Wali Iturriaga y el fenómeno de La Jenny: “Un día me puse a improvisar y a los dos meses llenaba teatros”


Wali Iturriaga dialogó con Infobae en el Hotel Scala Buenos Aires (Foto: Infobae)

El suyo es un fenómeno difícil de explicar. O quizás no. Porque la humildad con la que Eduardo Wali Iturriaga se relaciona con la gente que lo reconoce por la calle deja en claro que, ahí, radica el secreto de su éxito. Nacido hace 42 años en Corrientes, el creador de La Jenny que hoy llena teatros en todo el país e, incluso, en el extranjero, nunca perdió su esencia. Simplemente, tuvo la oportunidad de jugársela por un sueño y no lo dudó. Pero sabe perfectamente que la verdadera felicidad no consiste en sumar shows para liderar una taquilla, sino en aprovechar la vida junto a su esposa, María de los Milagros Mity Pérez, y sus cinco hijos: Luisana (15), Marina (12), Milo (11), Valentino (4) y Luna (3 meses).

“Es raro, a veces me cuesta caer. Para mí son un montón de años, pero para otra persona pueden parecer pocos porque empecé hace cinco con esto. Tengo la buena y la mala suerte de que todo haya empezado muy arriba para mí. Porque la verdad es que desde el primer teatro que hicimos, siempre trabajamos a sala llena. Y, si bien es buenísimo, también me hace estar un poquito afuera de la realidad. De repente, si hago función doble y en la segunda faltan vender dos filas, ya me deprimo y pienso que algo está fallando”, explica el actor, que acaba de terminar su temporada en el Teatro Neptuno de Mar del Plata y se prepara para presentarse en el Teatro Gran Rex de Buenos Aires del 28 de marzo al 1 de abril, en diálogo con Infobae.

—¿Sabe que la carrera de los artistas se construye en base a fracasos?

—Sí, claro. Y cuando me doy cuenta de eso, me digo que estoy re loco y que tengo que empezar a valorar un poquito más todo lo que logré.

—El éxito abrupto a veces abruma. ¿Usted llega a disfrutarlo?

—Poco. A veces hay algunos sacudones que te hacen despertar y tomar conciencia de lo que está pasando. Pero creo que todavía no tuve la posibilidad de sentarme a pensar en todo lo que pasó. Si de chiquito venía al Rex a ver Jugate Conmigo y me parecía un monstruo el teatro. Y hoy me presentó ahí y lo tomo como si fuera un paso más, cuando en realidad es un montón.

—¿De chico tenía esa faceta artística?

—¡Totalmente! Porque lo mamaba en casa. Los instrumentos estaban ahí. Y yo ni tengo noción de en qué momento se medio por agarrar la guitarra y empezar a tocar. Después seguí con la batería, el piano…

—¿Fue autodidacta?

—En muy pocas ocasiones le pedí a mi papá que me enseñara alguna nota o le dije a mi mamá que me diera un tip para escribir una poesía. Todo se fue dando. Y el humor siempre estuvo muy ligado a todo eso. Así que, sin siquiera imaginar que podía ser mi futuro, el arte siempre estuvo presente en mí. Y fui un niño muy feliz, al que siempre le gustaba llamar la atención.

Wali de niño, en Corrientes (Gentileza familia Iturriaga)
Wali de niño, en Corrientes (Gentileza familia Iturriaga)

—¿Era de los que animaba las reuniones familiares?

—Exacto. Hacía chistes. O me iba a mi cuarto a buscar una peluca para disfrazarme y hacer alguna gracia. Yo necesitaba hacerme ver. Y eso fue algo que fui trasladando a todos los ámbitos. Por ejemplo, en el trabajo que no era el que yo quería pero que hice con mucha pasión y para el que me capacite en todo el mundo, que fue la actividad física, también lo apliqué.

—¿De qué manera?

—Para mí, la sala del gimnasio era un escenario. Era pararme a dar clases de crossfit, spinning o de zumba, y empezar a tirar un chiste como para convertirme en el protagonista de ese momento.

