Madonna convierte la playa de Copacabana en una gigantesca pista de baile


Brasil, un país enamorado de todo lo superlativo, recibió a Madonna a lo grande este sábado por la noche. Nunca antes la reina del pop había actuado ante una multitud tan colosal —1,6 millones de personas, según las autoridades locales— como la que reunió para un concierto gratuito en la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, convertida en una monumental pista de baile. Fue una noche mágica a 24 grados —un calor impropio para esta época— que clausura una gira que arrancó en octubre —con retraso por una grave infección bacteriana con estancia en la UVI incluida— y que la ha llevado a 15 países de Europa y Norteamérica. La artista se echaba por primera vez a la carretera sin nuevo disco para celebrar sus cuatro décadas de carrera con sus fans, muchos de los cuales ni habían nacido cuando en los ochenta despegó una trayectoria irrepetible.

“Esto es un sueño hecho realidad”, decía Neemias Alves da Silva, un técnico de enfermería carioca de 32 años, que ya vio a la diva en directo la última vez que actuó en Brasil, en 2012. “No pude asistir a ningún concierto de esta gira, así que tenerla aquí de nuevo, en vez de verla por Internet es un sueño. Aunque no estemos tan cerca del escenario, aunque la vea en una pantalla, es energía contagiosa”, decía en un breve intervalo entre canción y canción este fan que se sabía la letra de los 26 temas que Madonna ha interpretado. Por supuesto han sonado Like a Virgin, Like a Prayer, Express Yourself, Vogue

Durante dos horas y diez minutos, Madonna Louise Veronica Ciccone (Bay City, 65 años) ha ofrecido un destilado de su trayectoria, incluidas escenas, coreografías y modelitos que han quedado para la historia del pop. Los momentos más aplaudidos, los que la Madonna ha compartido junto a estrellas locales. Para bailar la famosa coreografía de Vogue, estaba acompañada de una de sus hijas pequeñas, Estere, de 11 años, y la gran diva brasileña, Anitta. Para esta ocasión, el escenario tenía 800 metros cuadrados, el doble que en el resto de la gira.

El momento en que sendos bailarines simulaban practicarles sexo oral a las reinas del pop y del funk carioca probablemente será uno de los que más triunfe en redes de esta noche única en Copacabana. Madonna llevaba en ese instante un vestido con los colores de la bandera de Brasil (verde, amarillo y azul) con el ya clásico corpiño de pechos cónicos de Gaultier. La estadounidense ha mostrado mucha más complicidad con su otra invitada local, la drag queen Pabllo Vittar, que con Anitta. Vittar ha saltado al escenario con una camiseta de la selección de fútbol acompañada de una batucada de la mano de un grupo de chavales percusionistas de escuelas de samba.

Fans de Madonna durante el concierto que este sábado ha reunido a 1,6 millones de espectadores en Río.
Fans de Madonna durante el concierto que este sábado ha reunido a 1,6 millones de espectadores en Río.
André Coelho (EFE)

Junto a sus fans más fieles de la comunidad LGTBI, que la tienen en un altar desde los terribles tiempos del sida, Copacabana recibió una multitud compacta de lo más variopinta, incluidas familias con niños, abuelas y abuelos. Y como este es un país muy desigual, cerca, pero bien separados, varios miles de VIPS, invitados por los patrocinadores, un banco, una empresa cervecera, el Estado de Río y la ciudad.

Gracias a una quincena de torres de sonido y pantallas verticales (que muestran el show como se vería en un móvil) la multitud ha podido seguir el concierto a lo largo de buena parte de esta playa de cuatro kilómetros. De todos modos, buena parte del público se ha quejado de la calidad del sonido en un show que ha comenzado con 50 minutos de retraso.

El despliegue de más de 4.000 policías y el cacheo de todos los asistentes no han impedido que las bandas de adolescentes y niños a la caza de celulares y carteras, que no faltan en otros grandes eventos cariocas como el carnaval y la Nochevieja, amarguen la noche a algunos. Lo típico en estos espectáculos multitudinarios brasileños es llevar la riñonera por dentro del pantalón para minimizar al máximo el riesgo. En Copacabana también había esta noche drones con los sistemas de reconocimiento facial que Brasil ha adoptado con entusiasmo y algo de polémica.

Madonna, una artista que siempre fue moderna, eligió un escenario único, la playa más emblemática de Brasil, como colofón a The Celebration Tour en el que repasa una carrera en la que ha roto todo tipo de tabúes, sexuales, religiosos, relacionados con la maternidad, sacó a muchos del armario, se peleó con el Vaticano… Todo ello recogido en un espectáculo que es la historia de su vida en siete actos. Ahora batalla contra el edadismo.

Ha vendido más que ninguna otra artista (330 millones de álbumes), ha parido un buen número de temas super ventas que suenan en medio planeta e inventó esta especie de ópera pop, un show musical gigante con lenguaje teatral.

La reina del pop por antonomasia regresaba a un país que conoce bien. Además de salir durante un par de años con un novio carioca 28 años más joven, llenó Maracaná la primera vez que actuó en el país, en 1993, ha subido a las favelas a visitar proyectos sociales —y allí se fotografió vestida de camuflaje junto a un policía con un fusil—, se dejó ver en el Sambódromo durante un carnaval, ha reverenciado en público a Caetano Veloso y grabó un dúo con Anitta…. A los brasileños les gusta pensar que les guarda un lugar especial en su corazón. Esta vez se ha enclaustrado en el hotel con más solera de la ciudad, el centenario Copacabana Palace.

Sus fans han venido a Copacabana a celebrar con la gran diva del pop una noche irrepetible. Para muchos de los presentes es una cuestión personal, especialmente para los de la comunidad LGBT. “Siempre nos celebró”, recalcaba este sábado por la mañana Leonardo Lopes.

Para Maria Luiza Alves de 19, la cantante, bailarina, compositora y actriz es alguien realmente “inspirador”. Por muchos motivos… por defender los derechos de las mujeres en la industria, por defender a la comunidad LGTB cuando nadie lo hacía, por hablar del sida — “y del embarazo juvenil”, apunta una de sus amigas, “eso afectó a nuestras madres”—.

El argentino Daniel Salazar, maestro pastelero de 32 años, cuenta que ha venido desde Buenos Aires después de ahorrar durante un año porque tenía un presentimiento. Mientras hace guardia ante el hotel el Copacabana Palace recuerda cómo empezó su relación con la diva: “A los diez años mi madre me regaló el vinilo de The Immacullate Colection: ‘Tomá, escúchalo’ Me dijo y ya no la solté más. En Argentina en esa época escuchar Madonna era considerado de gais, estaba mal visto, pero mis padres siempre estuvieron a mi lado, a diferencia de la mayoría, que estaban muy reprimidos”. Su entrega a la reina del pop es eterna.

El de Madonna, aunque gigante, no es el concierto más multitudinario de Copacabana. Rod Stewart congregó a 3,5 millones de personas en 1994, un show que, como les encanta recordar en Brasil, entró en el Guinnes como el mayor de todos los tiempos. Pero también el brasileño Jorge Ben Jor (tres millones en 1993), los Rolling Stones (1,5 millones en 2006) han reunido públicos descomunales en la gran playa carioca.

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