Un Petro radical enfrenta a una derecha sin imaginación



La última encuesta Invamer Poll ratifica que la desaprobación del presidente Gustavo Petro sigue por encima del 60% y apenas un 34% de los colombianos lo apoyan. Fiel a su esencia y trayectoria, no son números que asusten al mandatario, lo arrinconen, o lo obliguen a pensar en una nueva estrategia de opinión pública.

A él, que hace la política con otros manuales y ha convertido las redes sociales en su trinchera y vanguardia, las encuestas le resbalan, y mucho más cuando no le son favorables. De hecho, se encuentra en una etapa de su mandato en el que, a pesar de que aparentemente se hundió la reforma a la salud, ha logrado destrabar importantes iniciativas gubernamentales en el Congreso, como la reforma pensional, poner al país a hablar de una Constituyente popular, aumentar su incidencia regional, insistir en un proceso de paz total que no convence a la opinión pública y permanecer en campaña permanente para reelegir su impopular mandato, como si el sol no estuviera a sus espaldas y el horizonte no pareciera nublado ante el avance de la narrativa de la oposición, la amenaza de un apagón y el racionamiento de agua en Bogotá, no visto en décadas, en medio de una tormenta de escepticismo sobre la capacidad del Estado de enfrentar las consecuencias del fenómeno de El Niño o el cambio climático.

Obstinado en sus objetivos, radicalizado, Petro insistirá en imponer sus criterios contra todo pronóstico, desoyendo a la oposición e incluso a sus asesores más cercanos, construyendo lealtades en los liderazgos regionales, empoderando a la sociedad civil organizada a la que transfiere variadas responsabilidades; intentando romper paradigmas, crear una nueva institucionalidad, derrotar a la vieja clase política, silenciar los fusiles e instaurar, a través de una Constituyente Popular, un modelo económico, político y social que acelere el cumplimiento de los acuerdos de paz de La Habana con la extintas FARC e impida el ciclo de reproducción del poder en unos pocos apellidos y la multiplicación de la pobreza como maldición de una nación sumida en la guerra y la corrupción.

Los constantes anuncios del presidente aumentan la incertidumbre, que es el sello de la política nacional. Colombia es la tierra del olvido ―como canta Carlos Vives― donde lo impredecible es lo cotidiano. Nada es cierto. La política se mueve entre espejismos, sombras y laberintos, liderazgos débiles y ambiciones desmedidas, en un paisaje caótico que los expertos buscan entender para tomar decisiones. En uno de esos laberintos se hundió, al parecer temporalmente, la reforma a la salud, después de debates interminables y toneladas de carreta, demagogia, oportunismo, servilismo a oscuros intereses y venganza contra viejos adversarios, de amigos y enemigos de la iniciativa que, de aprobarse, transformará la vida, literalmente, de millones de ciudadanos, muchos de los cuales no entienden la jerigonza de los especialistas y solo les importa que les den una cita con un especialista, les programen a tiempo una cirugía o les entreguen la medicina.

Pero esa victoria transitoria de la oposición no significó una derrota para el Gobierno, que no se ha dejado meter en la UCI ni entubar entregando la cabeza de sus ministros y, por el contrario, ha acelerado en su meta de transformar el modelo de salud, interviniendo a las EPS de mayor cobertura, saltándose su intermediación, y concertando al mismo tiempo con ellas, en una maratónica jornada de 100 horas, para intentar revivir la hundida iniciativa. “Hemos acordado con las EPS una sesión permanente de trabajo de 100 horas, partiendo de una base y es que se necesita reforma a la salud. Este espacio será de concertación para buscar una salida a la crisis que durante décadas se ha llevado al sistema de salud. Una salud incluyente y preventiva es el camino”, trinó el presidente al respecto en X, antes Twitter.

Los pacientes, hasta ahora, no han visto disminuida la atención de las EPS intervenidas, ni las EPS se han convertido en enemigas del nuevo modelo. Por el contrario, lo que se ve es un empresariado dispuesto a someterse a las nuevas reglas de juego, en una visión colaborativa para seguir siendo parte del nuevo modelo y beneficiarse, atendiendo a los millones de usuarios, garantizando el derecho a la salud, sin abandonar a su suerte a miles de empleados que también padecen este pulso y se juegan el bienestar de sus familias.

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La reforma a la salud, a pesar de los titulares, no está muerta y podría revivir. En el Congreso no todo son malas noticias para el Gobierno, que ha logrado que la reforma pensional esté a punto de ser ley de la República, lo que le daría un gran triunfo político. Los liberales y conservadores han sido claves para quitarle el cerrojo a la agenda legislativa de Petro. Las lealtades partidistas no parecen ser el sello común de la clase política, que busca sobrevivir ―como lo ha hecho siempre― obteniendo un parte del pastel estatal en la antesala de las próximas elecciones legislativas. Pronto se verán nuevas caras en las dependencias oficiales para pagar lo pertinente.

Mientras en el Congreso se deshacen y construyen lealtades, en las regiones avanza, quizá no a la velocidad que quisiera el presidente, la estrategia de organizar las bases sociales para impulsar una Constituyente Popular. Esa estrategia reformista es vista en Colombia por muchos como un acto de ciencia ficción. No en vano, el país tiene una enorme tradición legalista y apego a las formas. Pero las formas poco le importan al mandatario, que insiste, sin lograr un consenso ni un acuerdo nacional como en 1991, en cambiar la joven Constitución de 1991 que firmó el M-19 e hizo posible que él mismo fuera alcalde, congresista y presidente. La armadura que hoy le estorba fue la que le salvó la vida y le dio gloria. La Constituyente petrista se debate hoy entre la incredulidad de los juristas, la testarudez de los activistas y el rechazo de la opinión pública.

Colombia, en conclusión, continúa hoy marcada por el pesimismo de las mayorías, como lo señalan las encuestas. La sequía de las reservas de agua en Bogotá, el bajo nivel de los embalses y el riesgo de un apagón, sumado a la turbulencia política y la inestabilidad económica, en un mundo en guerra donde en cualquier momento podría reelegirse a Trump, no muestran un panorama alentador para un país liderado por un presidente de izquierda, decidido a pasar a la historia como el más grande reformador. Pero a Petro le importa es el hoy y ganar sus batallas. Y aunque truene, él se radicalizará hasta convocar la Constituyente popular y cambiarlo todo.

Gran reto tiene la oposición para impedir que Petro 2026 no sea el eslogan de la campaña presidencial que ya está andando. La marcha convocada para el 21 de abril medirá la capacidad de convocatoria del antipetrismo, pero no hay que hacerse ilusiones, los gritos de la derecha no irritan, ni le importan al presidente. Colombia arde y hay una sequía enorme de imaginación en la derecha.

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