—Debe haber sido un profesor muy divertido…

—Creo que sí. Porque, además, todo lo hice con muchas ganas. Y me fue bien.

—¿A qué edad comenzó con el entrenamiento físico?

—Es difícil calcularlo, ya que nací en el gimnasio. Y, sin darme cuenta, un día estaba dando clases. Creo que tendría unos 13 o 14 años en ese momento. Ahí empecé a trabajar ocho horas por día, pero no porque nadie me obligara sino porque me gustaba. Encima, en ese momento mi papá era campeón de fisicoculturismo y era como el Arnold Schwarzenegger de Corrientes. Así que, para mis amigos, era como un superhéroe. Y yo estaba muy orgulloso de él, por lo que quería seguir sus pasos aunque nunca dejé de lado lo artístico.

—Imagino que por entonces veía como algo imposible la chance de dedicarse al espectáculo….

—Absolutamente. Siempre vi al mundo artístico pero como un cholulo. Por eso me cuesta aceptar que hoy estoy dentro de esa realidad. Yo miraba mucha televisión, compraba revistas, iba al cine y sacaba entradas para todos los espectáculos que se presentaban en el Teatro Vera de mi ciudad. Y, cuando llegaban las vacaciones de invierno y veníamos a Buenos Aires con la familia, aprovechábamos para consumir todo lo que había en las salas porteñas.

—¿Era de los que están incómodos en las butacas queriendo subirse al escenario?

—¡Sí! Entonces encontré que la mejor forma de acercarme a eso que quería era a través de la música. Así que me metí en un conservatorio y empecé a tocar en bandas de punk rock desde los 15 o 16 años. Yo cantaba, componía y tocaba la guitarra. Sacamos varios discos e hicimos giras con Attaque 77, entre otros grupos. Y, durante mucho tiempo, empecé a dar shows en paralelo a mi trabajo con el entrenamiento físico.

Iturriaga en su adolescencia, tocando la guitarra (Gentileza familia Iturriaga)
Iturriaga en su adolescencia, tocando la guitarra (Gentileza familia Iturriaga)

—¿A su esposa dónde la conoció?

—En el gimnasio. Ese era mi boliche…Como trabajé mucho desde muy chico, nunca fui de salir. Es más: tengo cero cultura de tomar alcohol o esas cosas. Así que la conocí ahí y ya hace unos 18 años que estamos juntos. Pero lo bueno es que ella, en ese proceso de clases de musculación y bandas de rock, siempre me bancó. Somos muy unidos.

—Y formaron una familia numerosa…

—Eso fue un sueño también para mí. Yo siempre quise tener muchos hijos. Y mi mujer viene de una familia de siete hermanos, así que también está acostumbrada a la multitud.

—Es decir que usted ya estaba asentado con su trabajo y su familia cuando aparecieron en su vida las redes sociales, ¿verdad?

—Fue muy loco. Yo era propietario del gimnasio más grande de la zona. Y un día conocí una enfermedad que se llama AME, atrofia muscular espinal, por una nena de Paraguay que se llama Bianca y necesitaba un medicamento que costaba como dos millones de dólares. Entonces aproveché el hecho de ser medianamente conocido en Corrientes como para tratar de ayudarla. Yo ya estaba muy metido con las redes por mi trabajo. Así que inventé un personaje que se llamaba Cachilo, que es como una caricatura de un villero que se hizo muy querido. Y así empecé a hacer campañas por los barrios para recaudar fondos. Después seguí juntando medicamentos para otras personas. Y eso me cambió la cabeza, así que comencé a abrir comedores y merenderos. Actuaba en los barrios para obtener plata. La gente que me conocía pensó que me había vuelto loco.

—O sea que todo surgió a raíz de un trabajo solidario…

—Claro. Pero bueno, al ser una ciudad chica, nadie entendía cómo yo, que era un tipo de clase media, padre de familia y ya instalado, de repente estaba actuando en una plaza con una peluca en la cabeza.

