Prigozhin, una muerte bajo sospecha, por Editorial


El accidente aéreo en el que murió el miércoles Yevgueni Prigozhin, el líder del grupo paramilitar ruso Wagner, tiene visos de haber sido más que un accidente. La desaparición del hombre que se atrevió a enfrentarse a la cúpula del ejército ruso y marchar militarmente sobre Moscú desafiando al presidente Putin suscita sospechas sobre una posible intervención del Kremlin en la caída del avión privado en el que viajaba Prigozhin.

Las cancillerías occidentales se han movido entre la prudencia oficial y la creencia oficiosa de que el Kremlin ha tenido que ver con este suceso. El presidente Biden declaraba, tras conocer la noticia: “No hay mucho que pase en Rusia en lo que Putin no esté detrás”. Ayer, el líder ruso envió sus condolencias a la familia de Prigozhin, a quien dijo conocer desde los años noventa, calificó de empresario talentoso y añadió que se investigarán las causas del suceso, pero que llevará tiempo. Entre las teorías sobre el accidente están la colocación de una bomba a bordo o que impactara un misil, hipótesis más plausible según fuentes oficiales de Estados Unidos. Obviamente, las autoridades rusas nunca establecerán oficialmente que el accidente haya sido un acto de venganza a sangre fría.

Era considerado un “muerto andante” desde que desafió a Putin hace dos meses

Y motivos no le faltaban a Putin para querer eliminar al líder de Wagner. Había sido humillado por el desafío que le planteó Prigozhin con su fallida asonada del 24 de junio. Hace unos años, en un documental de la televisión rusa, el líder del Kremlin afirmaba solemnemente: “Lo perdono todo, menos la traición”. Con su intento golpista, Prigozhin le había traicionado y firmado su sentencia de muerte, que muchos tenían claro que era ya solo cuestión de tiempo.

Precedentes no faltan. Al menos medio centenar de oligarcas, empresarios, altos funcionarios, disidentes y exagentes del KGB han muerto en los últimos años en extrañas circunstancias unos, y envenenados o tiroteados otros. Solo hay que recordar nombres como Alexánder Subbotin, Alexánder Litvinenko, Borís Nemtsov y Anna Politkóvskaya. Ayer las sospechas sobre la probable mano del Kremlin eran compartidas incluso por políticos y partidarios acólitos del Kremlin. El líder de Wagner se había convertido en una molestia que creaba más problemas de los que podía resolver, y su muerte podría considerarse un aviso para navegantes para otros dirigentes radicales y ultranacionalistas rusos que compartían las tesis de Prigozhin.

Su muerte se ha producido a los dos meses exactos de su fallida rebelión contra el Kremlin, resuelta con un pacto con el presidente bielorruso, Alexánder Lukashenko, tras el cual las tropas de Wagner fueron apartadas de la guerra de Ucrania y obligadas a exiliarse en Bielorrusia. El desafío al que se enfrentó Putin hace sesenta días fue el más importante en la política interna rusa en sus 23 años en el poder, y eso no podía perdonarlo. No podía perdonar a su antiguo chef y amigo por haber tenido que dar ante el mundo una imagen de debilidad. Desde ese día, muchos consideraban ya a Prigozhin un “muerto andante”, porque la fallida asonada había hecho aflorar las rivalidades en el seno del poder ruso y las distintas facciones dentro del Kremlin, todo lo cual ponía en entredicho el poder de arbitraje y control de la situación por Putin.

Las dudas sobre si el Kremlin está detrás de la muerte de Prigozhin nunca se despejarán oficialmente. Y ahora se abre el interrogante de qué sucederá con el Grupo Wagner, descabezado, pues en el incidente murió también el número dos de Prigozhin. Podría ocurrir que los mercenarios sean obligados a firmar un contrato de reclutamiento con el ejército ruso, como sucedió hace dos meses, o que Wagner se rompa, con una parte integrada en las fuerzas armadas y otra operando en el extranjero. Son hipótesis, pero lo que está claro es que Putin quiere tener el control de esta fuerza paramilitar para seguir usándola como palanca con la que aumentar su influencia en África.



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