Lynn Fainchtein: Lynn Fainchtein, la persona más interesante de México


El mismo día que Lynn Fainchtein murió en Madrid, el primero de marzo pasado, un grupo de músicos, productores musicales y locutores de radio estaban en un festival de Guadalajara constituyendo la primera asociación de supervisores musicales del país. La noticia de su muerte se recibió con dolor, pues muchos la conocían personalmente y la consideraban su maestra. De hecho, ella había inventado la profesión de supervisor musical en América Latina y, a partir de su trabajo en Amores Perros (2000), la había llevado a un nuevo nivel de reconocimiento.

Sus contribuciones a la atmósfera de los años setenta en la Ciudad de México en Roma, de Alfonso Cuarón (2018) o su acompañamiento a la vida interior del protagonista de Bardo (2022), de Alejandro González Iñárritu, por ejemplo, crearon momentos inolvidables de la cinematografía. Después de ver Bardo, quién podrá olvidar el plano secuencia donde el actor Daniel Giménez Cacho baila una cumbia, La Pava Congona, de Andrés Landero y su Conjunto, y de repente comienza a oír en su cabeza a David Bowie cantando una versión a capella de Let´s Dance:

Put on your red shoes and dance the blues

Let’s dance

To the song they’re playin’ on the radio

La yuxtaposición de la cumbia con el rock crea un momento onírico, y provoca una explosión en la memoria, una característica que acompañó el trabajo de Fainchtein en los más de cien proyectos cinematográficos nacionales e internacionales. Su trayectoria, además, corre paralela a un fascinante proceso de globalización de la cultura mexicana, un asunto ahora muy evidente, pero que ha sido poco historiado.

“Lo que llama la atención de Lynn es cómo va trascendiendo territorios”, dice el productor musical y DJ Toy Selectah: “De ser una locutora de la radio en los ochentas de la Ciudad de México, a su paso por MTV y su impacto en toda Latinoamérica en los noventa, y luego su pivoteo al cine en los 2000 y su trascendencia como productora y luego como supervisora de proyectos internacionales”.

Un fotograma de la película Amores Perros (dir. González Iñárritu, 2000).
Un fotograma de la película Amores Perros (dir. González Iñárritu, 2000).

Ramiro Ruiz Navarro conoció a Fainchtein cuando era una jovencita, a principios de los años ochenta. Lynn nació en el seno de una familia judía y se había criado en el limitado espacio de su comunidad. Cuando Ramiro la conoció, su madre había muerto un año antes y su padre estaba en Estados Unidos. Lynnn vivía con su abuela en el Club de Golf Hacienda, una urbanización al norte de la mancha urbana. “O sea que cada vez que había una fiesta, Lynn se tenía que quedar a dormir fuera de su casa”, recuerda Ruiz.

No es que la Ciudad de México ofreciera grandes diversiones. En realidad, el aire de la capital a veces era irrespirable, el centro se estaba vaciando y las opciones culturales para los jóvenes de clase media eran escasas. El país estaba cerrado a las importaciones del extranjero y los productos culturales de Estados Unidos solo se conseguían por medio del contrabando. “No salíamos a antros”, dice Ruiz, “porque en realidad no había a dónde ir… Ese era nuestro proyecto: darle una solución a lo pinche aburrida que era la ciudad”.

Por aquella época, Fainchtein se mudó de la casa de su abuela a un apartamento en la colonia del Valle, y finalmente a los edificios Condesa. Fainchtein había estudiado psicología, pero era una melómana consumada y comenzó a trabajar como locutora en la estación de radio Rock 101 que acababa de nacer. La nueva estación significó un enorme salto en la programación musical en México. Como escribió Pacho Paredes, exbaterista del grupo de rock La Maldita Vecindad, “alimentó los oídos hambrientos de quienes sabían lo que sucedía en el extranjero, aunque no tenían fácil acceso a ello”.