—¿En qué momento apareció Jenny, la paraguaya, el personaje que lo catapultó a la fama?

—Un día llegué a casa después de una clase de zumba con una remera fluo igual a la que uso hoy. Y agarré una peluca de cotillón que después seguí usando durante mucho tiempo por cábala. Entonces me puse a improvisar en ese tono paraguayo, que está muy ligado a la cultura correntina. Y, cuando lo subí a las redes, se disparó. Yo en ese momento estaba muy centrado en otros personajes, pero la Jenny se hizo tan popular que a los dos meses ya estábamos llenando teatros. Y, para mí, empezar a armar un show me abrió todo un mundo de posibilidades. Porque pude meter todas esas cositas que sabía hacer: música, baile, canto, monólogos….

—Imagino que con una familia que mantener, no debe haber sido fácil tomar la decisión de dejar un trabajo seguro para probar suerte en el espectáculo.

—Fue fuerte. Mi papá, que era mi socio en el gimnasio, se volvió loco. ¡No entendía nada! Y yo también, en parte, estaba desconcertado. Porque no entendía ni cuánto se cobraba. Yo por ahí me iba a hacer un show a un club por unos pesos solo porque a mí me hacía feliz. Así que tuve que aprender cómo se manejaba este ambiente. Y tuve un momento de crisis. Pero siempre tuve fe de que algo bueno iba a pasar, porque estaba contento con lo que hacía y tanto mis hijos como mi mujer también lo disfrutaban.

Wali junto a su esposa, Mity, y sus cinco hijos (Gentileza familia Iturriaga)
Wali junto a su esposa, Mity, y sus cinco hijos (Gentileza familia Iturriaga)

—Su esposa también trabajaba en el gimnasio, ¿ella no puso reparos a la hora de dar semejante paso?

—No. Primero se enganchó con esto de ir a los barrios a actuar, que también nos sirvió para mostrarle a nuestros hijos una realidad diferente a la que estaban acostumbrados a vivir. Y, después, nos tomamos la mano fuerte para empezar un camino nuevo. Me acuerdo que, cuando arrancó toda esta locura de los shows y los teatros llenos para lo cual tuve que empezar a trabajar con gente más especializada, nos sentamos a charlar. Yo lo que no quería era estar lejos de mi familia, yendo de Corrientes a Buenos Aires. Así que decidimos venirnos todos para Capital Federal.

—Esto fue en el 2020, el año que comenzó la pandemia del coronavirus, ¿verdad?

—Exactamente, el 13 de marzo. Y a los pocos días se empezó a cerrar todo…Cuando llegamos no teníamos nada, salvo una valija de ropa para cada uno. Así que conseguí unas camas para un departamento que habíamos alquilado. Y toda la plata que habíamos generado en los meses previos, la usamos para el depósito pensando en los shows que teníamos agotados para más adelante. Ahí dijimos: “¿Qué hacemos?”.

—¿Y?

—Estábamos sin tele, sin sillón, sin utensillos de cocina y sin dinero. Pero aguantamos así como ocho meses, con muy poca comida y pidiendo algunas cosas prestadas. Yo la empecé a remar con los videos, hasta que arrancamos con los streaming y de a poco fuimos saliendo.

—¿Pensé en tirar la toalla en algún momento?

—No, porque siempre fui muy fuerte de mente. Y porque estuvimos muy unidos. ¿Viste cuando le das a un chico un juguete caro y el prefiere jugar con una rama? Algo así nos pasó a nosotros. No teníamos nada, pero de una sombra hacíamos un cuento de hadas. Y eso también nos dio mucha fortaleza como familia.

