarla, porque, dice, “se despreocupa por las cosas inteligentes que tiene que decir tu interlocutor”. A él, asegura, le “suele interesar mucho más provocar y estimular a mi interlocutor para que diga no cosas eruditas, que me dan igual, sino cosas inteligentes. Casi nunca tienes que soltar ningún nombre, ni ninguna tradición ni ningún libro para decir cosas inteligentes”. Para Luque la solución radica en acudir a lo mundano, es decir, a lo más humano. “Pongo el ejemplo de mi abuela, que era una persona analfabeta, pero que tenía mucho conocimiento ético y tenía claro qué era la crueldad, por qué la venganza estaba mal, qué era una persona noble. Era una persona incapaz de articular pensamientos particularmente sofisticados, pero tenía un conocimiento ético y para mí esto sugiere que la mayor parte del conocimiento ético, y en este sentido filosófico, proviene de nuestras relaciones más mundanas”, explica.

El de Luque es sin duda un libro delicioso, que permite ahondar sobre esos problemas personales para entender los nuestros. Sí es una obra que hace reír, porque al final la risa puede ser una catarsis, un golpe liberador. En el libro Luque se muestra vulnerable y cómico. Hay momentos en los que parece un verdadero inútil. “Soy un verdadero inútil”, asegura. “Eso es lo que probablemente me acercó a la filosofía, porque ahí eso está más condonado que en otros oficios de la vida”.

—Dice que para usted es un gozo hacer reír a sus amigos.

—Es el gozo más grande de todos y yo vivo para eso.

—Entonces ahí lo tiene: la risa y la carcajada sí son la solución a nuestros problemas.

—Creo que no. Es otra manera de encarar el mundo mucho más compasiva, te permite aceptar de una manera que no es autodestructiva que hay cosas que no tienen solución.

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