Su programación no estaba dictada por las necesidades de las disqueras sino por el gusto musical del fundador Luis Gerardo Salas y sus amigos: new wave, post punk y algo de rock en español, aunque también había programas de rock progresivo, rockabilly, punk, techno y metal, entre otros. “Rock 101 estaba comenzando y en realidad a cualquier chamaco que llevara una buena propuesta, y no cobrara, le daban un programa”, dice Ruiz. Fainchtein condujo un programa llamado Descelofaneando, que consistía en quitarle el celofán a un disco para estrenarlo en vivo; también hizo Mujeres coma rock and roll, sobre la contribución femenina al género musical, pero Salsabadeando, su programa de salsa, la convirtió en una locutora célebre.

“Atraer a la salsa a los jóvenes de la clase media que estaban escuchando a los Smiths tardaría años en digerirse completamente”, dice Camilo Lara, compositor y productor musical, que entonces era un joven aprendiz de músico. Lara recuerda que la locución de Fainchtein “sonaba a alguien que iba tres pasos más adelante que uno y, por supuesto, me parecía la persona más interesante de México”.

A principios de los noventa, Fainchtein comenzó también a organizar conciertos. Era una manera que tenían algunos locutores de compensar por la paga mediocre de la estación, ya que utilizaban esa plataforma para promocionarlos. Se asoció con Ruiz Navarro y otros. “Yo era muy fan de Lou Reed”, relata Ruiz: “Y un día le dije: ‘Güera, deberíamos traerlo a México”’. Fianchtein inmediatamente consiguió el teléfono del agente de Reed y le llamó a Nueva York para organizar su presentación. “En ese momento era un atrevimiento, una audacia increíble. O sea, somos mexicanos. ¿Cómo tomas el teléfono y le hablas a Lou Reed? Pero ella lo hizo”. Lou Reed se presentó en abril de 1992 en el Auditorio Nacional.

Lou Reed en 1992.
Lou Reed en 1992.Gie Knaeps (Getty Images)

Un conflicto interno terminó con esa primera etapa de Rock 101 en 1994. El mismo año MTV, que acababa de iniciar transmisiones en América Latina como reflejo de la efervescencia del rock en México y Argentina, contrató a Fainchtein como su programadora, y ella se mudó a Miami. “Más que Rock 101, el gran rol de Lynn en la industria musical es el de programadora de MTV”, dice Rulo David, locutor de radio.

Rulo dice que aunque muchas bandas emergentes mexicanas como Zurdok, Café Tacuba o Molotov estaban ya en disqueras grandes, no eran su prioridad. En cambio, Fainchtein las convirtió en su objetivo de promoción. “Y eso permitió, por ejemplo, que Café Tacuba, que no terminaba de echar raíces en México, hiciera una gira por toda Latinoamérica y regresara triunfal a su país”, dice Rulo.

Al final, Fainchtein salió de MTV cuando la cadena comenzó a centralizar más decisiones en la casa matriz y decidió abandonar parcialmente su vocación musical en favor de los reality shows de su siguiente etapa. “No estuvo de acuerdo y eso tuvo que ver con su salida”, dice Toy Selectah. Fainchtein regresó a la Ciudad de México y se involucró en otra actividad transformadora.

A finales de los noventa nació Altavista films, una subsidiaria de Operadora de Centros de Espectáculos SA (OCESA), compañía de organización de conciertos que se había beneficiado enormemente de esta nueva etapa de la cultura de los jóvenes en la ciudad. Su fundadora, Marta Sosa, invitó a Fainchtein a musicalizar un nuevo tipo de películas dirigidas a ese público de clase media, precisamente el tipo de gente que veía MTV. Fainchtein participó en dos películas antes de trabajar en Amores Perros, de Alejandro González Iñárritu, que cambió la fortuna de muchos de sus participantes. La película resultó un éxito crítico y comercial. Representaba una nueva manera de hacer cine en México y estuvo nominada entre las mejores películas extranjeras en los premios Oscar. Finachtein invitó a Gustavo Santaolalla a musicalizarla y creó un poderoso soundtrack donde participaron grupos como Control Machete, Titán, Julieta Venegas y Café Tacuba, con canciones inspiradas en la película, pero que no aparecían en la misma. El álbum también resultó un gran éxito.