—Todo el mundo se pregunta de dónde surgen las historias de la Jenny y el Juan Carlos y, por lo que cuenta, entiendo que no reflejan la relación con su esposa…

—Al comienzo sí, no creas. Todas las parejas tenemos esas discusiones en las que, de repente, nos damos cuenta de que estamos peleando por algo que no tiene sentido. Así que yo lo que hice fue empezar a tomar esas pequeñas cosas para hacer una caricatura. Y me resultó, primero, porque siempre encontraba un motivo para hacer un video, y segundo, porque después nos terminábamos riendo de nosotros mismos.

—¡Buen sistema para frenar discusiones!

—Al final, no peleábamos nunca. Así que, después, empecé a usar algunas cosas del grupo de WhatsApp de las mamis del colegio. A veces, cuando me ven me dicen: ”Hiciste un video por nosotras”. Pero, a esta altura, la realidad es que saco ideas de cualquier lado.

—¿Cuál cree que es el secreto para que este personaje sea tan querible?

—Es raro. Porque tiene muy poco: soy yo con una peluca y ni siquiera me afeito. Tampoco uso mucha ropa femenina. Y, sin embargo, la gente termina creyendo que es una mujer. Por lo demás, pienso que gusta porque se trata de un humor bastante sano. Yo jamás uso una mala palabra, salvo algunas inventadas que si las escucha un chico no las entiende. Y también porque muestra cosas que quizá hoy no están tan presentes, pero que todos vimos en algún momento en una abuela o una mamá que era parecida.

Wali en Mar del Plata caracterizado como la Jenny (Gentileza familia Iturriaga)
Wali en Mar del Plata caracterizado como la Jenny (Gentileza familia Iturriaga)

—¿Tuvo que modificar algunos gags en función de los cambios sociales?

—Bastantes, porque había muchas cosas que yo antes hacía sin pensar. Para darte un ejemplo, podía pasar que la Jenny estuviera hablando con Juan Carlos y, de repente, le pegara una palmadita en el brazo de la manera más inocente. Eso, hoy en día, en las redes sociales lo critican mucho. Pero yo tomo estos cuestionamientos para bien, porque sé que la gente que me consume me está dando su punto de vista y que está bueno tenerlo en cuenta para ir amoldándose, siempre y cuando sea con respeto.

—¿Volvería a vivir a Corrientes o ya se siente porteño?

—Me costaría mucho volver, porque soy muy inquieto y acá tengo todo para hacer. Aparte, por el tema de las giras, siempre se hace más fácil salir desde Buenos Aires. Y, gracias a Dios, estamos presentándonos no solamente en la Argentina sino también en distintas partes del mundo.

—¿Qué le pasa hoy cuando ve lo que ha logrado?

—Siento mucha felicidad. Amo hacer este trabajo, lo que no significa que no sea pesado. Por ahí la gente ve el resultado, pero no sabe que ese video quizá me demanda todo el día. Y ni hablar de lo que se labura para el teatro. Pero estoy muy orgulloso de mí, porque me doy cuenta de que voy cumpliendo mis metas. Siempre con una motivación, que es tratar de darle una vida mejor a mi familia y lograr que disfruten de esto como si fuera un cuento. Porque, hasta de los problemas, se puede sacar algo lindo.

—Usted sabe que la clave está en lograr, estando arriba, mantener los pies sobre la tierra…

—A muchos les pasa muy rápido esto de creérsela. Y yo, cuando los veo, digo: “No quiero estar así!”. Yo necesito tener los pies sobre la tierra porque, para mí, la vida es una rueda en la que hoy podés estar arriba y mañana abajo.

—Debe ser difícil teniendo en cuenta que, aún cuando va a Estados Unidos, le piden fotos. ¿O no?

—Creo que es algo que llevo adentro. Se enojan los que trabajan conmigo porque yo digo que para mí esto es suerte. Así que lo vivo como un regalo. Y soy muy agradecido con la gente. Por eso me cuesta no sacarme fotos con cada uno que me para en la calle. Y, por ahí, hago un show de dos horas y después me paso tres hablando en la puerta del teatro con todos los que pasan a saludarme. Sé que es difícil para la familia, pero yo estoy entregado a esos momentos y lo entienden.



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