Aimé Painé, la voz del canto mapuche



Los cantos de las abuelas mapuches cobraron nueva vida en Argentina a través de la voz de Aimé Painé. Desde los escenarios, esta pionera comenzó a tirar del hilo musical de sus ancestros y emergió de él una cultura indígena que había pasado décadas arrinconada en el país sudamericano. Nació el 23 de agosto de 1943 en Ingeniero Huergo, en la provincia patagónica de Río Negro, y fue anotada como Olga Elisa Painé. El intento de borrar las huellas de los pueblos originarios llegaba entonces hasta los nombres.

Painé fue la tercera hija del tormentoso matrimonio entre Segundo Aimé y Gertrudis Reguera. Gertrudis era una adolescente de 13 años cuando se casó con Segundo, de 32, y la diferencia de edad y los celos fueron motivo de constantes peleas en la pareja. Cuando Painé tenía tres años, Gertrudis abandonó a la familia que había formado para empezar una nueva vida. Solo con tres hijos, su padre entregó a la menor a unas monjas para que la criaran en un orfanato.

La arrancaron de su tierra cuando era un tierno brote de araucaria y creció como huérfana a más de 900 kilómetros de allí, en Mar del Plata. Tuvo una infancia solitaria: sus compañeras la discriminaban por el color oscuro de piel y la única referencia a sus raíces indígenas era el apellido heredado de su padre. En esos primeros años, sus momentos de mayor felicidad estuvieron asociados a la música y fue su dulce voz la que cautivó a la que sería su familia adoptiva, los Llan de Rosos. Ese matrimonio adinerado trasladó a Painé a un conocido colegio religioso de Mar del Plata y la alentó para que encauzara su talento hacia la música clásica.

Al independizarse se mudó a Buenos Aires y pasó de un trabajo a otro para sobrevivir mientras estudiaba técnica vocal y guitarra con distintos maestros. Aunque aspiraba a ser solista, entró en el Coro Polifónico Nacional. Con ese coro, una noche, volvió a nacer. Arrancaba el otoño austral de 1974, Painé tenía 30 años y participaba en el Encuentro Coral Latinoamericano en Mar del Plata.

Como anfitriones, les tocaba cerrar el evento y el director había elegido el último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. Comenzaron a cantar los coros de los países invitados y Aimé se percató que todos ellos, además de interpretar las mejores obras de la música europea, habían preparado al menos una obra de música indígena o folclórica.

“Sentí una vergüenza tremenda, la peor de mi vida. Peor, mucho peor que la que siempre habían querido hacerme sentir por ser mapuche. Vergüenza como argentina, vergüenza de pertenecer a un país tan negador de sus raíces”, le contó Painé al escritor Leopoldo Brizuela. “Y una vergüenza personal, nueva: ‘¿Qué hago yo acá?, ¿cómo puede ser que yo sea la única que pueda denunciar esta carencia, la primera que debería denunciarla, y no lo haga, y siga cantando como si fuera alemana y viviera en Alemania?”, continuó.

A partir de ese día comenzó la búsqueda de su verdadera identidad. Adoptó el nombre de Aimé, regresó a su tierra, retomó el contacto con su padre y sus hermanos y conoció a las abuelas, los pilares de la cultura mapuche. De ellas aprendió los tahil, los cantos sagrados de las ceremonias, y la vestimenta que portó orgullosa sobre los escenarios desde entonces: el trarilonko, una diadema con monedas que se ata alrededor de la cabeza y el trapelakucha, un colgante de plata. Trenzaba su largo cabello negro y usaba vestidos y ponchos con dibujos geométricos.

Comenzó a actuar en teatros, en escuelas, exposiciones y estudios de televisión. Fue invitada también a los países vecinos, pero nunca grabó un disco. Un día, hasta la música le pareció insuficiente: se transformó en un vehículo para dar a conocer las tradiciones de su pueblo. El despertar de Painé quedó fuera del radar del régimen militar impuesto en Argentina entre 1976 y 1983. “En la dictadura, Aimé no la pasó bien, pero no fue perseguida directamente porque para los militares los indígenas no eran ya un problema. Los libros de texto hablaban en pasado sobre ellos”, contó su biógrafa, Cristina Rafanelli. “En la dictadura, en ese momento, el enemigo era otro porque además era ella sola”, agregó la autora de Aimé Painé. La voz del pueblo mapuche.

La democracia hizo florecer otras voces indígenas que se sumaron a la de Painé y esta cantante mapuche llevó en 1987 su denuncia contra la marginación de los pueblos indígenas hasta Naciones Unidas. Murió pocos meses después, a los 44 años, mientras se encontraba de gira en Paraguay. La cantante se desvaneció en medio de una entrevista televisiva y los médicos no pudieron salvarle la vida.

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