A partir de allí, Fainchtein inició una carrera como supervisora musical que la llevó a todo el mundo. Acompañó a González Iñárritu en sus siguientes producciones, pero uno de sus trabajos más finos tal vez sea el que realizó con Alfonso Cuarón para Roma, el gran lienzo cinematográfico centrado en los recuerdos de la infancia del director en los años setenta de la Ciudad de México.

Un fotograma de 'Roma', de Alfonso Cuarón.
Un fotograma de ‘Roma’, de Alfonso Cuarón.

Eugenio Caballero, el director de arte de la película, cuenta que, como es sabido, Cuarón no compartió el guion con nadie porque no quería hablar de acciones, sino de temas. Y a partir de esos temas construir la narrativa. “Y, entonces, a partir de esas conversaciones con Alfonso, empezamos a recrear una época. A veces los puntos de partida eran un objeto, o un olor, y muchas veces un sonido o una canción”. Todo esa investigación sonora estuvo a cargo de Fainchtein. Ella aportó, además, una mirada sobre las canciones de la época, creando un soundtrack lleno de recuerdos cálidos de la infancia pero también una relectura de ciertas canciones ya gastadas por el tiempo que, puestas en un contexto diferente, volvían a brillar.

“A mi lo que me pasa con Lynn”, dice Caballero, “es que trajo al cine algo único y estupendo. Su supervisión me habla musicalmente en primera persona, me conecta emocionalmente. Es la misma emoción que Lynn comunicaba en una conversación, cuando se reía y hablaba de música”.

Otro rasgo de Fainchtein es que siempre estaba rodeada de nuevos proyectos. Además de la locución, la programación, las películas y los conciertos, incursionó en la producción cinematográfica. En 2004, a partir del desafuero de Andrés Manuel López Obrador, un truco legal que lo podría haber sacado de la contienda electoral de 2006, Fainchtein decidió producir un documental con el cineasta Lorenzo Hagerman, que había trabajado para la BBC alrededor de otros temas políticos. Fainchtein no tenía ninguna relación previa con el candidato pero, como era característico, encontró el camino y llegó hasta él a través de un intermediario. El resultado fue 0.56%, que salió a la luz muchos años después de la elección que López Obrador perdió por ese pequeño margen.

El documental estuvo rodeado de una pequeña polémica, pues se interpretó como un documento a favor o en contra de López Obrador, dependiendo del observador. Pero los años le han hecho justicia y hoy se puede leer como un registro de uno de los políticos fundamentales de esta etapa de México, en un momento de inflexión. Fainchtein produjo la película Santos vs. La Tetona Mendoza (2012), una animación basada en la tira cómica de Jis y Trino, y también Hecho en México (2012), un documental dirigido por el músico Duncan Bridgeman. Emilio Azcárraga y Bernardo Gómez, presidente y vicepresidente de Televisa, estaban encantados con un trabajo anterior de Bridgeman, 1 Giant Leap (2002), una especie de gran video musical filosófico que recoge un viaje por todo el mundo. Querían adaptarlo a México y llamaron a Fainchtein para hacerlo. Gracias a ella, el proyecto fílmico, lejos de naufragar por la escasa conexión previa de Bridgeman con México, se convirtió en un testimonio cultural de la época.

Está filmado en un momento de introspección mexicana, luego de la revuelta zapatista, a diez años del primer gobierno de oposición y al principio de la guerra contra las drogas. Ese trasfondo sirve a Fainchtein para proponer un viaje musical que lo mismo recoge a la Arrolladora Banda Limón que a Natalia Lafourcade; a Gloria Trevi que a Huichol Musical; a Alejandro Fernández que a Rubén Albarrán.

Había quedado muy lejos ese México inseguro, cuando era un atrevimiento hablarle a Lou Reed para que viniera a dar un concierto a la ciudad. Estaba retratado un México dolido, pero culturalmente potente, que había desarrollado un lenguaje musical internacional, híbrido, diverso y relevante, un poco como la carrera de Fainchtein, que fue una de las correas de transmisión entre México y el mundo para que sucediera todo eso.

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