Una víctima de las inundaciones del sur de Brasil: “Es pura supervivencia, un sálvese quien pueda” | Internacional


En el kilómetro 107 de la carretera BR-290, en Eldorado do Sul, el brasileño Rafael Espezim, de 34 años, fuma su último cigarro de pie y en silencio al lado de su familia. Miran hacia lo que antes era una calle de entrada al municipio, que ahora de tan inundado bien podría ser un río. Los Espezim se encuentran en un punto de rescate y auxilio del Ejército para los desplazados por las lluvias torrenciales que azotaron al estado brasileño de Rio Grande do Sul y han dejado un escenario de tragedia y caos sin precedentes en la región.

Espezim trató de huir de su casa, con su esposa, su hija y su hijastro, en la tarde del viernes 3 al ver que su barrio se estaba inundando. Llevando solo sus llaves, su celular y su billetera intentaron encontrar un lugar que creyesen que no se inundaría. “Fue todo muy rápido, nos mudamos tres veces en un mismo día”, decía el lunes pasado. Primero fueron a un barrio de la ciudad, luego a otro y al final, a la carretera BR-290.

La mayoría de los albergues de las zonas más altas de la ciudad estaban llenos, y él y su familia fueron rescatados y dejados en el punto de auxilio. “No sabemos adónde ir, qué hacer, qué va a pasar a partir de ahora”, confiesa. “Aquí hay que arreglárselas como se pueda. Se ha convertido en supervivencia… en un sálvese quien pueda”.

Las graves inundaciones de Rio Grande do Sul han causado la muerte a al menos 113 personas y hay otras 146 desaparecidas, según el balance que ha difundido este viernes la Defensa Civil. Además, los desalojados de sus hogares suman casi 340.000, de los que 70.000 están en albergues.

Espezim y su familia sufrieron las tres últimas inundaciones en la región, pero él asegura que esta última fue la peor. Su futuro es incierto; lo único que esta familia tiene claro es que, luego de todo lo que pasaron, no regresarán a Eldorado do Sul.

Esta ciudad de 42.000 vecinos quedó casi totalmente inundada, así como muchos otros municipios de la región. Al sobrevolarla se ven grandes masas de agua y lodo que llegan hasta la altura de los tejados, dejando en la superficie resquicios de lo que fue una ciudad. Todo el territorio fue evacuado. “Fue terrible. Se escuchaban tantos gritos de socorro”, cuenta Espezim.

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El pavimento de la carretera está ocupado ahora por tiendas de campaña, carros de la policía y embarcaciones. Emerge de la superficie central como puente flotante. En las calles laterales sumergidas yacen carros que se reconocen solo por sus techos, basura y pedazos de madera y metal que flotan alrededor. Al frente, el camino está totalmente bloqueado, y ahí solamente se puede llegar por el agua o en helicóptero.

En la última semana, cientos de personas que no encontraron albergues en los que refugiarse antes de la inundación fueron llevadas a la autovía federal en motos de agua y pequeños botes que atracaban en este puerto móvil improvisado, una especie de plataforma compuesta por grandes tablas de madera que son empujadas para dentro y fuera de la superficie por una camioneta.

“Aquí está todo el mundo está desesperado. Lo peor es cuando llega la noche”, dice un policía federal que camina apresurado para dirigir a los funcionarios que llegan con grandes cajas metálicas de donaciones para los desamparados.

Edificios y vehículos parcialmente sumergidos en medio de las inundaciones en Canoas.
Edificios y vehículos parcialmente sumergidos en medio de las inundaciones en Canoas.Amanda Perobelli (Reuters)

El rescatista Yuri Ferrer, que se perdió los primeros pasos de su bebé mientras socorría a los atrapados en casas inundadas, se desahoga: “Hemos visto cosas que para mí eran inimaginables. Está todo muy difícil”.

Como los Espezim, Vanussa Silva, de 51 años, y su esposo, Cristiano, también fueron rescatados y llevados a la carretera BR-290. Ambos estaban fuera de casa cuando fueron tomados de sorpresa por la inundación de su barrio. Intentaron regresar a su casa a buscar algunas pertenencias, pero ya era demasiado tarde; el agua les llegaba al cuello. “Nunca pasamos por algo así. No hay quien no perdió algo. ¿Sabes qué es no tener nada más?”, pregunta ella, afligida.

La pareja no pudo salvar nada más que la ropa que llevaban puesta, y dicen que hacía tres días que no sabían de su hijo, Marcos, de 18 años, que tiene una discapacidad mental, y que fue rescatado mientras lo cuidaban otros familiares. “No sé si fue llevado para Guaíba, para Porto Alegre…”, dice Silva, mencionando ciudades donde puede estar acogido su hijo en un albergue. “Estoy muy preocupada, él necesita de su medicación”.

El general Marcelo Zucco, jefe de la Operación Taquari 2, que está dedicada a la búsqueda, rescate y auxilio a los afectados por las inundaciones, dice que han desplegado cerca de 14.000 militares y agentes. Muchas otras personas, en su mayoría civiles, se han ofrecido voluntarias para aliviar la crisis. En varias ciudades, vecinos se organizan en grupos de WhatsApp para donar sus pequeñas embarcaciones y motos acuáticas para los rescates, hacer listas de las personas desaparecidas o cuidar de mascotas encontradas en los tejados.

Para el general Zucco, las operaciones de rescate están en su fase final y deben durar solamente uno o dos días más, para abrir paso a una fase de logística, con el envío de alimentos, agua y otros productos para refugios y pueblos golpeados por la catástrofe.

Un hombre se apoya en mantas cerca de una calle inundada en Eldorado do Sul, este 6 de mayo.
Un hombre se apoya en mantas cerca de una calle inundada en Eldorado do Sul, este 6 de mayo.Amanda Perobelli (Reuters)

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